Tenía buenas opiniones, un 4,8 de media, y su foto me daba buena vibra. Como la mayoría de los conductores, pedía no fumar en el interior, prefería no llevar mascotas y se presentaba como un tipo hablador, aunque los comentarios subrayaban que pesado no era.
Quedamos en el punto convenido, cerca de mi casa, y me acomodé en el asiento del copiloto, curiosa y resuelta a pasar un rato agradable mientras atravesábamos la autovía del Este, de Madrid a Valencia. Era mi primer viaje en BlablaCar, y no sabía a lo que atenerme.
Se llamaba José Luis y reformaba baños. Vivía con su abuela en un piso de la capital y un cliente lo había contratado para poner el plato de ducha en su apartamento de La Malvarrosa.
–No me va tan bien, no creas. Hay meses que cierro en negativo, así que, para hacer números, mi abuela y yo vamos a alquilar una habitación en casa, por si conoces a alguien que esté interesado.
¡Yo estaba interesada! Mi casero nos había dado de plazo hasta abril para dejar el piso, con el pretexto de que su hija se iba a mudar ahí tras su boda, y yo me pasaba las mañanas en la facultad revisando anuncios en portales inmobiliarios.
Nos detuvimos en un área de servicio para estirar las piernas y tomar un café, y se lo planteé. Lo acababa de conocer, ¡caray!, y estábamos a punto de compartir algo más que un paseo en un i10.
A José Luis le pareció estupendo, y, quizá para convencerme de la idoneidad del plan, me enseñó una fotografía de su “yaya” en un sillón orejero, bajo una lámpara de pie que parecía santificarla.
La mujer había vuelto a España tras enviudar, después de toda una vida en Argentina, y, mientras salíamos y nos poníamos en marcha, le comenté a mi flamante casero que el hermano de mi abuelo se había marchado a Argentina muy joven y había abierto una tienda de golosinas en Rosario. Poco más sabíamos de él, le habíamos perdido la pista…, pero ya pueden imaginar cómo la recuperamos. “Blableando”, por así decirlo.
Mi primo pasó el fin de semana currando en el apartamento de La Malvarrosa y yo con una amiga que me había invitado por su cumpleaños. El domingo rehicimos el camino y, al llegar a casa, le planté dos besos a mi tía abuela.
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