Viernes por la tarde, nos reunimos en la plaza del mercado, cinco desconocidos, rumbo a Cáceres. Conducía Javi, un tipo tranquilo, que parecía que nada en la vida podía alterarlo. Pero la verdadera estrella del viaje fue Carmela, la pasajera del asiento delantero, que desde que subió al coche, llenó el espacio con su chispa desbordante… y su perfume de pachuli, que apestaba a todos.

– ¡Hola, chicos! –dijo, sacudiendo su chal.
–Me encanta viajar y conocer gente nueva. ¡Además, la energía se mezcla en el aire! ¡Qué bonito!

Miré a Fran, sentado a mi lado, y él alzó las cejas. Julia, la tercera pasajera, se limitó a sonreír tímidamente. Carmela, comenzó a hablarnos sobre el aura, como si fuéramos bolas de luz. Yo me sentía como una bola de discoteca. No sé de qué color vería Carmela mi aura, pero llevaba en mi bolso, un cheque de finiquito. Unas horas antes del viaje, me despidieron. Pero nada impediría perderme mi escapada, para reflexionar y desconectar.

Carmela, primero empezó con Javi.

– Te veo azul, lo siento claramente. Azul profundo,… como el mar. ¡Es un alma vieja! ¡Viejoven!
Javi no dijo nada. Luego fue el turno de Fran.

– Tú, Fran, ¡tienes un aura roja! Fuego, pasión, mucho carácter, –le dijo mientras le miraba atónita. Fran, asintió con orgullo.

Inés, que iba en el lado izquierdo, se mordía las uñas, cuándo Carmela la miró, frunció el ceño.

– Tu aura está un poco…difusa. Como si tuvieras muchas dudas… ¡Pero no te preocupes! Con meditación, se arregla.

Inés intentó sonreír, pero su cara era un poema. Luego, Carmela se giró hacia mí.

– Y tú… ¡Ooh,! ¡Tu aura es blanca! ¡Tienes una luz tan pura! Debes ser una persona muy bondadosa, ¿no?

Antes de que pudiera responder, saltó el piloto del combustible en rojo. Todos miramos a Javi. Él, en su zen eterno, soltó:

– Ups, se me olvidó echar gasolina.

Había tanta gente, en la vía de servicio, que tardé en salir del baño. Cuando ya iba caminando hacia el coche, Carmela asomó su cabeza por la ventanilla y me gritó:

-¡Corre luz blanca, corre!

Me resultó gracioso y aquello me hizo reflexionar. Despertó en mí, cierta curiosidad en saber más acerca del tema.
Carmela, siguió y siguió, hablando hasta llegar a Cáceres, y al bajar del coche, Fran murmuró:

– Espero que el aura de este viaje, se disuelva pronto.

Solté una carcajada.

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