Ahí estábamos, cuatro desconocidos compartiendo coche rumbo a Asturias. Yo, Dani, me ofrecí a conducir porque, bueno, ¿cuánto peor podría ser que un viaje en tren abarrotado? Craso error.
En el asiento del copiloto iba Ana, una profesora de yoga que no dejaba de intentar que todos hiciéramos ejercicios de respiración. «Inhalad por la nariz, exhalad por la boca», decía, mientras yo trataba de concentrarme en no desviarme de la carretera.
Detrás estaban Javi y Susana. Javi, un fanático del senderismo que insistía en hablar de las maravillas de caminar 20 kilómetros a pleno sol. «Es revitalizante», decía. A Susana, en cambio, todo parecía darle igual. Ella solo quería llegar a Asturias para ver a su novio surfista. «Me prometió que aprendería a hacer olas», murmuraba cada tanto, mirando por la ventana con una sonrisa soñadora.
El viaje iba bastante bien, dentro de lo que cabe, hasta que decidimos parar en una gasolinera. Ahí fue cuando las cosas se pusieron interesantes. Ana salió a comprar «algo saludable» y volvió con una bolsa llena de lo que parecía alga seca y unos batidos de color verde fosforescente. «Esto nos va a dar energía natural», aseguró mientras repartía el brebaje. Yo me negué con una excusa torpe, pero Javi y Susana, valientes, se lo bebieron de un trago.
Reanudamos el viaje y no pasó mucho tiempo antes de que Javi comenzara a hacer ruidos extraños en el asiento trasero. «Oye, Sergio, creo que ese batido me está haciendo efecto… ¿dónde está el baño más cercano?»
Y así fue como empezamos nuestra aventura: buscando urgentemente un baño para nuestro amigo senderista, que parecía haber subestimado el poder del «batido saludable». El GPS nos llevó por una carretera secundaria que, por supuesto, no tenía ni una gasolinera ni un bar en kilómetros. Javi, pálido, empezaba a sudar frío.
Finalmente, encontramos una pequeña venta junto a la carretera, y Javi salió corriendo como si su vida dependiera de ello. Ana, imperturbable, seguía intentando enseñarnos a «canalizar la energía del universo». Susana, mientras tanto, grababa todo para su Instagram, con la etiqueta #ViajeDeLocos.
Cuando por fin llegamos a Asturias, estábamos agotados, pero no podíamos parar de reír. Al final, resultó ser el viaje más divertido que había tenido en años.
Eso sí, nunca más volví a probar un batido verde.
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