1. El chiquillo
2. El aprendiz
3. Marca de vida
El chiquillo.
Tres cosas te voy a decir, las recordé mientras pintaba mi viejo pichirilo, y para darte el contexto de un pedazo de toda una vida, te contaré; todo el relato gira por los malos ratos que la crecer trajo a un pequeño niño, sufrió esto en un taller de autos. Claro, que un infante no debiera de trabajar creó, ni si solo son sus vacaciones de la escuela o ratos libres, aunque esto era muy usado desde la antigüedad pará poder aprender un oficio, practicando desde muy chiquillo todas las habilidades nuevas; hoy eso es algo del pasado, que se debería admirar, y que hoy en día dejo de existir por la enajenación de la juventud en todas esas redes sociales con su entretenimiento banal y muy escaso de sustancias.
Pasando a la historia, mi mente retrocede, y la verdad es que pará un niño un taller repleto de tornillos, repuestos, herramientas y autos destartalados; es un ¡manjar! para su febril imaginación. Tardes felices cuando después de la escuela no había trabajó que hacer, y, así comenzaban batallas intergalácticas; vehículos artillados; robots. Todo creado por el poder de la imaginación con pedazos desechados de carros ya arreglados y pintados por mi padre y sus oficiales de pintura.
Pero esas eran las «maduras», y por cada diez lágrimas hay una risa, parafraseando a los Lebron; en aquel entonces las cosas eran diferentes, los estilos eran más rudos, mi padre también fué de ese estiló, Pero no hay nada que reprochar, sólo así paso y la familia es la familia; más los que aprendieron con el cómo maestro de su ofició, todos, quedaron con las viejas formas. Aprender era, golpes, caibasos, patadas, por los errores cometidos, y la famosas nobatadas o bautismo de taller. Aunque así se aprendió con mayor énfasis en no faltar, creó, por qué algo de ese oficio quedó dentro de mi por la eternidad. Más a mis 9 años, esa vida de maestro del arreglo de autos se interrumpió con la perdida de mí padre y disolución por deudas del taller de la familia.
El aprendiz.
No obstante con solo esa edad, y las carencias de la vida, yo era el ayudante perfecto para un taller en la ciudad dónde llegamos, mis pasos como el hijo de un gran maestro me convertían en un futuro pintor de carros. Aunque aclararé, mis estudios fueron prioridad para mí madre, y con todas las carencias que hubo por esos días, sólo sería en los meses de vacaciones de la escuela. Decisión que agradezco a mi bella mamá de mi alma.
En la cabeza de mi madre y abuela, estaba está idea de seguir y llenar los enormes zapatos de mi progenitor; más en la cabeza de oficial de mi padre que me tomó cómo su aprendiz, otras eran las intenciones, «el siempre quiso desquitarse de las penurias sufridas; bueno, éso creo yo».
Pero en el camino de esta vida que me tocó, las aspiraciones de desquitarse con el hijo del gran maestro, no pudieron ser; encontraron a la abuela más aguerrida, abuela de armás tomar, ella cuál ave de corral con sus pollitos, nunca permitió un desman o sobrepasó de este rencoroso aprendiz de maestro. Bueno, cómo siempre el ser humano buscá cómo salirse con la suya, y eso es en todo, lo mamo o lo bueno; pues éste superior en rango para mí en el taller no fue distinto, y pará su estratagema, convenció a los demás oficiales del taller en buscar un contrincante para mí. En los talleres se suele usar los Montes o alías, allí estaba «el cabezón», un muchacho de 12 Años creó, lo cierto es que mucho más grande, y si su mote era por su cabeza grande signo de su enfermedad con la que nació. Yo un chiquillo de 10 tenía un nemesis más grande y fuerte, esto no pintaba bien para el aprendiz.
Marca de la vida.
No me dejaban otro caminó, siempre buscaban el caldeo con «el cabezón», todos en ese taller prendían la cabeza de mi némesis y la mia propia. Cada día de esos meses en ese taller me llevaban a lo inevitable; el amor propio me era llenado, y hasta me llené de la combicion que era mi deber ganar esa lucha tan desigual, por la diferencia de tamaño y peso, que era muy notoria, mi rival sacaba cabeza y media de altura, y su complexión ya no era de niño.
Uno de esos días de vacaciones de fin de año escolar; con los inocentes egos de los dos ayudantes que eramos nosotros dos, lo inevitable ocurrió, el temor se convirtió en furia, la fuerza del primer cruce de manos se convirtió en un abrazo de oso; pero aún con la abrumadora desventaja, pude remontar con un empujé de determinación y tosudes, gracias a un ahorcamiento fuerte, cómo agarré de una boa constrictora, éso despidió todo, pasados los minutos, mi enemigo trataba de gritar que se rendía, al ver la escena todos los oficiales, en especial el que me llevó a cometer este acto de msl gusto, me separaron de mi presa que estaba a punto de desbanecerse.
El plan de desquitarse con el ayudante novato no salió bien, por el contrario desde ése día me transforme en el campeón de los ayudantes y el pugil de ese oficial. Y el qué hasta ése momento era un oponente superior, ya bajaba la mirada y no aceptaba ningún desafío de los otros para atacarme; comprendí qué los duros tratos de mí padre, me habían hecho más duro y que hacían que pudiera enfrentarme a cualquier aniversario, si me lo proponía.
En definitiva, comprendí algo que me sirvió para el resto de mi vida; también me entristeció como ése jovencito tenía que ganarse un sitio con enfrentamiento, y en sus ojos mire el temor del vencido y de alguien sin rumbo, que por lo que supe no pudo ni educarse y solo le quedaba ser un ayudante de taller. Lo ocurrido en esos talleres me causó el desazón de ese ofició, y más aún lo ¡Aborrecía!, después en el siguiente receso de clases no regresé, al contar parte de lo ocurrido, ninguna se opuso a mi decisión. Así es cómo recordé porqué no me en cause en el ofició de mi padre.
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