Desayuné mal ese día. Estaba nerviosa, desacostumbrada a montar en coches de extraños, pero mis amigas usaban BlaBaCar habitualmente y estaban encantadas. No tenía coche, y encontrar alguno que fuera al pequeño pueblo donde iba a estar mi nuevo hogar era un milagro.
Recibí un mensaje de Whatsapp. Era el chico que me iba a llevar a lo que sería mi casa, quien me iba a ayudar a huir de un fracaso matrimonial, gracias a Dios sin hijos, y me asomé a la ventana para poder mirar a la calle donde me había dicho que había estacionado. “Ufff, ¡vaya tartana!” Me sudaban las manos, y el coche, un modelo antiguo, aunque bastante bien cuidado, casi me hace olvidar que cuando cerrara la puerta tras de mí, dejaría atrás una parte de mi vida. Aun así, cuando oí la puerta cerrarse ruidosamente, estallé sollozando por lo que pudo haber sido y no fue. Me sequé, con la manga de mi abrigo, como pude, las lágrimas y arrastré la maleta por el pasillo, buscando el ascensor.
- Hola, tú debes de ser María. ¿No es cierto? – su voz era suave, educada, y la barba transformaba en adulto un rostro aniñado.
- Si, ¿Carlos? Encantada. ¿Dejo la maleta atrás en el maletero? Espero que no sea demasiado grande.
- ¡Qué va, voy vacío! No llevo equipaje porque he venido a traer a mi abuelo al médico y apenas llevo dentro un par de cosas que no ocupan. Espera, que te lo abro.
En el asiento del copiloto, sentado, callado, un hombre mayor, con una boina calada hasta las cejas, me saludó levantando la mano, mientras me sentaba en la parte trasera.
Durante el trayecto, la conversación entre los tres surgió espontánea, como si fuéramos amigos de siempre. Les conté que empezaba una nueva vida, que mi trabajo me permitía trabajar en casa, a distancia, con solo tener ordenador y wifi. “¿Llega bien el wifi al pueblo?” “Pues claro”, me contestó el abuelo. Sonreí.
Supe que Carlos era maestro y que trabajaba allí mismo en el pueblo, donde era feliz y su vida transcurría tranquila, cuidando de su abuelo Enrique y su abuela Teresa, quienes le habían criado desde pequeño, cuando perdió a sus padres.
Sólo entonces me percaté que los extensos campos verdes se llenaban de flores y colores. Y noté que a partir de entonces todo iba a ser mucho mejor
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