Beatriz estaba nerviosísima cuando colgó el teléfono.

-¡Lo que me faltaba! ¿Por qué le he dicho que sí?-

Las niñas estaban con Gustavo esa semana, así que tenía todas las excusas para tomarse una copa. Se fue directa a la cocina y eligió una botella de tinto de las ocho o diez que tenía en el botellero. Sin pensarlo mucho escogió un tinto de mediana calidad, una de esas botellas que compraba para probar, un Ribera del Duero de una bodega poco conocida con una atractiva etiqueta de colores, la descorchó, sacó una gran copa del armario y vertió el líquido lentamente mientras lo observaba. Lo movió, lo olió y se sentó en un taburete mientras lo saboreaba.

-Noe, ¿Qué querrás ahora?- se preguntó tocándose la cara con la palma de la mano abierta.

Al recordar el diminutivo con el que solía llamar a su amiga y el Café Belén, le vinieron a la mente recuerdos gratificantes del pasado a los que no quiso resistirse:

Noemí entro mi colegio, un centro religioso llamado Nuestra Señora de la Asunción, en sexto curso de Educación General Básica. Al principio, ninguna de las dos llamó la atención sobre la otra, hasta que un día Noe descubrió que yo asistía a clases de mecanografía en una academia al lado de su casa. Desde entonces me esperaba todos los días a la salida de clase y me acompañaba hasta mi casa, situada a unas cinco manzanas. Tardábamos unos diez minutos andando entre un domicilio y otro, que muchos días podían alargarse a quince, veinte o incluso treinta si la conversación lo requería.

Me sentí rápidamente atraída por ella, no solo por lo divertida que era, también porque me acercaba a asuntos que hasta el momento eran desconocidos para mí. Ella era la pequeña de tres hermanos y yo era hija única. Diariamente me contaba las aventuras y devenires de sus hermanos mayores: Juan Carlos de dieciséis años que ya empezaba a salir con chicas y se enamoraba con facilidad y Alfonso de catorce que tenía dificultades con los estudios y que se pasaba las horas oyendo música a pesar de las continuas reprimendas de su padre. Supongo que haberse criado con dos hermanos mayores le confería unas experiencias y una seguridad de las que yo carecía. Me gustaba que me contase todo lo que acontecía en su familia. Un día me trajo a escondidas una cinta que Alfonso grabó en un radiocasete con canciones de la radio. No era una cinta cualquiera, era la favorita de Alfonso, que había grabado y regrabado durante meses, esperando que pusiesen, con el menor número de interrupciones posibles, sus canciones favoritas, casi todas de música funky. Alfonso la guardaba en su mesilla de noche y no se la dejaba a nadie para que no se pudiese romper o estropear, pero un día Noemí, sabiendo que ese día su hermano se quedaba a dormir en casa de un amigo, la guardó en su cartera antes de salir de casa y me la dio en el colegio. Yo, gracias a un casete de doble pletina y la ayuda de mi padre, la grabé integra. Al día siguiente se la devolví y Alfonso no se dio cuenta de la operación, porque de haberlo sabido se habría enfadado mucho. Yo había oído a Noe cantar esas canciones en el recreo y a partir de aquél día ponía la cinta a todas horas en casa para aprenderme las canciones y cantar y bailar con ella.

Por aquel entonces, con once años, yo no había tenido prácticamente contacto con chicos. Iba a un colegio de monjas y no tenía hermanos ni primos. Un día cuando me acompañaba a casa desde la academia de mecanografía nos cruzamos por primera vez con dos amigos de Alfonso, con los que más tarde trataría: Eran Rafa y Cesar. Los saludó y me presentó:

-¡Hola! Esta es Bea

-Hola- respondieron ellos.

Yo me puse muy colorada, dije que me tenía que ir y me fui muy deprisa.

Al día siguiente, se rió de mí por haber salido corriendo delante de los chicos. Yo le confesé que me había dado mucha vergüenza. Entonces se inventó un juego. Primero lo llamamos el juego de los chicos, después el de los novios y sobre este hicimos un montón de variantes durante todos los años que fuimos amigas.

