En BlaBlaCar todo iba bien hasta que un pasajero me pidió llevar a su “mascota”. Pensé en un perro o gato, pero era ¡una gallina! Me aseguró que era tranquila y, confiado, acepté. A mitad del trayecto empezó a revolotear por todo el interior del coche y ponerse nerviosa. Los demás pasajeros no paraban de reír, y aunque yo no sabía donde meterme, fue una experiencia caótica y surrealista.
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