La belleza de la incertidumbre

La belleza de la incertidumbre

Sucedió en un coche, un viernes gris. Las gotas de
lluvia bajaban por los cristales del vehículo, como si fueran
esquiadores haciendo slalom. Lo sé porque no me atrevía a apartar
la vista de él, ya que era mi forma predilecta de observar al chico
que estaba en el asiento derecho: alcanzaba así a ver retazos de su
rostro de perfil… de sus labios, de su nariz… mientras luchaba
por superar mi timidez y mi miedo a hablarle. Ahora había dos
versiones de él: la que estaba sentada en el coche y la que estaba
reflejada en el cristal, recordándome esto a cómo es algo en
realidad y cómo crees o intuyes que será.

Me amparaba en
esta dicotomía para dejar volar mi imaginación: puede que el chico
del cristal también quisiera observarme o hablarme… puede que
estuviera soltero, puede que le gustasen los gatos. Esa es la belleza
de que te atraiga alguien y mantenerlo en secreto: durante ese dulce
período de incertidumbre, todo puede ser posible y todo puede no
serlo. Y te debates en silencio de si hablar o si no hacerlo, de si
acaso debes osar a interrumpir la ya citada incertidumbre… Le miré
a través del reflejo, noté que me estaba mirando… y dejé de
hacerlo para mirarle en persona. Un
«hola»
tímido se escapó de mis labios, haciendo gala de una
osadía desconocida en mí.

Definitivamente,
ese día la realidad fue mil veces mejor que cualquier pensamiento,
plan o suposición.

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