Tenía que viajar a mi pueblo, a 500 km de donde vivo hoy. Bajé la aplicación y me anoté como conductora. Con temor -un poco-, con inquietud…Qué puede pasar, me pregunté. Violarme? -ya no, peino muuuchas canas-. Robarme? es una posibilidad, pero qué… un pequeño riesgo. Así, pues, embarcada en mi pequeña aventura, consciente de que un granito de arena contra el individualismo le vendría bien al planeta, a la vida, a mi vida chiquita, me dispuse a la experiencia. Además me cebarían mate! lo que haría más llevadero el camino. Y no es que no me gusten los viajes a solas, ehh.. No, para nada, me gustan! y mi propia compañía también me agrada. Descargo podcast, de gente que admiro, leyendo libros, o diciendo cosas que estimulan el razonamiento… es una buena forma de transitar esas horas -para otros, muertas-.

Pero vuelvo a mi viaje inicial. Esta vez, quise salir de lo individual. Arriesgarme por algo desconocido para mí. Dos personas se anotaron. Una con un perrito pequeño y silencioso. Ambos adorables -con todo y perrito-.

Es curiosa la experiencia de compartir un espacio tan pequeño, como el interior de un coche, con personas absolutamente desconocidas que, seguramente, seguirán siéndolo cuando se bajen del vehículo. Compartir, en dos o tres metros cúbicos, 5 horas continuadas de vida es una experiencia… diferente.

El dueño del perrito se estaba por graduar de Contador, la joven estudiaba Comunicación Social y trabajaba en una academia de Tango. Aquél viajaba a visitar a su familia y ésta a participar de un festival de tango. Los temas y anécdotas fueron, en ese momento, agradables. Hoy no los recuerdo pero, como dijo alguien “no recuerdo lo que leí, recuerdo lo que sentí al leerlo” .

Yo sentí una “conexión” mutua. Sentí la esencia de lo gregario en las personas, que tiene sentido intentar conectar, que hay algo que fluye … Todos tenemos historias que pueden ser interesantes, nutritivas para otros, aunque se olviden a la semana; pero ese “ser con otro” no es intrascendente en un momento determinado…

Es raro cómo, de primera,  pensamos en los riesgos, en los eventuales malos momentos, en lugar de dejarnos sorprender por la posibilidad de un otro encuentro, de ida o de vuelta. Que acontezca algo no programado, algo no controlado… que te permita -parafraseando a Piglia- viajar para narrar.

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