EL MATERIALISTA

Corrían los años 70’ del siglo que dejamos atrás. Yo andaba metido en la universidad buscando aprovechar la oportunidad que con mi ingreso me di, más el apoyo que mi familia me brindaba, buscaba hacerme de una profesión para pasarla mejor más adelante.

Por esos tiempos quién mandaba en el país era el autodenominado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, o sea eran “revolucionarios” porque a ellos les daba la gana. Bueno pues, eran una vez más los militares que otra vez, aún en contra de la voluntad de los peruanos y sin su consentimiento, se alucinaron los predestinados a salvar la patria.

Eran los mismos que jamás habían trabajado en algo que valiera la pena, como por ejemplo fabricar una vela o un jabón, y mucho menos librar una victoriosa batalla donde el país haya logrado recuperar algún territorio perdido a lo largo de su historia o defender el que nos quedaba. Pero sin embargo se arrogaban el derecho de gobernarnos en nombre del orden, la justicia social y el pueblo.

Bueno, aquel entonces ese régimen nos llegó con la impronta de ser de “izquierda”, es decir revolucionarios, o sea contrarios a la “derecha” y por eso a favor y en defensa del pueblo, como si todo lo que se llama pueblo o se conoce como tal fuera necesariamente de “izquierda”.

Según esa bellaca idea que aún persiste en nuestros días, los ricos que no son del pueblo son de la “derecha” y por tanto no quieren que la política y la sociedad cambien. Y los pobres que sí son el pueblo son de la “izquierda’ y por eso desean un cambio político y social, donde una parte de los ciudadanos se haga cargo de la otra que prefiere ser mantenida por el Estado que solo se limita a cobrar los impuestos a los que ahorran, invierten y trabajan. Además de ser los principales beneficiarios, vía bonos, de los dineros que pagan las transnacionales por la explotación de nuestros recursos naturales, por supuesto junto a los políticos que se roban una buena tajada de estos ingresos.

Por esos años, capitaneados por el «Cojo Velasco», los militares les quitaron sus tierras a los hacendados y gamonales, pagándoles solo una pequeña parte del precio que ellos mismos le habían puesto y el resto en «Bonos» que jamás les pagaron, y porque además el modelo feudal del negocio en el que sus padres y abuelos habían prosperado, es decir la prestación gratuita de la mano de obra de los colonos a cambio del uso de la tierra, ya no servía para la economía de los nuevos tiempos que necesitaba de trabajadores asalariados, para que puedan consumir los productos que se fabricaban en la insipiente industria nacional. Fue entonces que los afectados por la Reforma Agraria, sin decir “ni chis ni mus” le entregaron mansamente sus tierras al Estado, y porque además, por aquí y por allá, en casi todos los países sudamericanos comenzaron a surgir guerrillas y otras revoltosas movidas con la consigna de matarlos.

Por esos días. ¿Dónde no se metieron y con quiénes no chocaron? Empresas públicas y privadas, Industria, comercio, turismo, minería, pesca, educación, petróleo, comercio exterior y las otras áreas y sectores económicos más. Sin embargo, ahora a la distancia de cincuenta años no se ve para qué sirvió todo aquel alboroto. Y cuando después de tanta movilización social a la cubana se dieron cuenta que su revolución castrense había fracasado estrepitosamente, entregaron el poder que a la fuerza se tomaron y al menos hasta ahora ya no joden directamente.

Por ese entonces se podía ver por todas las calles del centro de Lima y por los alrededores de las universidades, institutos y colegios, o por las inmediaciones de los mercados y mercadillos de abastos de sus distritos, regados por los suelos libros impresos en Rusia, Cuba y China de la autoría de Marx, Engels, Lenin, Trotski, Stalin y Mao a precios irrisorios, los cuales te los podías comprar por el precio de una cerveza o una cajetilla de cigarros. Los chinos eran los más baratos, pues con el salario que un obrero ganaba en una semana se podía adquirir una buena ruma de ellos y por todos podías gastarte el pago de una quincena.

Esa era una parte importante de la ilusa propaganda internacional comunista que en su ignorancia creyó que en el Perú existía una enorme cantidad de obreros y campesinos ilustrados que iban a comprar esos libros escritos por sus autores hace mucho tiempo atrás en Rusia o en China, para sus realidades nacionales y para su gente. Y que con esos “revolucionarios” conocimientos la clase obrera y los campesinos iban a tomar la conducción del Estado e instaurar la dictadura del proletariado y el socialismo y en menos de cincuenta años el paraíso comunista. Sin enterarse que los peruanos ni en ese entonces ni ahora, cincuenta años después, no leemos ni un periódico popular de un sol, y menos ahora que solo nos basta pagar un pequeño plan de Internet para que el chismorreo nos llegue a través de las redes sociales.

