En busca de la rueda perdida

En busca de la rueda perdida

A las seis y media de la tarde, ya era noche cerrada aquel miércoles de diciembre. Iba de paquete con otras dos chicas en un blablacar desde Santander hasta Burgos. Conducía Marisa, que había accedido a dejarme en mi pueblo, a cinco kilómetros de la ruta. Estaba agradecidísima, ningún transporte público podía acercarme tanto. Ana y Cristina iban en los asientos traseros, felices ante los días de vacaciones. Nos internamos en el valle cantando «Litros de alcohol» de Ramoncín. ¡El mundo era nuestro!

De repente, notamos como si una esquina del coche bajara un escalón bruscamente. Tras un ¡clon!, el ruido de algo raspando con saña la carretera nos erizó el vello. Marisa detuvo el coche en el arcén y todas nos miramos asustadas. ¿Qué había sido aquel chirrido? Fuera, la noche estaba cerrada y el frío iba tendiendo su manto de cristales blancos. Tampoco había cobertura en aquel paraje perdido. Salimos las cuatro y Ana encendió la linterna del móvil.

—¡No hay rueda! —exclamó atónita.

—¿Cómo que no hay rueda? —preguntó Cristina que había salido por el otro lado.

Efectivamente, allí no estaba la rueda. Veíamos la placa metálica donde en su momento había estado atornillada, pero nada más. ¿Cómo podía haber desaparecido?

—¡Ostras, tías! ¿Y dónde demonios está? —añadió Marisa preocupada.

Sin aquella cuarta rueda no podíamos avanzar. Miramos alrededor, pero todo estaba oscuro. Nos tocó encender los móviles en busca de la rueda perdida. Miramos detrás, delante, en la cuneta… Al cabo de diez minutos gélidos, Cristina se tropezó con ella entre las hierbas altas de una finca. Así conseguimos recuperarla. Lo que no hubo manera de encontrar fueron los cuatro tornillos. ¿Cómo sujetarla entonces?

—¡Ya sé! —exclamé yo en un momento eureka—. Quitemos un tornillo a las otras ruedas y así al menos tenemos tres para sujetar esta.

Marisa me miró como si estuviera loca, pero finalmente comprendió que era la única solución. Tuvimos que buscar el gato, encontrar dónde se encaja, levantar el coche, colocar la rueda con los tornillos… ¡Una odisea! Por fin conseguimos ponernos en marcha, eso sí, despacito, porque no las teníamos todas con nosotras, y llegamos al pueblo. Allí la gente nos ayudó con la rueda y ellas pudieron regresar a Burgos sanas y salvas.

El destino nos puso a prueba… ¡y lo superamos!

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