Mientras viajábamos en el automóvil, mis ojos se perdían en el paisaje que danzaba tras la ventana, maravillándome con los encantadores lugares y las casas que adornaban el camino. Mi madre, cual narradora de un cuento mágico, compartía las historias de su juventud, relatando cómo conoció a mi padre. Sus relatos, tejidos con hilos de nostalgia, evocaban un amor que desafiaba fronteras y una felicidad inmensa que reverberaba en lo más profundo de mi ser.

Las palabras de mamá me envolvían en un manto de nostalgia y ternura, como si cada recuerdo fuera un hilo que tejía la rica tapestria de nuestra familia. Sus ojos brillantes, cual estrellas iluminadas, reflejaban la emoción de aquellos días pasados y la chispa de amor que aún resplandece entre ellos. Era como si el tiempo se detuviera, permitiéndonos viajar juntos a esos instantes mágicos de su juventud. En el trayecto, los paisajes desfilaban ante mis ojos, pero ahora relucían con más intensidad y vitalidad, como si las historias de mamá les hubieran otorgado un nuevo aliento. Era un viaje que trascendía el espacio, uniendo generaciones y creando memorias que atesoraría por toda la eternidad.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS