—…que un Seat Panda se me cruzó y se comió el parachoques de mi Ford Escort… —decía la radio del Corsita. No tenía dirección asistida, ni elevalunas eléctrico, y el “cassette” había sido sustituido por un reproductor de CDs. Tenía 12 presintonías pero no bluetooth, así que la guantera estaba llena de los, para Natalia, antiguos discos de Toni, su padre. A ella le encantaba todo con lo que la envolvía el Corsita, porque recordaba sus viajes al pueblo en el asiento de atrás con su padre y Marta. Sentía una mezcla de nostalgia y orgullo al ponerse tras el volante y ser ahora ella la que decidía su destino, aun sin olvidar su punto de partida. Estaba ansiosa por llegar al pueblo.
—Mira qué brazos se me están poniendo de llevar este coche —bromeaba Natalia—. Creo que voy a dejar el gimnasio.
Natalia y Sara cantaban y reían. Aún les quedaban cinco horas de viaje, pero su energía parecía incombustible.
—Por la raja de tu falda yo tuve un piñazo con un Seat Panda —coreaban al unísono.
Cuando llevaban dos horas y media de viaje pararon a comer algo. Estaban en la provincia de Castellón, así que se decidieron por un arroz a banda para compartir, previos calamares con alcachofas
—En cuanto más acelero, más calentito me pongo…—sonaba en la radio de la terraza donde estaban sentadas. Natalia iba cantando con la boca llena.
Dieron buena cuenta de toda la comida, se tomaron su postre y, después, claro, su cafelito. A Natalia le gustaba el café solo. Sara, sin embargo, como aún no tenía carné y, por tanto, no iba a conducir, se tomó un carajillo con licor de crema irlandesa.
—Acelera un poco más porque me quedo tonto y vamos muy lento… —dijo el Corsita, tan pronto como arrancó. Natalia seguía coreando, pero parecía que a Sara le sobrevino una suerte de modorra.
Retomaron su viaje, dirección sur.
—Adelantando estoy, en movimiento lento pero avanzando… —Natalia no se callaba.
—Soy eterno viajero de sueños e ilusiones…—por dios, que se calle ya, pensaba Sara.
—Voy en un coche, que robé anoche… —¿en serio?
—Solo es un viajeeeeeee… —¡Aaaargh!
Cuando llegaron a la Sierra de Segura y Sara oyó el silencio de la montaña, se le saltaron las lágrimas. Natalia la rodeó con su brazo y le ofreció su hombro.
—Lo sé, es precioso —dijo Natalia.
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