Fabio entró en la habitación y se fijó en la maleta que su mujer había dejado semiabierta sobre la cómoda justo la noche anterior. Había llegado tan cansada de su viaje en BlaBlaCar que, después de rebuscar dentro de ella mientras él se daba la vuelta en la cama, se olvidó de cerrarla.
Se acercó al equipaje con la intención de deshacerlo cuando vio que algo caía al suelo por un lateral. Era una fotografía Polaroid en la que Martina aparecía agarrada a un hombre desconocido dentro de un coche. Se agachó para recoger la imagen impresa y la observó durante unos instantes. Estaban riéndose a carcajadas. Hacía mucho que no la veía reírse así.
Una llamada repentina desvió su atención al móvil que vibraba dentro del bolsillo de su pantalón. El nombre de Martina apareció en la pantalla. En su rostro apareció una expresión de desconcierto. Hacía tan solo unos minutos que ella había bajado a la cocina a preparar el desayuno.
Descolgó y escuchó cómo la voz temblorosa de su mujer salía del celular: —Fabi, no sé muy bien cómo decirte esto, por eso te estoy llamando. Hay un globo de color rojo pasando por delante de la ventana. Asómate. ¿Lo ves?—. Él asintió mientras iba recorriendo el cielo azul con la mirada, sin perderlo de vista. Ella continuó diciendo: —Desde ahí podremos ver la Tierra cuando la Tierra se acabe. Los chicos estarán bien. No tienes que preocuparte por ellos. Pero ahora debes saber que ese globo soy yo.
La fotografía se deslizó entre los dedos de Fabio como una hoja cayendo silenciosa del árbol para acabar, finalmente, en el suelo.
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