Era un viernes por la tarde cuando subí al coche compartido de BlaBlaCar rumbo a una ciudad costera. No esperaba más que unas horas de trayecto y conversaciones triviales, pero el destino tenía otros planes. En el asiento del copiloto, con su guitarra al lado, estaba David, un músico que iba a tocar en un pequeño concierto improvisado esa noche. Detrás de él, Marta, con una caja de percusión, y Andrea, la chica que me atrapó con su risa.
Durante el trayecto, la música llenó el coche. David empezó a rasguear la guitarra, Marta marcaba el ritmo, y Andrea entonó una canción que nos hizo olvidar el viaje. Antes de darnos cuenta, llegamos a la ciudad y nos invitaron al concierto en un bar frente al mar. Me ofrecieron un instrumento y, sin dudarlo, me uní a la banda improvisada.
La noche fue mágica. Tocamos varias canciones, cada vez más conectados. Al final, el público estalló en aplausos, y una pareja se acercó para felicitarnos. Nos invitaron a su casa, a pocos metros de la playa, para seguir la fiesta. Aceptamos, sin imaginar que sería el comienzo de un fin de semana inolvidable.
La casa era acogedora, con una terraza que daba al océano. Pasamos la noche tocando, riendo y compartiendo historias. Andrea y yo hablamos durante horas, como si nos conociéramos de toda la vida. Cuando el sol comenzó a asomarse, me tomó de la mano y caminamos por la playa, dejando nuestras huellas sobre la arena mojada.
Ese fin de semana fue como un sueño. Nos bañamos en el mar, cocinamos juntos y cantamos hasta que se nos acabaron las canciones. Andrea y yo nos mirábamos de una manera que decía mucho más de lo que nos atrevíamos a expresar. El domingo por la tarde, cuando nos despedimos y volvíamos a la realidad, ya sabíamos que lo nuestro no era pasajero.
Hoy, mientras escribo estas líneas, Andrea está a mi lado, sonriéndome como aquella primera noche. Nos casaremos pronto, y cuando alguien nos pregunta cómo nos conocimos, siempre decimos que fue gracias a un viaje en BlaBlaCar que terminó siendo el mejor trayecto de nuestras vidas.
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