Un destino, cuatro historias

Un destino, cuatro historias

María Baldes

27/09/2024

El sol seguía cayendo a plomo sobre el parabrisas. Dentro del coche, los cuatro pasajeros estaban inmersos en sus pensamientos cuando, de repente, María rompió el silencio.

—¿Vais de vacaciones o por trabajo? —preguntó, sin mirar a nadie en particular.

Daniel, el chico de las gafas, levantó la vista de la ventanilla, sorprendido. Parecía que hubiera olvidado que había más gente en el coche.

—Vacaciones… creo. —Respondió, con una sonrisa insegura. Luego, añadió—. Bueno, más bien a ver qué pasa. No tengo planes. ¿Y tú?

María se encogió de hombros.

—Una boda. —Hizo una pausa breve—. De alguien a quien apenas conozco.

El hombre del sombrero, en el asiento del copiloto, rio por lo bajo, sin volverse. Su risa era seca, como si no la usara a menudo.

—Lo mejor de las bodas es que puedes beber gratis —dijo, sin mirarlos, manteniendo los ojos en la carretera.

María lo miró de reojo, sin estar segura de si lo decía en serio o en broma.

—¿Y tú? —le preguntó Daniel al hombre del sombrero—. ¿Por qué vas a Salou?

Pero antes de que pudiera hacer otra pregunta, Carmen, la conductora, habló, sin apartar la vista de la carretera.

—Salou en septiembre es un caos. —Dijo, casi para sí misma—. Está lleno de turistas. Pero hay un sitio donde hacen la mejor paella que he probado. Se llama “La Marinera”. —Una breve pausa, como si pensara que había hablado demasiado—. Si os gusta la paella.

—Me apunto. —Dijo Daniel, con una sonrisa tímida—. Aunque… no conozco a nadie allí. Solo quería… desconectar.

—¿Desconectar de qué? —preguntó el hombre del sombrero, con una curiosidad genuina.

Daniel vaciló. Miró la ventanilla otra vez, el paisaje que seguía pasando, los campos comenzaban a teñirse de dorado.

—De todo. —Respondió finalmente, sin mucho detalle—. A veces solo quieres desaparecer, ¿no?

El coche se sumió de nuevo en el silencio, pero esta vez no era incómodo. Había algo compartido en ese deseo de huir, aunque cada uno lo viviera a su manera. Carmen, que seguía conduciendo, asintió levemente, como si entendiera perfectamente de qué hablaba Daniel.

Y así, el viaje continuó en dirección a Salou, con las carreteras vacías y el mar brillando en el horizonte, mientras cada uno se sumergía de nuevo en sus pensamientos, más acompañados de lo que hubieran esperado al principio.

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