Unos años antes, los padres de él habían muerto en un fatídico accidente de coche. Los dos habían fallecido en el acto, pero el vehículo, con el que habían salido de la vía por la que circulaban, no había sufrido ni el más mínimo rasguño.

Poco después de la tragedia, ella obtuvo un trabajo a las afueras de Madrid. El desdichado automóvil llevaba meses encerrado en el garaje, y cuando ella pensaba que ir y volver a su nuevo centro requeriría de cuatro horas de transporte público a diario, empezó a considerar la posibilidad de utilizarlo.

De manera que empezó a utilizarlo prácticamente para todo. No obstante, les pareció que, en cuanto los dos coincidían en el vehículo, aunque solo realizasen trayectos cortos, empezaban a discutir más acaloradamente que de costumbre, sin poder remediarlo. Y eso, a pesar de que, por lo general, era una pareja que no tenía demasiadas desavenencias.

Un fin de semana, decidieron pasar el día en una pequeña localidad cercana.  Dejaron a los niños con los padres de ella y emprendieron su escapada de muy buen humor. 

Fue introducirse en el vehículo y girar la llave de contacto, y empezar a discutir como nunca antes lo habían hecho. En ocasiones, él debía dar un volantazo, pues, con el calor de la discusión, no había trazado una curva adecuadamente. Otras veces, era el conductor que venía de frente el que hacía sonar su claxon y gesticulaba desesperadamente, porque habían ocupado el carril contrario.

Aún no habían llegado a la mitad del camino a su destino cuando ella, llorando de impotencia, le dio un golpe en el brazo y, sin que él pudiera impedirlo, abandonaron la vía, cruzaron el carril a su izquierda y chocaron con la mediana. Al principio, pareció un incidente leve pero, casi inmediatamente, algo bajo el capó explotó y el coche se vio envuelto en llamas.

 Fue necesario que llegara un camión de bomberos para extraerlos del amasijo de hierros en que la máquina, esta vez sí, se había convertido, pero lograron trasladarlos a un hospital cercano con vida.

Otros, habrían dado gracias por seguir vivos; a ellos, las dudas no los dejaban vivir y las secuelas de este accidente habían sido tan terribles que los niños vivían con sus abuelos maternos permanentemente y sus rostros habían sido desfigurados tan brutalmente que eran incapaces de mirarse a la cara, el uno al otro.

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