El juego consistía en poner en papeles individuales los nombres de los chicos que íbamos a rifar. Los papelitos se doblaban para ocultar el nombre y cada una seleccionaba por turnos y al azar uno o varios papelitos según el número de chicos que participasen en el juego. Una vez seleccionados, podían hacerse cambios y si las dos estábamos de acuerdo, intercambiábamos algún chico.

La primera vez que jugamos fue con Rafa y Cesar. A mí me tocó Rafa que era el más guapo y a ella Cesar. Me pedía todo el rato que se lo cambiase, que Rafa era más guapo y yo le decía que no. Siempre nos divirtió la emoción de ver quién nos iba a tocar y además con este juego fui perdiendo la vergüenza a hablar con chicos. Cuando nos cruzábamos con Rafa y Cesar, Noemí me decía al oído,- ¡Qué vienen!- Yo me ponía nerviosa y miraba a otro lado. Ella insistía: -Mira el tuyo ¡Qué guapo! Tienes que hablarle porque está loco por ti, ¡Pobrecillo!, dile algo-

Rafa no estaba por mí, ni siquiera por ella. En ese momento le gustaban chicas más mayores, pero me lo imaginaba y esa invención me hacía perder vergüenza.

En el colegio, Noemí, se integró con mi grupo de amigas, todas de la misma clase: Susana Escudero, Esther López y Elena Fernández. Susana y Esther eran vecinas y esto hacía que entre ellas dos existiera un vínculo más especial. Yo, antes de la llegada de Noe, me relacionaba más con Elena, que se parecía a mí, más tímida, más inmadura. Pero Noemí me quitaba mis miedos, me empujaba a atreverme a cosas que nunca hubiese hecho con Elena, me mostraba cosas en las que yo nunca me había fijado. Elena entonces empezó a molestarse a sentirse desplazada, se enfadaba con las dos. Yo no sabía manejar esa situación, solo tenía once años y aunque quería a Elena, de ninguna forma iba a renunciar a mi nueva amiga, que me hacía ser mayor, que me preguntaba cosas que nunca me había planteado.

En febrero, invité a las cuatro a mi casa para celebrar mi cumpleaños. Mi madre nos preparó la merienda con fanta, sándwiches y tarta. Puse la cinta de Michael Jackson que había pedido de regalo a mis padres y por supuesto la ‘pirateada’ a Alfonso. Bailamos y cantamos. Susana nos contó que a su hermana mayor le había venido la regla y nos contó los detalles de todo lo que sabía sobre ese asunto: Que lo normal era que viniese a los trece años, que sangrabas y te dolía la tripa, que tenerla suponía que ya eras una mujer y que podías quedarte embarazada si tenias relaciones sexuales. La conversación interesantísima para las cinco, se interrumpía por las apariciones frecuentes de mi madre en la sala en la que estábamos para traer y llevarse bandejas y platos. Así que, como siempre, estas conversaciones que tocaban algún tema sexual terminaban a medias y con las mismas dudas o más de las que teníamos antes de comenzarlas.

En marzo fue el cumpleaños de Elena, también nos invitó a su casa a merendar, con la diferencia de que ella no invitó a Noemí. Por mí no hubiese ido, pero mi madre me obligó. Aunque fui muy enfadada, en seguida se me pasó y finalmente lo pasé muy bien.

Noemí, no se molestó nunca con Elena por su actitud, o al menos nunca lo demostró. Elena se enfadaba frecuentemente, trataba fatal a Noemí y aunque con algo menos de crueldad, a mi también: me hacia desplantes y me daba malas contestaciones. A mí me sentaba fatal. Un día a la salida del colegio, yendo con Noe me crucé con la madre de Elena. Yo solamente la saludé pero ella me pidió que me acercase a ella y me recrimino con dureza:

-¡Que mal te estás portando con Elena! Ella te quiere mucho y tú te vas siempre con tu nueva amiguita y la dejas sola- y mirándome con dureza, añadió- Solo espero que lo mismo que tú le haces a ella, te lo hagan a ti-

