Un viaje que cambió mi vida

Un viaje que cambió mi vida

Melissa Del Risco

27/09/2024

Era un viernes por la tarde y el cansancio del trabajo se apoderaba de mí. Sabía que tomar un taxi compartido no era la mejor opción, pero no tenía energías para esperar más. Apenas subí al auto, noté que el conductor era joven, tal vez inexperto. Detrás de mí, subieron dos personas más, y una mujer se acomodó en el asiento delantero, junto al conductor.

El viaje comenzó normal, pero pronto noté que el conductor no soltaba su teléfono. Enviaba mensajes de texto y audios, mientras conducía con una mano o apoyando los codos en el volante. El auto se desviaba de su carril varias veces, y la tensión en el aire era palpable. Nadie decía nada.

En una de esas maniobras peligrosas, no pude callarme más. “¿Podrías dejar el móvil, por favor?”, le dije con firmeza. Me miró por el retrovisor y, aunque no parecía convencido, obedeció.

Respiré aliviada por un momento, saqué mi celular para avisarle a mi madre que ya estaba en camino, envié el mensaje y guardé el teléfono. Cerré los ojos, esperando relajarme un poco.

Lo siguiente que recuerdo fue una sensación de caos total, como si el mundo girara sin control. Sentí mi cuerpo dar vueltas y escuché mi propia voz gritar: «¡No, no!». Trataba de abrir los ojos, pero no podía. Todo era confuso, borroso.

Cuando finalmente los abrí, vi a mi alrededor. Todos estaban inconscientes, algunos ensangrentados. Me toqué el cuerpo rápidamente; no tenía heridas visibles, pero mi cara estaba adormecida por los golpes contra el asiento. Al mirar hacia adelante, vi la parte trasera del conductor, pero él no estaba. Sentí una oleada de pánico.

Me toqué las piernas y susurré: «Estoy completa». Hice un esfuerzo para abrir la puerta, pero mi cuerpo no respondía. Coloqué un pie fuera del auto y caí directamente a la pista.

«Dios, ¿qué me pasa?», pensé mientras intentaba ponerme de pie, pero mis piernas no me sostenían. Comencé a gatear, alejándome del auto. En el camino, vi gotas de sangre, pero no sabía de dónde venían. Mi cuerpo estaba entumecido, mi mente en shock, pero seguí moviéndome, agradeciendo en silencio una sola cosa: «Estoy viva».

Así me alejé más del auto, sin entender cómo había sucedido. ¿En qué momento? Solo cerré los ojos, y todo fue inmediato, tan rápido. Miré al cielo y susurré: «Gracias, Dios… aún me falta mucho por vivir, mucho por hacer».

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