Cuando mi padre con sorpresiva permanencia declaraba: No iré, hoy no iré al trabajo.
Cuando mi padre muy de amanecida, cuando el sol aún no se manifestaba, cuando el viento con petulancia continuaba golpeando, aún cuando el día no era la luz del hombre, aún cuando era las cinco de la mañana. Oscuro, oscuro amanecer, todavía estaba oscuro y este buen hombre, mi padre expresaba: Hoy no iré al trabajo, hoy haré yo el desayuno.
Dulce y cálido sonido arremete en mis oídos, y en mi mente el recuerdo del mismo modo penetra con agonía.
Traje pan, exclamaba mi padre. Pan con jamón. Era un lunes.
Pan con queso, otro lunes exclamaba.
Pan con huevitos fritos, los favoritos de sus hijos, confesaba mi padre, pese al desagrado que a este compresible hombre encontraba en los huevos, no agradaba de tales.
Y hoy, traje pan con mantequilla, un lunes perdido del tiempo, expresaba el mismo hombre.
Hoy pocos panes, no alcanzó para unos cuantos más, había confesado avergonzado el padre. Un lunes de invierno.
Hoy si el desayuno en gloria nos elogiaremos, el panadero obsequió montones de panes, gritaba el padre entre tanto sus hijos con sonrisas se acercaban. El lunes de suerte del padre.
Mi padre, el padre de tres hermanos más. El pan, el recuerdo del pan, de la niñez. Hoy de adulto no existe pan, no existe un lunes acogedor, no retorna el antiguo amor que este algún día me amasó como se amasa la harina del pan, hoy extraño el pan, extraño mi pan con niñez de los días lunes.
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