Era un día como tantos otros, todo era tranquilidad, esa inmensa paz tan deseada y que había costado tanto encontrar. Tras largos años de esfuerzo, Carlos sintió que tenía aquello que durante su dura vida había añorado tantas veces, una pequeña casa al lado de un río y en un lugar con tan pocos habitantes, que casi nadie sabía exactamente quién vivía allí. Durante muchos años había ido ahorrando para poderse permitir esa casa, fueron muchos años de sacrificio, renunciando a vacaciones, a caprichos, todo por ver cumplido su sueño, ahora al fin podía disfrutar de la vida. Al menos eso creía….

Carlos era un hombre de carácter extrovertido, simpático y con gran facilidad de palabra, durante muchos años tuvo que tratar con todo tipo de personas, trabajaba cara al público y eso le había dado tablas, conocía muy bien a las personas, sus dobles caras, su hipocresía, para él era un simple trabajo una forma de ganarse la vida, en su día a día tenía que mostrar su mejor cara, una sonrisa postiza, fingir que todo iba bien y seguir con una rutina, muy lejos de la vida que él había querido. Cada día al levantarse se vestía y se colocaba la careta como él decía, era como llevar uniforme.

Pero eso ya formaba parte de su pasado, ahora su vida había dado un gran giro, pasó de estar rodeado por gran cantidad de gente a ser un hombre solitario. Casi un ermitaño. La única y grata compañía diaria era la de sus valiosos libros. Carlos era un lector empedernido, aprovechaba cada minuto que podía para dedicárselo a la lectura. Ahora tenía todo el tiempo del mundo, un lugar tranquilo y su espacio del lector, era así como él llamaba a su pequeña biblioteca, llena de libros que había releído una y otra vez. Ejemplares de todo tipo de poesía, novela, … Cualquier cosa era válida para poder viajar a través de esas historias y perderse en el inmenso placer de la lectura.

En aquella casa tan alejada del ruido y de la civilización pasaba sus horas en soledad, después de tanto estrés y una vida tan ajetreada al final su sueño se había hecho realidad.

En la segunda planta de aquella casa había una gran terraza, allí se sentaba horas y horas sin nada más que hacer que observar esas inmensas nubes que surcaban el cielo, en sus diferentes formas imaginaba figuras junto a un inmenso silencio en el que solo podía escucharse de vez en cuando el sonido de las abejas, anunciando la llegada de la primavera.

Sentado en una cómoda silla con unos enormes cojines para no sufrir de la espalda, el tiempo parecía detenerse, al lado se encontraba una mesa y encima de ella su gran pasión, una gran torre de libros, que esperaban ser devorados. Cada libro era único, especial, con cada uno le transportaba a aventuras distintas a viajes y a lugares maravillosos,los cuales de otra forma jamás hubiese podido descubrir. Eran su ventana al mundo, allí donde había pasado más de media vida y tan apenas conocía una parte muy insignificante. Una pequeña ruta de unos cuatrocientos kilómetros era la que realizaba semanalmente y así durante más de cuarenta años. La misma carretera, la misma gente, pocas emociones y esa monotonía que consumía su vida a diario. Esos libros le habían ayudado a seguir día tras día e incluso habían sido su mejor medicina en los peores momentos.

A diario veía aviones que pasaban y se adentraban en esas enormes nubes, era como ver una línea muy lejana en el horizonte. Él no había viajado demasiado, los aviones no eran precisamente su medio de transporte favorito, pero con esas historias había visto mucho más que muchos viajeros. Era un hombre inquieto, culto y muy informado, tanto que otro de sus grandes hobbies era escribir, había sido una forma de ganarse la vida. En sus ratos libres, pocos más bien, sacaba algo de tiempo, le encantaba poder plasmar su opinión, su punto de vista y escribir simplemente por el hecho de quitarse ese estrés acumulado. Fue así como un buen día envió un artículo a un periódico, una como tantas veces que participaba en concursos, pero esta vez al fin obtuvo respuesta, al periódico le gustó su artículo y le ofrecieron escribir en una columna que se publicaba dos veces a la semana. Fue una gran alegría y a su vez un gran alivio, era un dinero extra que podía ir ahorrando. Pronto iba a jubilarse y a decir verdad todo iba a venirle muy pero que muy bien, después de tantos años de trabajo, su paga no iba a ser para tirar cohetes.

