Cambio de planes

Cambio de planes

MjM

30/09/2024

«¡Llega tarde!»

《¡Muyyyy tarde! Más de dos horas plantada, esperando》.

La de Trujillo había conocido mejores épocas. Ahora, una estación cuasi abandonada a la que apenas se acercaba un puñado de personas en coche acompañando, de recogida o de despedida, a viajeros que bajaban o tomaban alguno de los autobuses que venían de Badajoz, Cáceres, Madrid… y poco más, por eso compartía vehículo cada vez que viaja a o desde su pueblo.

Salió de Madrid a las 7:15 h, con llegada prevista para las 11:05, aunque lo hizo con algo de retraso. Ya había contado con ello, quedando con el chaval del BlaBlaCar con suficiente margen.

Se estaba arrepintiendo de no haber comido nada en la estación de Navalmoral; ¡quién podría imaginar que allí no habían retomado su actividad y que estaría así de muerta!

«¡Por fin!», pensó al tiempo de ver aparecer el Polo azul que estaba esperando.

No aparcó a su lado, siguió para dejar el coche estacionado fuera de la zona de aparcamiento, a pesar de permanecer todas las plazas vacías.

«¡Será capullo! ¿Acaso no me ha visto?» —rezongó, al tiempo que arrastraba la maleta en su dirección.

Bajó una chica de abundantes rizos recogidos en un moño improvisado con una especie de estilete. Iba con un vestido largo de estampado floreado y colores llamativos, en el que se alcanzaban a distinguir lo que parecían manchas aún húmedas.

—Hola, ¿eres Vanessa? —preguntó la chica, consciente de la forma con que miraba su ropa.

—Sí, claro. ¿Ves a alguien más por aquí con una maleta verde turquesa y con cara de cabreo? Llegáis con dos horas de retraso. Aunque adivino que tú no eres Marco.

—No, evidentemente, no soy Marco. Te pido disculpas. Hemos sufrido un pequeño percance.

—¡Vaya! ¿Qué ha pasado? —sus ojos volvieron a dirigirse a las manchas del vestido.

—Sí, bueno, esto también. Me he tirado un bote de Coca-Cola por encima, como ya te puedes imaginar —dijo mirándolo, sin tocarlo mucho, más bien doblándolo para evitar rozarlas.

»¡NO! —gritó cuando Vanessa se disponía a abrir el maletero— no hay sitio. Siéntate con todo ahí atrás.

Del respaldo del copiloto asomaban trozos de espuma de entre la funda rasgada y se apreciaban restregones por el salpicadero, la ventanilla… En el asiento descansaba un chaquetón hecho un gurruño.

Dudó.

—¿Vamos?

—Prefiero quedarme.

La conductora echó su mano al pelo y sonrió, sujetándole la puerta.

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