“Hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar”#bocadillo vivía un joven emir, poderoso y muy culto.
Junto a su madre, había sido capturado siendo un niño y fue comprado por la corte del Califa de Córdoba. Fue convertido al Islam y se enamoró de la Cultura Andalusí y de sus palabras que empezó a mimar escribiendo poemas.
De esclavo pasó a liberto y tras la disolución del califato de Córdoba, en este hermoso reino con mil y una historias a sus espaldas fundó la Taifa de Denia.
Tenía todo lo que podía desearse: belleza, poder, sabiduría y un harén de mujeres que, por turnos, le colmaban de caricias y le regalaban descendientes.
Pero algo estremeció la vida del poderoso magnate cuando se apoderó de su hija favorita una extraña dolencia que le robó el apetito y las ganas de vivir. Y es que Azahara, que así se llamaba la joven, se había enamorado de un cristiano que andaba por los jardines arreglando flores y que la miraba de reojo.
Un atardecer, Azahara, vio escondida tras los muros del castillo como el jardinero caminaba tiernamente de la mano de una hermosa panadera de la medina. Y perdió el apetito, dejó de comer y se volvió prácticamente transparente. Cuenta la leyenda que a través de ella se podía ver el futuro. Apuestos reyes cristianos que bebían horchata y fornidos musulmanes de ojos azules que eran vencidos por Santos con lanzas que también mataban a dragones.#bocadillo
Su padre convocó a todos los habitantes de la taifa, moros, cristianos y judíos a elaborar algún manjar que consiguiera abrir el apetito de su princesa favorita.
Llevaron todo tipo de dulces de almendras, platos elaborados con los ingredientes más caros que eran presentados en hermosas vajillas
de cerámica.
Y apareció la panadera cristiana con panes castaños recubiertos de azúcar, con su corteza tostada que cubría la más tierna de las migas blancas.
Dulce, que así se llamaba la tierna pastelera, había amasado el pan y le había añadido huevo, azúcar y aceite. Había dejado la masa reposar horas envolviendo la mágica levadura con los ingredientes, para luego dividirla en redondos panes y dejarlos de nuevo en reposo. Mientras, iba cantando alegres poemas de amor correspondido y escribiendo con el alma letanías que curaran a la hermosa princesa del cuento. La dulce panadera se presentó acompañada por su hermano mellizo con una cesta adornada con flores y puntillas y repleta de redondos panes endulzados, ante la escuálida Azahara que automáticamente recobró el brillo de sus ojos.
Allí mismo probó uno de los panes. Tomó otro para el almuerzo y otro a media tarde. Y por la noche otros dos antes de irse a dormir, mezclando algunos con salazones, otros con miel, y los últimos con frutas y semillas.
Su padre, agradecido quiso compensar a la cristiana ofreciéndole trabajar en la alcazaba, siendo la encargada de elaborar los postres y el pan con huevo que desde entonces, nunca faltó en el palacio. Y así fue como modificando algo la masa, en invierno le añadía manteca, leche y lo recubría de fruta azucarada esperado la llegada de los tres reyes de Oriente. Y en abril, les hacía forma de cesta, les colocaba un huevo e intuitivamente compensaban la falta de proteínas de la población cristiana, asociada a la prohibición del consumo de carne los días de cuaresma y pasión.
Dulce era
la melliza del jardinero y su descubrimiento fue lo que realmente salvó a Azahara de su profunda tristeza, pero nos dejó una hermosa tradición de roscones, monas de pascua y panquemados que continúan perfumando los hogares y obradores de los que mantienen la receta. El emir siempre otorgó la curación de su hija a los mágicos panes de la pastelera.
– Mamá, y ¿que pasó con el jardinero?
-Le hizo a Azahara un broche de jazmín todos los días de su vida.
A mi abuela y a mi madre, y a todas mis antepasadas que han mantenido y mantienen vivas la recetas.
A las gentes que pisaron el mismo suelo que hoy pisamos y que tocaron el mismo cielo con el aroma y la tierna miga de los panous, roscones y monas.
Nota de la autora: Sobre una leyenda que escuché de niña y de la que sólo recuerdo que el origen de la receta del «Panquemado o Panou» estaba en una princesa inapetente que vivía en el castillo de Denia he escrito historia.
La he contextualizado en el siglo XI y el emir del cuento está inspirado en Muyahid al-Amir, emir fundador de la Taifa de Denia: Daniya o Al- Dàniyya en árabe.
He elegido este momento histórico para rendir homenaje a una etapa caracterizada por su esplendor cultural y el amor por las letras, y otras disciplinas.
Espero que algún día en el mundo, todos compartamos un mismo dios: la paz y el respeto a la vida y a nuestro planeta.
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