Llegó el momento en que estuvimos en la carretera, eufóricos, charlando de lo lindo sobre nuestra aventura. Más temprano ese día, cuando el coche paso a recogernos, todo nuestro plan estaba andando sin contrariedades.

Sin embargo, y como es lógico en estos momentos de tensión, cuando salí de mi escondite estaba sudando frio, pese a que intentaba parecer la persona más tranquila del mundo entero. Moviéndome entre un gentío que no debía verme, tal y como lo habían hecho en los últimos meses. Pero, una cosa es cuando estas tirado en una esquina que hace mucho tiempo no barren, y otra es de pie y con esta fachas tuyas tan del siglo XVI.

El plan era sencillo, lo organizamos durante tres madrugadas en el vestíbulo de la biblioteca, cerrada con los candados gigantes que ponen cada noche. Nos subiríamos al carro compartido de Blablacar y luego la libertad. Recorrer las montañas, oler el aire del campo, conocer nuevas ciudades, nuevas estrellas, nuevos mundos…

Claro que entre los niños es fácil escabullirse, siempre pueden pensar que eres un figurante, que están montando una obra de teatro sobre ese clásico que ya nadie lee. Lo mismo, supongo, pasó con la bruja y el lobo. Sin embargo, con los vigilantes, con ellos la cosa es diferente, saben que no perteneces a este lugar.

Llegamos al mismo tiempo los tres a la puerta y luego de eso fue patitas a correr. Salimos con la velocidad que nuestra ropa nos permitía. La bruja por poco se cae al enredarse con su túnica y sus enaguas. Abrimos el carro y dentro había una mujer encantadora al volante y una ancianita sonriente a su lado.

– ¿Dónde los dejamos? –

– Donde ustedes quieran –

Compartieron miradas unos segundos. Pedíamos, si es que hay algo en el cielo, que arrancaran, mientras un vigilante gigantesco salía corriendo de la biblioteca para atraparnos.

– Bueno hija – dijo la anciana – ya los escuchaste, hay que llevarlos a la libertad – y el motor, por fin, se echó a correr

Así salimos bruja, lobo y yo. Podemos dejar de narrar y comenzar a vivir. Ya hemos salido de los libros olvidados y ahora vamos por mejores aventuras en este mundo de coches compartidos y ancianitas sonrientes que aman conversar.

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