Temo contemplar más allá, llegar a la oscuridad, llegar a las heridas, a las incontables cosas ignoradas o palpadas desde su capa externa.
Temo reconocer lo que duele. Temo aceptar que lo que duele, me duele. Temo llegar a la conclusión errónea y a la vez acertada de que soy una víctima de la sensibilidad, de la empatía y la compasión. ¿Por qué?
Temo encontrar las inevitables dualidades dentro de mi que coexisten de una extraña manera. Temo odiar una parte e identificarme con otra porque sé que ambas son mías y que alguna me torturará con sueños indescifrables hasta que la acepte.
Temo reconocer que las elecciones son mías e ignorar ese límite con el otro: «dar y no recibir». Temo en ese proceso reconocer que me hirieron porque temo aceptar que tiendo a llevarme la culpa. ¿Por qué?
Temo llegar al fondo y abrazarme. Temo sumergirme en llanto sin un hombro donde apoyarme. Temo olvidarme como aquella vez.
Temo aceptar que me hice a un lado para dar paso a alguien que no quería ese espacio. Temo encontrarme con lo que me quedé, a veces tan poco, a veces nada. Temo llegar a ese espacio vacío y volverlo a ocupar conmigo.
Temo encontrarme conmigo misma porque sé que ella no me juzgará como lo he hecho. Me esperará con los brazos abiertos y recargará de cariño lo que llené de dolor.
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