Se sentía afortunado, al final alguien había valorado su esfuerzo y eso le reconfortaba.

Desde que lo habían contratado hasta el día de hoy una gran cantidad de artículos habían sido publicados, en cada uno ponía su alma, su opinión más sincera, era un trabajo minucioso pero muy grato, él era realmente feliz. ¿Qué más podía pedir en aquel pequeño paraíso con sus libros, su ordenador y sus artículos?

La vida en aquella casa le hacía feliz, estaba solo pero eso no le importaba, gran parte de lo que deseaba estaba allí, ya jubilado y con todo el tiempo del mundo, que parecía ser interminable… Siempre madrugaba, él decía que las buenas obras se hacían de par de mañana. Era un hombre muy cuadriculado, lo tenía siempre todo planeado y aunque a veces hacía alguna excepción, lo normal era seguir una rutina. Era la educación que había recibido desde pequeño y, en la vida, la verdad es que esa rutina le había ido bien.

En aquella solitaria casa, a las siete sonaba el despertador, aunque a esa hora Carlos llevaba unos minutos despierto ya que siempre se levantaba antes de que el despertador sonase, aun así prefería ponerlo todas las noches por si algún día se quedaba dormido. Abría la ventana, miraba al cielo yya prácticamente podía intuir el día que iba a hacer. Después se dirigía al baño y bajaba las escaleras para ir a la cocina. Lo primero era un buen desayuno, eso ya ponía todo su mecanismo en marcha, aunque ya mientras bajaba por las escaleras mil ideas comenzaban a aparecer en su cabeza, miles de palabras esperando ser plasmadas en una hoja para posteriormente ser enviadas y formar parte de ese periódico que el leía a diario mientras desayunaba. Cada día una nueva idea, algo que contarle al mundo, una nueva información al público.

En aquella acogedora cocina mientras iba haciendo el café, Carlos encendía el ordenador y así además de tenerlo preparado para su artículo iba leyendo las noticias, esos acontecimientos que ocurrían tan lejos de aquel tranquilo lugar en el que tan apenas se veía el desplazamiento de las nubes y un avión que por allí pasaba.

Era uno de los mejores momentos del día, un buen desayuno, informarse acerca del mundo y pensar en la próxima historia y así día tras día. Esa rutina le llenaba de una enorme felicidad, se había vuelto un hombre tranquilo y al final había hallado esa inmensa paz interior que en un periodo oscuro de su vida había perdido y que estuvo a punto de cambiar su desino…

Cinco años antes, la vida de Carlos era muy diferente. Estaba en esa edad en la que era capaz de comerse el mundo, de vivir con ganas, pero aquel trabajo en el que empleaba casi todo su día, no le dejaba disfrutar de esa vida que él quería, no había tiempo para la lectura, no tenía tiempo para el ocio y mucho menos para su familia, a la cual hacía años que aun teniéndola ya la había perdido. En parte, él era consciente de que aquella no era la vida soñada, pero no le quedaba otra que seguir luchando.

‘Cinco años, solo cinco largos años’ pensaba cuando tenía días de bajón, ‘pero después seré libre pensaba, tendré la vida deseada, me retiraré y podré vivir mi sueño, recuperaré a mi mujer y a mi hija, todo volverá a ser perfecto.’Hasta que ese momento llegase debía seguir luchando para poder ver cumplido aquel sueño. Había hipotecado su casa para pedir un préstamo y poderse comprar esa casa, ese nido que iba a ser su pequeño paraíso. No invirtió demasiado, no podía permitírselo, decidió comprar una casa vieja, pensó que en unos cinco años él tendría tiempo para ir arreglándosela, eso sería un gran ahorro. Fue ahí donde comenzó el problema.La casa, esa hipoteca y la falta de dedicación a la familia, fue lo que hizo que Carlos poco a poco se alejase de su mujer.

Sandra, su mujer, era soñadora, le encantaban los detalles, jovial e entusiasta de la vida. Encontraba siempre un momento para sonreír, para buscar lo positivo en lo más negativo. Carlos fue su primer y único amor. No habían tenido una vida fácil, pero su inmenso amor había conseguido superar todas las barreras. Pero poco a poco Carlos se alejó de aquel hombre que ella conoció. Aquel atento caballero que tanto le hacía reír, cambió de forma radical.

