-Tenemos que esperar unos minutos -informó Luisa, la conductora, ante la estación de Tordesillas -. El chico me ha escrito que ya está llegando.

El “chico” era lo que me tenía preocupada desde que hice la reserva por BlaBlaCar. Aunque yo no soy ansiosa, estuve buscando las referencias sobre los demás pasajeros… Había un estudiante llamado Jaime, de Bilbao, pero del otro pasajero no había ni foto ni comentarios. Solamente que era su primer viaje y se llamaba Abdullah.

Yo no soy prejuiciosa, pero con tantas cosas que se comentan… Confieso que, tras una noche insomne, pensé en cancelar, pero ese BlaBlaCar era la única posibilidad de llegar a tiempo a Santander.

-¿Tú lo conoces? -le pregunté a Luisa.

-No, para nada -respondió y añadió -. Allí está.

De un taxi acababa de bajar un chico alto, con gafas oscuras, camisa floreada y shorts. Su cabello ensortijado y castaño asomaba debajo de su sombrero. Llevaba una tabla de surf, que acomodó sobre el coche.

-¡Hola, cómo estáis! -saludó y se sentó en el asiento de atrás, a mi lado -. Disculpad mi mal español, en mi oficina solamente se habla inglés.

Resultó que Luisa y Jaime hablaban fluidamente ese idioma y así, logré enterarme que Abdullah era un ingeniero marroquí. Había estudiado en Alemania y antes de mudarse a Madrid, había trabajado en Nueva York y en Singapur.

Mientras él hablaba, yo sentía que mis prejuicios se deshacían uno a uno y a la media hora, ya tenía que admitir que ese chico árabe me estaba pareciendo guapo.

-Estamos hablando mucho de mí -dijo súbitamente Abdullah y me preguntó en español- ¿Y tú a qué te dedicas?

Le respondí que era bibliotecaria en un colegio, pensando que mi vida le parecería muy aburrida.

-Yo apoyo una biblioteca comunitaria en Marruecos -comentó-. Envío libros para niños en francés y en español.

-¡Qué guay! -exclamé y todos en el coche nos pusimos a hablar de libros y bibliotecas.

“¡Este es un chico extraordinario!”, pensaba yo, “pero es árabe…”.

Al llegar a la gasolinera de Santander donde había quedado con mis primas, sentí que no quería bajarme del coche, pero vi que allí también se quedaba Abdullah.

-¡Ha sido un placer! -se despidió, mientras bajaba su tabla.

-¿Tienes Whatssap? -nos preguntamos a la vez.

Los dos sonreímos.

Intercambiamos números y le dije:

-Hoy tengo una fiesta en la playa. ¿Quieres venir?

-¡Por supuesto!

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