Sucedió en un coche

Sucedió en un coche

Todo empezó como un trayecto normal en BlaBlaCar: desde Alicante hacia Madrid, con dos chicos, uno madrileño y otro gallego. La conversación iba fluida, todo marchaba bien, hasta que decidimos parar en un área de servicio para estirar las piernas. Mientras yo me tomaba un café rápido, el madrileño, con cara de ilusión, me comentó:

Voy a comprarle un regalo a mi chica, que mañana es nuestro aniversario.

¡Sin problema! — le respondí.

Pero jamás me imaginé lo que ocurriría cinco minutos después.

Cuando vuelve, lo veo salir de la tienda con un osito de peluche… que parecía haber crecido con esteroides. ¡El peluche era casi del tamaño de una persona!

Mi cara de incredulidad era un cuadro, y el gallego, sin decir nada, solo abría los ojos como platos. Tras un incómodo silencio, decidimos lo más lógico: sentar al señor Osito en la parte de atrás, con su cinturón bien puesto. No vaya a ser que los peluches sean peligrosos en caso de frenazo.

Todo parecía controlado, hasta que, a pocos kilómetros de la capital, tomé una salida equivocada. “No pasa nada, lo arreglo en la siguiente rotonda” pensé. Pero claro, el destino es caprichoso, y en lugar de una vuelta fácil, nos encontramos con un control policial de esos que te hacen sentir culpable, aunque no hayas hecho nada. Y ahí estábamos: dos chicos, yo, y el osito que nos miraba fijamente desde el asiento trasero.

Los policías nos pararon, nos pidieron los papeles, y por supuesto, se fijaron en nuestro peculiar compañero de viaje. Uno de ellos no pudo resistir la pregunta:

¿Y este osito?

Es… un regalo— respondí, intentando no reírme.

Después de un registro exhaustivo, que incluyó revisar hasta los calcetines del peluche, nos dejaron ir. Mientras nos alejábamos, el gallego, que había estado callado durante todo el control, soltó:

Menos mal que el osito no llevaba nada ilegal.

Y así, tres humanos y un osito, llegaron finalmente a Madrid, tras el viaje más surrealista que he tenido en tres años como conductor de BlaBlaCar.

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