Adiós María. Ha llegado la hora de irme de nuevo. Me marcharé mientras duermes, no quiero verte odiándome; mi único deseo es recordarte así, tumbada en la cama, con las sabanas dibujando tu silueta desnuda, y el pelo enmarañado tapizando la cama de espirales caoba. Pensé que esta vez sería diferente, pero no puedo ignorar mi naturaleza. Mi alma es libre y necesito volar una vez más. Es la condena del nómada: no tener nada, no ambicionar, sino condenarse a perseguir el sueño de la libertad.
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