Apareces como un relámpago solitario en un cielo singular, anunciando tu propia tormenta y cuando llegas remueves a todos como un huracán. Te temen porque eres desconocida, porque te vistes con el universo y te acuestas sobre las estrellas pero no pueden detenerte, estas destinada a suceder, a arrasar con todo y todos.
Se me vuelan los minutos e incluso las horas buscando la manera de apartarte de mi mente sin darme cuenta que todo lo que hago es retenerte allí o tal vez si me doy cuenta.
Lucho con todas mis fuerzas porque no quiero voltear, me lo repito siempre, una ventisca no lo hago, dos relampagos no lo hago, tres rayos y silenciosamente te veo vibrar de lejos. Porque desde que dijiste aquella metáfora mi autocontrol ha sido aturdido.
Y esto comienza a quemar, tu electricidad comienza a hacer efecto y dicho fenómeno construye mis ánimos diarios. Mi dopamina últimamente solo se dispara cuando recorres a todos con tus ojos y alucino que ellos se retrasan en los míos una milésima de segundo. Mi consciente sabe que es inevitable pero aun así no dejo de luchar en contra de él viento, que es una respuesta natural a él estado de alerta.
Y parece un chiste porque justo cuando logro converceme a mi mismo de que la tempestad se ha calmado, te encuentro parada al final de la habitación gritandome con tu sutil lenguaje corporal que aunque el juego no haya concluido tu lo has logrado una vez más y que yo no estoy nada más que en el ojo de la tormenta. Entonces tus labios se convierten en lluvia, tibia, calidad y reconfortante. Se oyen truenos porque tu intensidad solo se va a incrementar, todos corren a esconderse debajo de sus paraguas a pesar de que ya se han mojado. Suelto el mio porque si tus besos son la lluvia no lo quiero cerca.
OPINIONES Y COMENTARIOS