Llevo más de una hora conduciendo y me ha dirigido la palabra dos veces. Una para decirme que abriera el portón y otra para ordenarme que metiera su pesada maleta en el maletero. Ah y otra para pedirme que quitara la música que sufría de misofonía, o sea sensibilidad al ruido, con lo que implícitamente está insultando la belleza de las melodías que suelo escuchar. Pues nada, en silencio conmigo mismo, sin distracciones. Pedro esta vez no venía, creo que algún problema familiar y María libraba este finde. El dinero me viene bien así que voy paseando a Miss Daisy por el desierto castellano. Y divago como siempre hago cuando pienso, y me parece peligroso porque de a poco suelto el acelerador y cada vez voy más despacio, que al final nunca llego. Y pienso cuánto me queda hasta las cuatrocientas, barrio al que me dirijo, y sigo cavilando, si abriera la puerta y expulsara como en las películas a mi acompañante aprovechando la fuerza centrífuga… pero claro tendría que quitarse el cinturón, y ¿cómo podría conseguirlo? Que me pase unos pañuelos del lateral del coche, buena idea y mientras no se da cuenta aprieto el botón de apertura automática de puerta, que sí, que sí, que mi coche tiene una de esas y mi pasajero saldría volando hacia la cuneta, rodando y rodando hasta partirse la crisma en dos. Miro por el espejo e imagino la situación, el cuerpo destrozado contra el asfalto, el peinado deshecho, las gafitas tan repipis partidas a la mitad y no puedo contener una risa nerviosa, a su imagen y semejanza, recuerdo. Justo en ese momento mi acompañante gira la cabeza y me mira como si leyera mi mente o porque quizás no le gusta sonreír o no le gusta que la gente sonría, o porque quizás desearía de verdad que abriera la puerta y salir volando como los pájaros. O quizás ha encontrado el mando oculto en la parte de atrás del coche y está pensando en hacerme exactamente lo mismo a mí. Me va a pedir algo de la guantera y voy a tener que quitarme el cinto, momento que va a aprovechar para eyectarme a lo piloto de cazas norteamericano… alguien me pita, voy casi a sesenta por hora en autopista, vuelvo a acelerar, respiro tranquilo, mi acompañante también, ya casi hemos llegado. Unas pocas más y estamos listos para empezar.

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