Sandra estaba acostumbrada a salir, divertirse… Y Carlos fue dejándola de lado para ocupar su tiempo en otras cosas.

El trabajo ocupaba gran parte de su tiempo llegaba tarde a casa, unas simples palabras era toda la comunicación que existía entre ellos.Ella sentía que se había vuelto invisible. Cuando él llegaba antes a casa, Sandra esperaba con gran alegría su llegada, pensaba que ese día iban a poder hacer algo juntos, pero él solo buscaba rascar minutos de su tiempo para escribir, leer o buscar ideas para su nueva casa. ‘La estoy reformando para los dos’, le decía a Sandra. ‘Será nuestro nido de amor’ le repetía una y otra vez. ‘Verás cuando me jubile.’

Ella no entendía aquella forma de ver la vida, para ella existía el ahora, el momento, había que vivir cada instante, la vida no esperaba y para los planes de Carlos faltaban cinco largos años, mientras tanto qué iban a hacer con sus vidas. Ella a diario intentaba entenderle, sabía que su trabajo no era fácil, pero él no era el mismo, había cambiado tanto que ya no era ni la sombra de lo que era.

Un viernes, cuando Sandra fue a comprar, se encontró al cartero y esté le entrego la correspondencia, ella vio una carta de un banco, era un banco distinto, ellos trabajaban con otras cajas, al principio eso le resultó extraño, pero sin darle mayor importancia la metió en el bolso y siguió su camino para irse a comprar.

Fue a las dos horas, cuando después de volver a casa y ordenar la compra se acordó de la carta. En ese instante, sintió una gran curiosidad por saber de ella. Cogió su bolso, la sacó y aunque iba a nombre de Carlos, la abrió, no había secretos entre ellos o al menos eso había creído ella hasta aquel día.

Abrió la carta con cierto nerviosismo, una carta de un banco. ‘¿qué podrá ser?’ Pensó una y otra vez. Vio que era una ampliación delcrédito que habían pedido para la casa. Sandra se quedó quieta, inmóvil, totalmente extrañada e incluso muy decepcionada, un gran cúmulo de sensaciones recorrían su mente. No sabía muy bien qué pensar, Carlos no le había informado de nada, fue entonces cuando Sandra se sintió sola, traicionada, era como estar vacía. Llevaba tantos años con él, que no entendía cómo le había podido ocultar algo así, fue en ese instante cuando una inmensa rabia le invadió, un dolor interno, una gran frustración. Tantos años juntos… Por más que intentó buscar una explicación lógica, no la había.

Esto iba a marcar un antes y un después en sus vidas.

Su rabia siguió latente, su primera reacción fue la de coger el móvil y llamarle para obtener una explicación, pero luego pensó que no serviría de nada. Él seguro que prepararía alguna de sus historias y acabaría convenciéndola de lo inconvencible. Decidió esperar a que el volviese.

Ese día fue un mal día para Sandra, tenía el día libre, pensaba que iba a ser un buen día pero todo lo contrario. Fue uno de esos días en los que uno tiene diálogos consigo mismo, una pregunta tras otra, tantas sin respuestas, reproches a uno mismo por estar tan ciego y querer huir de la realidad. Y todo por amor, un amor incondicional que ella había entregado a cambio de nada.

En su relación siempre habían tenido altibajos, nada que durara más de unos días y que no se arreglase con un ’lo siento cariño’, esto había colmado el vaso. Se sintió tan decepcionada, que comenzó a dudar, recordó momentos en los que él llegaba tarde del trabajo, le contaba que tenía mucho que hacer en la oficina o esos viajes en los que dormía fuera. En ese instante, se sintió la mujer más imbécil de la tierra. Esta noche quizás fuese una de sus peores de su vida, sabía que la decisión estaba tomada, nada entre ellos volvería a ser igual.

Hacia las ocho Carlos volvió a casa y ella le esperaba en el salón. La carta en la mano aunque con el cojín encima para que él no la pudiese ver. Él como todos los días se acercó e inclinó la cabeza para darle un beso. Ella con cara de pocos amigos, la giró y apartó los labios.

