Un millón de historias

Un millón de historias

La radio del coche reproducía los rifts de guitarra de Petrucci, mezclados con el bombo caja machacón de La Gasolina y con las letras legendarias de Mago de su Era Fearless. Pero no importaba, Miguel era incapaz de escuchar aquél galimatías sonoro.

En el asiento de atrás una chica hablaba de cine con un hombre que la estaba psicoanalizando a su vez. Al mismo tiempo, había una conversación entre un colombiano y una madrileña sobre grupos cubanos. Por otro lado, el fan de Airbag no dejaba de alabar a su periodista favorito, mientras dos jóvenes que se atraían suspiraban en silencio, fallando en encontrar las palabras adecuadas. Dos hermanos pucelanos planeaban su fin de semana en la capital, y una joven llena de pendientes y tatuajes hablaba de meditación, feminismo y viajes en camper.

Fuera, el paisaje se deslizaba: bosques de coníferas que crecían en el mar de trigo, dentro de un estrecho cañón de arenisca metamórfica, junto al mediterráneo con el cielo plomizo y las mieses típicas de la costa da morte. El viejo doscientos cinco blanco diesel ronroneaba con el gruñido de la gasolina estallando en sus doce válvulas, viajando por la carretera sin emitir un sonido al ir en modo full electric.

El interior ardía, a pesar de las ventanillas bajadas, empañadas por el frío y la intensa lluvia, que los limpiaparabrisas no daban a basto a quitar, el aire reseco por el continuo chorro helado del aire acondicionado. Al menos el dolor por los muelles rotos del asiento, bajo su funda descolorida, se atenuaba con la vibración del modo de masaje y la suavidad de la tapicería hipoalergénica.

—Is everything alright?

Miguel agitó la cabeza y miró al asiento del copiloto. Una joven coreana le observa con ojos alarmados. A su alrededor el mundo volvió a la normalidad. Atravesaban plantaciones de vides a orillas del Ebro por la autopista de dos carriles mientras el moderno coche japonés surcaba el asfalto sin apenas esfuerzo con el control de velocidad y distancia activado.

En ese momento el móvil en la guantera vibró y un mensaje apareció en la pantalla del salpicadero: “¡Enhorabuena! Acabas de convertirte en super embajador. ¡Has recorrido un millón de kilómetros con nosotros!”.

Miguel sonrió, rememorando las millones de aventuras vividas durante todos aquellos años de viajes.

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