Jija jija jija jija…

Jija jija jija jija…

Jo Libud

25/07/2024

Cuando llegué al dormitorio tras ducharme mi esposa ya se había dormido. Apagué las luces y, dejando por el camino mis intenciones de tener sexo, intenté dormir. Luego, pasaba el tiempo y no lograba hacerlo. Cierto cosquilleo en la entrepierna fastidiaba a mi cerebro.

De pronto surgió, en medio del silencio nocturno, un sonido reiterado, como de vaivén, que sonaba así: jija jija jija jija… Sin lugar a dudas, venía de la casa lindera. Y lo único que se me ocurrió fue que los quejidos de esa cama se debían a su antiguedad y no al ímpetu de sus ocupantes.

—¡El suertudo de Luis llegó a tiempo y encontró a su mujer despierta! —me dije mientras continuaba tolerando aquél jija jija jija jija…

Ahora menos podría dormirme con aquél sonido. Algunos pensamientos desfilaron por mi mente: ¿Debo decirle a Luis que vea de solucionar el problema? ¡No! Sería una grosería. Además lo harán una vez al año. Es tolerable.

Minutos después se detuvo y me reconfortó pensar que ahora sí podría dormirme. Sin embargo, no habían pasado más de diez minutos –¡ni tanto!– y estaba realmente a punto de caer en brazos de Morfeo cuando vuelve a escucharse el ya fastidioso jija jija jija jija…

Sentí cierta sorpresa. ¿Estaba Luis a su edad en condiciones para tan vertiginosa reiteración? Inflé mis pulmones y los vacié con un gran ¡Ufa! esperando escuchar algo semejante de mi mujer. Pero ella dormía como piedra. No sé si duermen las piedras –tal cual se dice– pero hoy estamos saturados de los conceptos erróneos a los que nos induce una sociedad hipócrita. Así que seguí con pensamientos semejantes hasta que el ajetreo vecino volvió a calmarse.

Me volví hacia el otro lado con los ojos tan pesados de sueño que pensé que me dormiría al instante. Tal vez así fue y nuevamente el jija jija jija jija… me despertó, o quizá aún no llegaba a dormirme sino que estaba «a punto».

Y ahí estaba Luis por tercera vez… ¡Tercera vez! No, no me lo creo. Ni inyectándose viagra directo a la vena, es mayor que yo… O Luis es sobrehumano o yo un despojo. La elección en ningún caso me favorecía.

Con aquella letanía en los oídos y la mente perturbada por las imágenes que mis neuronas imaginaban, el deseo comenzó a incitarme. Estaba a punto de despertar a mi bella durmiente cuando cierta reflexión detuvo mi mano a un centímetro de su cintura: Ella siempre despierta de mal humor. Su reacción sería fatal para mi libido. Tal vez la habría despertado de todos modos, pero el sonido cesó y me distrajo su ausencia.

Ahora sí, me dije, que llueva, truene, caigan rayos o nos gobierne Milei, igual me duermo como un tronco. Quizá los troncos duerman tanto o más que las piedras, ya sabrá quien introdujo el dicho cómo fue que ocurrió. Aunque empleo tal frase no me la creo. Y seguí pensando en ese tipo de cosas como si fuesen importantes.

Me había desvelado por completo. Para ser sincero, estaba incómodo. Sentía celos de Luis y envidia, sí, y decidí pedirle apenas lo vea la devolución del puñado de herramientas que le había prestado. Esa decisión me tranquilizó un poco. Además podría verle las ojeras. A ambos, que siempre que me detengo a charlar con Luis ella anda revoloteando por el jardín. Hace como que riega las plantas pero más que nada se agacha para redondear su bello culo ante mis ojos.

Habría seguido con esa línea de pensamientos si no me hubiese puesto en alerta nuevamente el maldito jija jija jija jija… ¿Cuántas veces iban? ¡Es de locos! ¡Ni que fuesen adolescentes! Por fortuna en este caso la locomotora se detuvo antes, incluso con algo diferente, pues tras todos los jija jija jija jija acostumbrados esta vez existió un “clic” final. ¿Se había quebrado algún listón de madera de la cama?

Ni tiempo tuve de pensar más en eso pues entonces sí me dormí. Caí dormido como un bendito. Ignoro quienes son y cómo duermen los benditos, pero así fue como me dormí.

La trasnochada me provocó una dormidera continua hasta el día siguiente, cuando mi carenciada mujer, a la que tengo relegada a solo un par de noches de sexo por semana –con una sola función además– vino a despertarme con aires de secretismo diciendo: —Algo pasa en la casa de al lado. Está la policía.

—¡También! —exclamé—. Nadie puede aguantar tanto —y me levanté, vestí y lavé a toda prisa. Debía darle un abrazo a la mujer de Luis y tal vez mi pésame. Luego salí afuera con total parsimonia, fingiendo inocencia, disimulando mi atroz curiosidad bajo un manto de indiferencia.

¡Pero, sorpresa! Allí estaba el muy cretino de Luis con rostro apesadumbrado. ¿Ella es la muerta? De ser así a Luis le daría el pésame, pero no un abrazo.

Viéndome por allí como al acaso Luis levantó su mano: —¡Edelmiro! —Exclamó poniéndose en puntas de pie –es bajito– para poder hablarme sobre los setos—. ¿Escuchaste algo anoche?

—Nooo. Nada. ¿Por qué?

—Volvimos por la mañana de la casa de la playa y mira… ¡Nos robaron! Anoche cortaron las rejas en tres partes y luego forzaron la restante para doblarla hacia abajo y entrar.

—¡Qué macana! ¿Se llevaron mucha cosa?

—Electrodomésticos pequeños y tu caja de herramientas, la tenía junto a la puerta para devolvértela apenas te viese. Pero no te preocupes, dame unos días y en cuanto reponga lo hurtado compro nuevas y te las devuelvo.

—¡No Luis, por favor, no es necesario. Son cosas que pasan.

Viendo en torno a la escena del delito noté que había un trozo de sierra quebrado. No fue de inmediato, pero pensando en ello al rato comprendí que esa fue la razón por la cual no terminaron de cortar el último barrote y solo doblaron la reja que cubría el hueco abierto. Más tarde dilucidé que también a eso se debió el «clic».

Me sentí de buen humor, dinámico, renacido. Luis no era un portento ni mi mujer desgraciada. Ellos eran normales. ¿Y yo?

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