Nunca he visto el mar. En realidad, nunca he visto nada fuera de esta pequeña ciudad de provincias en la que nací.

El trabajo, el cuidado de mis padres enfermos y la falta de transporte público que castiga esta zona, han sofocado mi voluntad de salir de lo que llaman “zona de confort”.

Cuando informé a mis amigas sobre mi decisión de viajar con BlaBlaCar, se sorprendieron mucho. Gracita me tachó de loca irresponsable mientras detallaba todos los peligros que me iban a acechar. Sin embargo, Paca me aplaudió con entusiasmo. Sé que se hubiese unido a mi locura de no tener que ocuparse de su madre.

Aquí estoy, en la parada indicada por Sebas, el conductor. Media hora antes por si acaso. Con la mochila que he comprado para no molestar con maletas.

Me tiemblan las piernas y el corazón galopa descontrolado en mi pecho, coceando mis tímpanos.

Veo el Nissan rojo. Sebas me saluda cordialmente y me invita a sentarme en la parte de atrás. El asiento del copiloto está ocupado por una chica que me pregunta sonriente si no me importa ir atrás. Ella se marea. De todos modos, bajará en Madrid, donde vive su novio.

Permanezco en silencio mientras ellos conversan animadamente. A través de la ventanilla, contemplo los campos de trigo maduro y la colza pincelando de amarillo el paisaje. Colonias de amapolas caprichosas rompen la monotonía de colores.

En Ávila recogemos a Patricia con su gata Tábata. ¡Qué tranquilita en su transportín! Se dirigen a Albacete a visitar a la familia.

Poco a poco voy venciendo mi timidez y participo en las conversaciones. El viaje es largo pero las historias de mis compañeros lo amenizan y entretienen.

En Madrid, se une Carlos, ingeniero y especialista en chistes divertidísimos.

El paisaje muda como la piel de las serpientes y mis ojos se impregnan de tonalidades desconocidas.

Llegamos a mi destino. Sebas se ofrece a acercarme hasta la playa aunque no sea la parada convenida.

Aquí estoy, con la arena fresca jugueteando con mis dedos y un manto de infinito azul inundando mis pupilas. No sé cuánto tiempo llevo así. El tiempo es inconmesurable cuando nos invade la felicidad.

Extraigo de mi mochila un mapa de España y lo despliego en la playa.

Cierro los ojos y lanzo una piedrecilla sobre él: ¡Tarragona! ¿Por qué no?

Busco en BlaBlaCar: “Santiago M., 20 euros”. ¡Reservado!

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