En ese momento, ansiosa por conocer cuál iba a ser su excusa esta vez, sacó la carta y medio gritando le dijo: -¿tú quién te crees que eres para hacerme esto?

Carlos lejos de saber que ocurría, la miró con cara de ‘ya se te pasará’, típico en él.

Ella siguió con su ataque, -¿por qué no contestas? ¿Qué te pasa, creías que no iba a enterarme? Eres un auténtico cerdo, sabía que no podía confiar en ti, ¡qué tonta he sido! Cuántas veces me habrás engañado. Ahora sé por qué se fue nuestra hija, ojalá me hubiese ido yo también. Eres un egoísta.

Ella seguía en su monólogo destructivo, totalmente fuera de sí. Mientras, Carlos, sin saber el por qué de ese ataque, se quedó en silencio. Pensaba que se le pasaría, como siempre.Lo único que le dolió fue que ella nombrase a su hija. Eso era una herida que llevaba en el corazón hace tiempo y que había preferido olvidar.

Sandra seguía con sus reproches, –no dices nada, siempre has sido un cobarde.

Fue entonces cuando ya harto de tanto reproche. Se encaró con ella.

-No dices más que estupideces,¿qué te pasa. Por qué te pones así?

Entonces ella extendió su mano para acercarle la carta.

Su cara pálida como una loza de piedra caliza y sus ojos como el de una lechuza asustada, un enorme silencio en aquella sala, hasta que de su boca salió un leve, – verás cariño todo tiene una explicación.

Este fue uno de los principales motivos por los que Carlos había empezado a perder a su familia. A su hija ya la había perdido hace años y después surgió una enorme desconfianza entre la pareja. Se veían poco y lo poco que se veían era para discutir, por lo que aprendieron a ignorarse, Sandra pensó en su inocencia y sinceramente, que él todavía cambiaría. Permaneció a su lado esperando un cambio, más bien un milagro. Aunque eso no sucedió, Carlos se volcó más y más en su trabajo, en su mundo. Mientras, Sandra atrapada como en una enorme tela de araña permaneció a su lado, ella aún le amaba.

Así fueron pasando los años, Carlos pasaba los fines de semana en aquel lejano lugar, reformando su casa, en los ratos que tenía libres, de vez en cuando bajaba al único bar que existía en aquel lugar, era el poco contacto que tenía el fin de semana, él solo era feliz, y Sandra sentía que moría en vida, veía pasar el tiempo, quería vivir y ser feliz junto al hombre que amaba. Sin embargo la situación era muy distinta. Comenzó también a refugiarse en su trabajo, hasta que lo tuvo, porque un día un accidente la mantuvo una temporada de baja y fue así como perdió su trabajo, su única escapatoria para no pensar a diario en su desastrosa vida.

Los siguientes meses al accidente, aprovechó para hacer todo aquello que durante el trabajo no podía hacer, pero al final se convirtió en una monotonía, pasaba horas y horas en casa en soledad, aquello la estaba volviendo loca. Se acordó entonces de su pasado, sus momentos felices y de su hija. Quizás todavía hubiese una oportunidad para arreglar cosas del pasado y recuperarla…

SINOPSIS

Tras muchos años de trabajo y de sacrificio por conseguir esa ansiada casa, Carlos llega a su jubilación y se refugia en aquel lugar tan alejado del ruido y del estrés de la ciudad. En la más inmensa soledad, pero acompañado de su gran pasión esos libros y el placer por la escritura, harán de Carlos un hombre feliz, algo por lo que tanto ha luchado, sacrificando incluso a su propia familia. Pasa los días con la única obligación de escribir en una columna de un periódico y el resto del tiempo, interminable en aquel lugar, lo dedica a cultivar su paz interior, que había sido perturbada por un desagradable episodio, que con el paso del tiempo consiguió olvidar. Al menos eso es lo que creyó. La lectura de uno de sus libros, lo devolverá al pasado y se dará cuenta de los enormes errores que cometió y de cómo perdió a su hija. Un extraño señor al que a diario ve en el bar del pueblo, único lugar de encuentro, hará que Carlos descubra una cruel realidad y esto le llevará a un final inesperado…

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