Nunca había compartido coche con desconocidos. Y eso que suelo viajar de Madrid a Sevilla todas las semanas. Siempre he pensado que es una temeridad. Pero estaba pasando por un mal momento económico y no podía permitirme pagar el AVE, así que decidí registrarme en Blablacar y probar suerte.
Hablé con una chica que debía hacer el mismo recorrido y quedamos en vernos en la estación de Atocha. Recuerdo que estaba congelado cuando la vi aparecer. El coche no podía ser más poco convencional. Una furgoneta ruidosa marca Volkswagen que debía tener mínimo veinte años. Bajó la ventanilla y me saludó efusivamente.
– ¿Tú eres Manu? Bea, encantada. Sube, pero antes deja la maleta ahí detrás.
Le hice caso y pensé que al final había tenido suerte. Se veía alguien normal. Así que abrí con entusiasmo la puerta trasera del vehículo. Entonces recibí un tufo extraño, como si algún alimento dentro de aquellas bolsas que guardaba en el maletero estuviera putrefacto.
– No te preocupes – oí su voz, a lo lejos- Si huele raro, es mi gato. El pobre se murió hace unos días y lo voy a llevar a casa de mis padres. Lo enterraremos allí. Siempre ha sido como de la familia.
Tragué saliva y dejé mi maleta a un lado, intentando no imaginar cuál de aquellas bolsas contendría al animal. La noche prometía.
Las primeras tres horas las pasé en silencio observando a Bea, que fumaba y hablaba sin parar. Luego, estacionamos en una venta cerca de Jaén. Allí me contó que era veterinaria y que le habían despedido por, según ella, practicar la eutanasia con un caballo. «Estaba sufriendo mucho, el pobre». Ahora volvía a casa por Navidad.
-Y tú, Manu, ¿a qué te dedicas?
Le conté mi vida de manera fugaz y apresurada. Que era periodista y que había pillado a mi novia con otro en la cama. Volvía a casa por Navidad, también.
-Entonces cada uno tenemos un trauma y debemos sanarlo. ¿Qué te parece si enterramos a mi gato en un descampado y echamos un polvo?
Hicimos las dos cosas bajo la luz de las estrellas. Luego me dejó en la estación de Plaza de Armas y vi por última vez aquellos ojos risueños. No nos pedimos el número ni yo volví a coger un Blablacar.
Aunque, a veces, observo la aplicación por si aparece de nuevo Bea y no fue, simplemente, el sueño de una noche de invierno.
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