La esperanza es un viaje

La esperanza es un viaje

Era Nochebuena, la niebla cubría todo con aire de misterio. Bruna y yo iniciamos un viaje hacia el sur de Francia. La tristeza anidaba en ella desde que su joven marido falleció, un vacío que de pena la llenaba.

Yo conducía en silencio, esperando que el viaje aliviara su dolor, apenas un poco. Bruna apenas se parecía a la chica alegre que conocí gracias a BlaBlaCar años atrás; sus ojos reflejaban una profunda tristeza, y su otrora permanente sonrisa, había quedado desdibujada. La nostalgia la envolvía, miraba por la ventana como buscando algo en el horizonte.

La atmósfera dentro del coche era confusa, al igual que afuera. La niebla apenas dejaba ver las tenues luminarias por las que pasábamos, cual barco fantasma. De repente, un destello de luz azul atravesó el paisaje. “¿Lo viste?”, preguntó Bruna, despertando de su letargo. Un fuego fatuo azul nos rodeó y nos cegó por completo.

Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos en una estación de servicio. El lugar estaba lleno; no había sitio, pero amablemente nos invitaron a compartir mesa dos personas: Louis y Brigitte. Ellos, al sufrir su coche un pequeño accidente, lo asumieron con calma y no parecían tener prisa alguna. “Mal momento para quedarse tirado”, dijo Louis, mientras Brigitte asentía mecánicamente.

Mientras charlábamos, una Bruna distinta a la del inicio del viaje comenzó a hablar sin parar. Había algo renovado en ella; parecía estar viva de nuevo. Sus ojos brillaban con una chispa que hacía tiempo no veía. Tras una animada conversación, ofrecimos llevar a nuestros nuevos amigos al lugar donde pasarían la Nochebuena.

Ya en el coche, Bruna se quedó dormida al instante de reanudar la marcha. En ese momento, una corriente cálida nos envolvió. La guantera empezó a brillar con destellos azules. Bruna despertó y la abrió, encontrando unas galletas con un dulce aroma. “¿De dónde salieron?”, susurró emocionada.

Al mirar por el retrovisor, Louis y Brigitte habían desaparecido. “Bruna, no hay nadie atrás”, dije temblando. Ella me miró con ternura y respondió: “Tranquilo, Carlos, no estamos solos. Además, nos tenemos el uno al otro. Para eso somos amigos”.

Aquella Nochebuena, que comenzó triste, nos devolvió la esperanza. Incluso en los momentos más oscuros, las conexiones humanas pueden traer luz. BlaBlaCar fue testigo, una vez más, de cómo un viaje compartido puede transformar la vida.

A menudo, los mejores regalos los encontramos durante el camino.

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