Para Sara, Carmen y Yolanda.

Hay veces en la vida en las que situaciones extraordinarias se disfrazan de rutina.

En las que cuatro miradas y dos sonrisas sinceras son suficientes para tejer una red donde dejarnos caer.

Un espacio donde el tiempo parece detenerse en los rosas de un atardecer. Que nos invita al baile de almas que se miran, se reconocen y se abrazan.

Las palabras brotan sin prisa, sin miedo, sin juicio, llenándolo todo de una generosidad que me emociona.

Os escucho en silencio. Advierto la mirada triste, la voz segura, las ganas de seguir. El instinto de supervivencia y la valentía de vivir en un mundo poco amable.

Hablamos de cuidar y ser refugio. De construir un hogar para alguien más. Y de cómo, a menudo, nos olvidamos del propio.

Hablamos de corazones rotos, de vidas que se fueron a destiempo, de tristeza y de miedo.

Del duro camino de sanar, desde dentro hacia afuera. De reencontrarse en un alma que parece no ser la tuya.

De caminar. De hacer camino aunque no exista. Hablamos de lo que asusta la vida. De lo que pesa a veces. De lo bonita que es a pesar de todo.

Creo que todas nos hacemos preguntas diferentes. Siempre en busca de las mismas respuestas.

Quizá el destino que tanto ansiamos sea en si mismo el camino que transitamos.

Y quizá se trate precisamente de eso,

De dar un pasito tras otro.

De construir un hogar aquí dentro e invitar a pasar a quien lo llene de luz.

Carmen nos mira, sé que hablar con nosotras despierta en ella fantasmas de batallas pasadas. La observo y sé que ya la admiro.

Me sonríe y con sus ojos azules teñidos del naranja que se cuela por la ventana, dice algo que nunca olvidaré.

La vida empieza cada mañana.

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