Hasta voy a soñar con este viaje

—Pues ya estamos, ¡vámonos! —gritó Paco, el conductor, con esa voz grave que retumbaba en todo el coche.
Antonio, en el asiento de al lado mía, le dijo:
—Paco, ¿tú no tendrás una cabra escondida ahí dentro? Porque el coche suena como si estuvieras masticando tornillos.
El coche en cuestión, un Seat Ibiza más viejo que andar p’alante, vibraba como si fuera a despegar. Paco le dio dos golpes al salpicadero y dijo:
—Esto es normal, hombre. El coche lo hace pa’ recordarnos que estamos vivos. Eso sí, el aire acondicionado no funciona, pero con el ventilador de mano y las ventanitas abajo, se lleva de lujo.
En el asiento del copiloto iba Lola, una señora de unos sesenta años con un abanico que, más que mover aire, espantaba moscas.
—Paco, tú tira p’alante pero sin prisa, que no tengo ganas de llegar al cielo antes de tiempo —dijo Lola mientras se abanicaba.
—Tranquila, que este coche tiene una cosa buena: si quieres correr, no te deja. Y si quieres frenar, ¡tampoco! — se reía.
Yo sudaba más que un pavo en Nochebuena. Mi finde en la playa se alejaba como se alejó mi ex.
La vibración del coche iba a más. Antonio empezó a rezar en susurros. Paco, sin inmutarse, metió la quinta marcha con más fe que precisión y gritó:
—Vamos torete, ¡dale caña!
Entonces, todo se calmó. El motor dejó de sonar a tractor y el aire fresco entró por las ventanas.
—¿Estoy muerto? — Yo ya me veía acariciando el trigo.

— Niño, despierta que hemos llegado. Qué bien huele a mar… — era Paco, estábamos los dos solos. — Di que sí, que yo también me habría sobado si hubiera podido, pero estaba feo siendo el chófer.

Todo había sido un mal sueño. Paco se libró de milagro de una mala valoración en BlaBlaCar.
El que no se libró fui yo: “Puntual, pero con el calor y el traqueteo se durmió nada más salir. Me dejó más solo que Bambi el día de la madre.”