Cuando mi padre murió, pensaba que algunas cosas morirían con él. Como, por ejemplo, esa manía de guardar cables y cablecitos por si servían en algún momento, o el deporte en la televisión a todas horas, o los vinos y los champagnes para ocasiones especiales, o los éxceles con contraseñas y con operaciones varias para calcular quién sabe bien qué cosas. Nunca pensé que la tostadora sobreviviría a mi padre. De hecho, literalmente no sobrevivió porque mi madre la tiró a la basura algunos meses después, cuando su recuerdo ya no lo invadía todo. Pues, resulta que si hubo algo que acompañó a mi padre durante toda la vida, y en todas sus vidas (esto es un capítulo que abriremos otro día), eso fue la tostadora. Se negaba a comprar una tostadora ‘normal’, una de esas donde metes el pan y salta cuando ya está listo, una tostadora de toda la vida. «De toda la vida no», te diría mi padre. Él usaba una especie de grill, una tostadora horizontal, incluso, al principio de los tiempos, se valía de una especie de plancha. ¿El motivo? Decía que el pan no sabía igual.
Creía que era un capricho, una manía que tenía, aunque si me paro a pensar, igual había algo más. Quizás era una demostración de que el tiempo sí importaba, de que las cosas buenas llevaban su tiempo, de que por más rápido que quisiésemos ir o por más prisa que tuviésemos, las cosas tenían un proceso y era el disfrutar de ese proceso, el respetarlo el que hacía que el resultado fuese tan valioso. Quizás era su forma de demostrarnos el amor que sentía hacia nosotras. Quizás era su forma de cuidarnos.
Y en ese ritual el pan era, sin duda, el gran protagonista. Por eso, cada mañana se levantaba, cortaba las rebanadas necesarias y preparaba las tostadas para mí y para mi hermana. Ese es otro pequeño gran detalle. Las tostadas nunca eran de pan de molde, las tostadas siempre eran de pan de verdad.
Cuando haces las tostadas en un aparato así: llámese grill, plancha o sartén, tienes que estar atenta. Sobre todo, si es la primera vez que utilizas ese fuego o ese menaje de cocina. Aquí no sirven las prisas. De hecho, si intentas acelerar el proceso, el resultado será nefasto. Prepárate para que el pan se quede duro como una piedra y se ponga negro o para que, por partes y de forma completamente aleatoria, se queme en ciertas zonas sí y en otras no, o para que tenga apariencia de tostado cuando en realidad está blandurrio. Una trampa de las peores ya que si lo dejas más tiempo, probablemente esas partes que simulan estar tostadas acabarán negras y las partes blandurrias seguirán estando ahí. Y, ojo, porque el nivel del fuego también puede repercutir negativamente en el resultado. La impaciencia no te puede ganar aquí. Aunque te parezca que la sartén tarda mucho en calentarse no cometas el error de subir el fuego. Hay que esperar a que la sartén, grill o plancha se caliente. Y, sobre todo, no olvides nunca que este modo de cocción te permite lo que nunca te permitiría una tostadora, ni la más cara, ni la más moderna. Hablo de la posibilidad de poner una cucharadita de mantequilla en la plancha o sartén para que el pan coja humedad y se torne de un color dorado brillante, rozando lo resplandeciente.
Pues resulta que cuando murió mi padre, cuando la tostadora desapareció de casa de mi madre, yo me fui un tiempo. Y en ese irme, entré a vivir en una casa que (¿adivinad qué?) no tenía tostadora. Así que durante los primeros días decidí usar la sartén a modo de supervivencia hasta que comprase una. Eso nunca pasó. Desde entonces, he pasado por muchos sitios, muchas casas y nunca he vuelto a utilizar una tostadora. Me resulta un aparato completamente inútil. Creo que el pan sabe diferente. Es como tener la posibilidad de viajar en una compañía aérea de toda la vida y elegir la de bajo coste, o como tener una cocina con cuatro fuegos y calentar el agua para té en el microondas. Es como permitirle a alguien que me robe el tiempo.
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