No contesté. No supe que decir. Me dirigí a Noe que estaba esperándome e iniciamos nuestro camino a casa. Fui contándole compungida lo que me había dicho la madre de Elena. Estaba molesta, llena de remordimientos y repetí varias veces sus palabras. Le decía que estaba harta de Elena, que no sabía lo que podía hacer. Finalmente no pude aguantar y empecé a llorar. Noemí que era más bajita y más delgada que yo, iba a mi izquierda y me puso su brazo derecho por encima de los hombros intentando abrazarme para consolarme, pero no llegaba. Yo bajé la cabeza y me tapé la cara con las manos para que no me viesen llorar por la calle. Cuando vio que cada vez lloraba mas, se puso delante de mí, impidiéndome que siguiese caminando y me cogió la mano. Su mano izquierda agarró mi mano derecha y pasó su brazo derecho sobre mi hombro izquierdo. Su cuerpo menudo y estirado sujetaba mi cuerpo que se derrumbaba como un flan sobre ella. Sentí tanto alivio con su abrazo que creí que me derretía, entonces apretó mi mano con mucha fuerza y en ese momento me recompuse con el convencimiento y la satisfacción de saber que Noemí Alonso era la persona más importante de mi vida y que también yo lo era para ella.

En el segundo trimestre, Noe suspendió matemáticas. En el primero la hermana Carmen, la profesora de mates, la avisó:

-Te doy un voto de confianza porque eres nueva, pero tienes que esforzarte con matemáticas o no aprobarás-

Noe empezó a venir a casa a estudiar para que yo la ayudase con matemáticas. A ella le encantaba mi madre: Mi madre no trabajaba y yo era hija única. El tiempo y la dedicación garantizaban que yo fuese al colegio hecha un pincel, mi casa estuviese impoluta y mi madre hiciese unos bizcochos exquisitos. Decía que en mi casa se podía estudiar porque estaba ordenada y en silencio y que yo sacaba mejores notas por eso, que ella en su casa no podía estudiar porque sus hermanos hacían mucho ruido y lo dejaban todo por medio.

A mí me encantaba su madre porque nos explicaba cuestiones políticas. Por aquel entonces todo el mundo hablaba de política, de democracia, del golpe de estado, del partido comunista, de amnistía y la vehemencia con que hablaban nuestros padres sobre esos temas hacía que nosotros tuviésemos mucho interés. Yo le conté que me daba miedo la huelga general: mi madre me había contado que la huelga general significaba que nadie iría a trabajar y que si nadie trabajaba, el país se hundiría y sería un caos. Ella me tranquilizaba con su sonrisa, que era igual que la de Noe. Me decía que la huelga general solo era una protesta de un día y que servía para intentar mejorar las condiciones laborales de todos los trabajadores, nada más.

Noe aprobó matemáticas porque la obligué a hacer muchos ejercicios. Su madre le prometió que si aprobaba me podría invitar a pasar unos días a una casa que tenían en el pueblo. Dio en el clavo porque la ilusión que nos hacía pasar unos días de vacaciones juntas fue la mejor motivación para no despistarnos ni con la música funky, ni con el juego de los novios.

Yo saqué sobresaliente en matemáticas y en muchas asignaturas más y unos pocos notables. Ella también aprobó todo pero con notas un poco más bajas. A los dos días de terminar el cole, nos fuimos a pasar dos semanas a Robledo de Chavela, el pueblo del padre de Noe. Nos fuimos en el coche de los padres de Noe, un Seat 131 Supermirafiori. Cuando nos acomodamos en el coche, Alfonso me preguntó sobre el coche que tenía mi padre, cuando le contesté que era un Seat 132, él me recalcó que en el que viajábamos no era cualquier Seat 131, era el Supermirafiori. Llegamos a la casa de los abuelos de Noe, que era una casa de dos plantas a las afueras del pueblo. Noe y yo, dormíamos en una habitación en la segunda planta y en la de al lado dormían Juan Carlos y Alfonso.

