El carro compartido

El carro compartido

Margarita

26/09/2024

Yo era pequeña en aquella época y mi mamá tenía el carro en el taller, se le había dañado algo en la caja de cambios y había que retirarlo a los tres días. 

Al segundo día de andar a pie: mi mamá, mi tía, mi primo mayor y yo tuvimos que subir a un carro compartido, en el cual ya había un señor sentado adelante. 

Mi mamá empezó a hablar con el señor, sobre el sol, el calor y el cansancio que produce, mi tía por un lado hablaba de los alimentos que estaban muy caros y como iba a preparar la comida recortando los ingredientes, mi primo hablaba sobre una tesis de estudio que lo tenía muy preocupado. 

Todos hablaban en voz alta y se respondían solos o creían que alguien les escuchaba. 

Ese carro parecía una periquera, yo observaba todo, pero como era una niña no decía nada. El chófer miraba por el retrovisor ese disparate. 

Los transeúntes pasaban y miraban el carro que se paraba por el semáforo con esa bulla, seguro pensaban:

«¿¡Y esos campesinos vienen por primera vez a la ciudad!?»

Nacimos y somos de la ciudad desde generaciones, pero ese día no sé que nos pasó, el calor estaba muy fuerte y las preocupaciones también.

Yo podía leer sus pensamientos por las muecas de sus rostros y el señor que hablaba con mi mamá se sonreía y tal vez se preguntaba mentalmente:

«¿Y estos dos con quiénes hablarán?»

Sus ojos a veces bailaban viéndolos hablar cada uno por su lado. Mi primo para ese entonces tenía diecinueve años. 

Cada uno hablaba su asunto aparte y eso no se podía entender, yo atrapaba las palabras en el aire y podía descifrar lo que decían, pero no completamente. 

Ya íbamos llegando a donde debíamos bajar y mi tía abre la puerta con el carro aún andando y pone la sandalia en el asfalto, como si quisiera frenar el carro tipo Picapiedra, y el chófer se da cuenta y frena y le dice:

—¡Eso que usted está haciendo es muy peligroso señora, puede venir un carro y llevarse la puerta y dejarla sin pie!

Cuando bajamos el chófer seguro sintió un alivio y pensaría: 

«Por fin se bajaron esos locos».

Al tercer día mi mamá sacó el carro del taller, pero esa anécdota en el carro compartido nos dejó riendo. 

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