Arrancaba el coche, emocionado por lo que prometía ser un trayecto tranquilo de 1 hora. Había quedado en la gasolinera con mi pasajera, María. Según el perfil, María era rubia, llevaba gafas y un abrigo rojo. Todo en orden. Al llegar, vi a una mujer tal como la descripción: abrigo rojo, gafas, y una sonrisa nerviosa.
—¡Hola, María! —saludé con confianza.
—¡Hola! —respondió, subiendo al coche sin dudarlo.
Arrancamos, y mientras la música suave acompañaba el ruido del motor, empecé a notar algo raro. María, que según su perfil era muy habladora, estaba más callada que un monasterio. Solo respondió con monosílabos cuando intenté iniciar conversación. Bueno, pensé, igual no es de hablar en viajes.
A la media hora, recibí un mensaje en mi teléfono: “Hola, soy María, estoy en la gasolinera esperándote. ¿Vas a tardar mucho?”. Me giré hacia mi acompañante, que en ese momento sacaba un mapa.
—Perdona, ¿no se supone que ibas a Málaga? —pregunté, confuso.
—¿Málaga? ¡No! ¡Yo voy a Cádiz! —me dijo con los ojos abiertos como platos.
Nos miramos unos segundos, procesando la situación. De repente, todo encajó. Justo cuando estaba por recoger a “María”, había visto a otro coche esperando en el mismo lugar. ¡Había dos conductores y dos pasajeras rubias con abrigo rojo! Pero claro, sin fijarme demasiado, recogí a la equivocada.
—Creo que te has subido al coche equivocado… —murmuré, medio riendo.
—Y creo que tú también has recogido a la pasajera equivocada —dijo ella, riendo también.
Dimos la vuelta, no sin antes soltar unas cuantas risas sobre el surrealismo de la situación. Llegamos de nuevo a la gasolinera, donde efectivamente estaba la verdadera María, junto al otro conductor, que también venía con la pasajera equivocada. ¡Aquello era un auténtico enredo!
Entre risas y disculpas, intercambiamos pasajeros y finalmente seguimos el camino correcto. Aunque, para ser sincero, el tramo más divertido del viaje fue el de la confusión. Al despedirnos, las Marías bromeaban con que tendrían que coordinar mejor sus viajes. Yo, por mi parte, me fui con la certeza de que no hay viaje compartido sin una buena anécdota.
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