Cómodo entumecimiento

Cómodo entumecimiento

Normalmente Emma detestaba viajar. Trayectos incómodos durante horas interminables con mareos constantes. Vivía sola, y por si fuera poco realizaba un camino de media hora diariamente para llegar hasta el trabajo, en su desvencijado Toyota.

El destino quiso que un miércoles de octubre su motor dejara de funcionar. Aún recordaba las palabras del mecánico <=»Imposible, para el precio de un motor nuevo, busque un coche nuevo»>> Total, el dinero cae del cielo, pensó. 

Fue por un amigo que conoció Blablacar. Relató brevemente lo ocurrido, y él  propuso esa alternativa. Emma se negó rotundamente. <<¿Compartir coche con desconocidos? ¿Te has vuelto loco?>>

Quizá fuera la impresión que le causó valorar los precios automovilísticos por Internet, comparado con el ahorro que suponía Blablacar, por lo que decidió darle una oportunidad. 

8.29 a.m. El conductor no aparecía y Emma se desesperaba. <<«Estúpida, no eres más que estúpida»>> Dos minutos y tres lamentos más tarde un conductor la saludaba amistosamente. Se acomodó rápidamente en el asiento de la ventana y susurró unos secos <<«Buenos dias»>>. A su lado se encontraba un hombre trajeado, que envuelto en sudores, consultaba insistentemente su reloj, con  nerviosismo. Se calmó cuando descubrió que Emma subía y tras una breve presentación descubrieron que trabajaban en el mismo edificio.

<<¿Desde 2002? ¡Ese fue el año en el que me ofrecieron este trabajo!>>

<<¿De veras? Nunca la había visto por la oficina.>>

<<Será porque trabajo en la segunda planta. Recursos humanos.>>

Descubrió que se llamaba David y vivía a dos manzanas de su casa, por lo que era cuestión de tiempo coincidir de nuevo. Se sorprendió sonriendo.

Transcurrieron semanas durante las cuales se encontraban casi todos los días. No siempre estaban solos, cualquier día aparecía un hombre gritando al teléfono, o una periodista que esa mañana se había rociado con demasiada colonia. Sin embargo, esto no hizo sino unirles para lanzarse una mirada cómplice y reírse disimuladamente. Cuando la confianza germinó completamente en ambos, el trayecto se tornaba ameno, en un bullicio de carcajadas, críticas al jefe y anécdotas varias.

Fue entonces, un día aparentemente normal, en el trayecto de mañana, cuando supo que era un hombre especial. No sabía si fue su mirada pícara, su tierna sonrisa, o su pelo ondulado, que caía rebeldemente encima de sus ojos negros, pero de alguna manera entendió que aquel era el hombre con el que se iba a casar. Y él también lo sabía.

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