Alfonso suspendió dos asignaturas y estaba castigado. Noe y yo pasábamos el día en bicicleta por el pueblo y sus alrededores. Solo íbamos a casa para almorzar, merendar y cenar.

El domingo por la noche los padres de Noe se volvieron a Madrid porque los dos trabajaban el lunes y nosotros nos quedamos con los abuelos que hacían la vista gorda a las normas de los padres de Noemí y particularmente al castigo de Alfonso.

Una noche Juan Carlos invitó a unos amigos al patio de la casa a tomar coca cola y patatas fritas. Uno de ellos era Roberto, su amigo de Robledo de siempre y a los otros dos no los conocía Noe. Nosotras los espiábamos desde la ventana de nuestra habitación para ver que decían. De pronto Noemí dijo – ¡Vamos a jugar a los novios!- Hicimos los cuatro papelitos: Juan Carlos, Roberto, el de la camiseta roja y el feo. Yo tenía que quedarme con Juan Carlos porque a Noemí no le podía tocar su hermano. Así que de los tres restantes yo solo cogí un papel. Me toco el feo. Noe sonrió- Tienes al feo y al guapo, porque mi hermano es el más guapo de todos- Era verdad, Juan Carlos era muy guapo y esa noche me enamorisqué de él.

El teléfono me sacó de mi ensoñación, era Gabriella mi hija, eran ya las 21:00 y yo me había despistado, me había tomado ya dos copas de vino y me notaba ligeramente ebria, no quería que lo notase, así que aligeré la conversación y le dije que me pasase con Claudia, la pequeña. Cuando colgué volví a torturarme con Noe. Fue mi mejor amiga, fuimos amigas inseparables desde los once hasta los treinta y dos años y un buen día se acabó. No conoce a ninguna de mis hijas, ni siquiera vino a mi boda. Nadie me lo contó nunca, pero yo creo que tuvo algo con Gustavo. ¿Cómo iba a venir la boda después de eso? ¿Le mereció la pena? Yo entendí frases, actitudes y comentarios años mas tarde. Pero supe que algo se había roto la última noche que nos vimos, aquí en esta casa, en esta cocina, con estos muebles que ella misma me ayudó a elegir. Ella se trasladaba al día siguiente al Londres, yo estaba embarazada de Gabriella, llevaba solo dos semanas de retraso y estaba emocionada con la idea de ser madre. No paré de hablar, pero cuando nos despedimos me dio ese abrazo, un abrazo obligado, helado, roto.

– ¿A qué vienes Noe quince años después? Porque quieres verme en el Café Belén y no vienes a mi casa. ¿Quieres reconciliarte conmigo o… con Gustavo?-

Sinopsis

Noemí Alonso y Beatriz Rodríguez fueron amigas inseparables desde los once a los treinta y dos años. En ese momento, Noemí se iba vivir a Londres al aceptar una oferta de trabajo en la capital inglesa y Beatriz se acababa de quedar embarazada del que entonces era su novio, Gustavo. La noche anterior a la partida de Noemí se despidieron en casa de Beatriz. Las dos supieron sin hablarlo que se había producido una ruptura entre ellas, las dos han recordado durante estos años el abrazo que aquella noche se dieron, un abrazo breve, duro, frío. En este tiempo han hablado pocas veces: breves felicitaciones en fechas señaladas y algunos mensajes con buenos deseos. En febrero de 2018, Noemí telefonea a Beatriz: Ha vuelto definitivamente a Madrid. Beatriz se ha separado de Gustavo hace algo más de un año, después de quince años de matrimonio y dos hijas. Las dos tienen cuarenta y siete años.

Noemí insiste en que se vean en el Café Belén, aquel café en el que quedaban años atrás y en donde se reunían frecuentemente, donde se contaron tantas aventuras, penas e intimidades tomando café irlandés. Beatriz dubitativa y temerosa termina aceptando la propuesta, en la que espera que por fin su antigua amiga le cuente porque la traicionó.

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