Era un lunes por la mañana cuando Laura, aún con el café sin terminar, subió al coche compartido que había reservado por una aplicación. El conductor, un hombre de unos 50 años con bigote y gorra de camionero, le sonrió amablemente.
En el asiento del copiloto había una señora mayor que no paraba de tejer. En la parte trasera, un tipo con auriculares y chaqueta de cuero miraba su móvil sin levantar la vista.
Todo iba bien, hasta que subió el último pasajero. Era un chico con una maleta enorme que, después de varios intentos fallidos de meterla en el maletero, decidió sentarse con ella en sus piernas. El coche se tambaleó al arrancar, y Laura sintió que aquello iba a ser más interesante de lo previsto.
«Bueno, pues arrancamos», dijo el conductor, entusiasta.
La señora mayor dejó de tejer un segundo para bendecir el viaje. «Que el Señor nos proteja en esta carretera traicionera», dijo en un tono que a Laura le puso los pelos de punta.
A pocos kilómetros, el tipo de la chaqueta de cuero levantó la mano y, sin quitarse los auriculares, preguntó: «¿Alguien sabe cuánto falta?». El conductor, divertido, respondió: «Depende de a dónde quieras llegar, hijo. Pero si es a Barcelona, pues unas cinco horas.»
Un silencio incómodo siguió a esa respuesta, pero fue roto por el sonido de la señora mayor que comenzó a tararear una melodía. Era una canción infantil que Laura recordaba de su infancia.
De repente, el chico de la maleta gritó: «¡Frenad! ¡Frenad! ¡Se me ha caído el móvil al suelo!»
El conductor, con una calma envidiable, paró el coche en el arcén. «Tranquilo, chico, no vamos a dejarte sin tu móvil.»
Mientras el chico recogía su móvil, la señora mayor dijo: «En mis tiempos no necesitábamos móviles para entretenernos. «Solo nos teníamos a nosotros mismos».
Y acto seguido, encendió la radio del coche, de la cual salió un estruendoso acorde de música clásica.
Cuando todos estaban de vuelta y el viaje continuaba, el chico con la maleta murmuró: «Parece que el viaje va a ser largo.»
La señora mayor lo miró por el retrovisor y con una sonrisa tranquila dijo: «No, joven, solo será tan largo como quieras que sea.»
Y así siguieron, entre música clásica, conversaciones extrañas y un coche lleno de personajes que, aunque no lo sabían, estaban en el viaje más divertido de sus vidas.
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