Hace unos años, yendo por la ruta, pare el coche en la banquina para recoger un galgo abandonado.
Cuando le abrí la puerta, entró, lenta pero confiadamente en la parte de atrás.
Ahi quedó, en silencio, con sus ojos toda pupila.
Faltaban más de dos horas para llegar, y se me ocurrió parar al costado de un campo a la altura de Lobos. Bajé y el también lo hizo, tan silenciosamente como había entrado, como en trance. De pronto vio un gato, comenzó a correrlo, lo alcanzó, lo atrapó y lo mató…luego se quedó sentado, aturdido y perturbado, sin saber que hacer. En ese momento fue como si me contara su historia. Toda su vida había corrido detrás de una liebre de goma deseando alcanzarla, y ahora que lo había logrado ya no sabia como seguir…

Max. Asi lo llamé.

Tenia la costumbre de subirse a la cama a la hora en que debía despertarme. Era un movimiento silencioso, todo él era silencio y mirada. Siempre que alguien me preguntaba si vivía solo me quedaba pensando en la presencia de Max. Nunca pedía nada, ni salir, ni entrar, ni comer. Nada. Aceptaba lo que le daba. Aceptaba su destino como si estuviera vacio…

Un domingo, me desperté al mediodía. El no estaba en mi cama. Me levanté, y acercándome puse la mano cerca de su hocico. No respiraba…

Alguien dijo que acumulaba cosas inútiles, y asi era, por eso tenia esa caja de la tele de 21 pulgadas que ya había tirado por no tener mas arreglo, y no tiré la caja.

Metí a Max dentro, llamé a un amigo de Floresta y le pedí enterrarlo en su jardín.

Paré un taxi. Dije que llevaba a Max en la caja, no aceptó el viaje. Al segundo taxi le mentí. Llevo un televisor.

Estaba garuando. El sonido de las ruedas del auto en el asfalto me hicieron sentir mejor. Fui en silencio hasta mi destino, le pedí al chofer que esperara un minuto y toqué el timbre. Salió mi amigo, nos saludamos, y cuando gire la cabeza en dirección al taxi ya no estaba, se había ido silenciosamente como Max…

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