Pero no todo cayó en saco roto, ya que, en los medios universitarios, locales sindicales y en algunas plazas públicas se reunían sus adeptos para adoctrinar y seguir adoctrinándose sobre los indiscutibles alcances de esa nueva utopía destinada a redimir a la raza humana. Sin faltar por supuesto el «comunista de la casa», un espécimen casi clandestino, por eso de andar metido en mil conspiraciones y otros tantos secretos complots que se dictaban desde la Habana, Moscú o Pekín. Así como, tampoco faltaba el “fumón” o el “pastelero” de la familia que fregaba cualquier normalidad, porque estaba volviéndose loco. O la pendeja que año tras año se aparecía en “bola” sin saber decir quién podría ser el padre de la criatura.

La manifestación popular de esa movida era evidente en la plaza San Martin o en el Parque Universitario del centro de Lima donde alrededor de la media tarde y hasta las seis de la mañana del día siguiente se reunían algunos grupitos de fanáticos de esa onda y según su capacidad intelectual o su conocimiento se ponían a discutir sobre lo que en verdad dijo, no dijo o quiso decir Marx, Lenin, Trotski o Mao sobre el materialismo histórico, el materialismo dialéctico, la lucha de clases, las contradicciones en el seno del pueblo, la lucha armada, la dictadura del proletariado, el socialismo, el comunismo, la revolución cultural, la plusvalía, el capitalismo, el imperialismo, el internacionalismo y las otras vainas más que eran para ellos verdades eternas como si se tratara de un nuevo credo religioso. Y discutían y discutían sin ton ni son y sin medida y hasta sin sentido, exactamente igual a cómo ahora discuten sobre una falta, una posición adelantada, una mano, un penal o un gol las barras bravas de los equipos de fútbol o sobre su credo las sectas religiosas o satánicas.

En uno de esos días un compañero de la facultad que pertenecía al grupo “Perú Negro”, me invitó al festejo de su cumpleaños. Para mí la fiesta fue una bonita novedad porque hubo de todo, buena comida, buena música, buena pachanga y sobre todo buen humor, pero por motivos de la salud de un importante miembro de la familia la fiesta terminó como a las dos de la mañana. Así que: «calabaza calabaza, cada uno a su casa». De modo que de ese lugar a eso de las tres de la mañana llegué a la plaza San Martin y como las combis que podían llevarme hasta el lugar donde vivía solo aparecerían a partir de las seis, entonces para hacer tiempo me dirigí a un buen grupo de personas que discutían sobre política, donde por supuesto el tema era el socialismo, la lucha armada para conquistar el poder, el materialismo dialéctico y otros temas más de la misma suerte, donde los instructores o predicadores, y yo diría “las estrellas”, eran los camaradas consecuentes y combativos, especialmente uno que sé deleitaba «sacándole dialécticamente el ancho» a los apristas, pepecistas, acciopopulistas, testigos de Jehová y a cualquier otro que tuviera el atrevimiento de hacerle saber qué estaba equivocado o que sus ideas eran superiores.

En eso uno de los curiosos como yo, le preguntó.

-¿Tú en verdad eres materialista? -Le respondió que por supuesto que sí y además le lanzó una pequeña cháchara sobre el tema y cuando terminó solo le faltó decir: «El que sigue».

-Delante de todos los presentes yo te aseguro que tan solo con el poder de mi mente, puedo elevarte diez centímetros del piso.

Ante la admiración e incredulidad de todos los presentes, el desafiado lo miró con desprecio y le dijo señalando a un «israelita»: “Si puedes hacer lo que tú dices ahora mismo me bautizo en la religión de este patita”.

Después el mentalista pasó al centro de la reunión y le pidió al materialista que lo acompañara. Cuando este se acercó le suplicó que cerrará los ojos y en ese momento yo sentí que toda la plaza se paralizó en un profundo silencio, entonces fue cuando el mentalista le metió un sonoro sopapo diciéndole en voz alta y con tono sarcástico. «!QUE CLASE DE MATERIALISTA ERES HUEVÓN, QUE CREES QUE SOLO CON MI MENTE TE PUEDO LEVANTAR DIEZ CENTÍMETROS DEL SUELO!!» Y antes de que el encolerizado camarada y sus compañeros lo mataran, se largó a prisa del lugar, mientras todos nos moríamos de la risa.

A estas alturas de mi vida, pienso que todos los peruanos necesitamos un buen sopapo, para despertar y darnos cuenta que no importa si el gobierno es de “derecha” o de “izquierda”, pues todos los políticos diestros o siniestros que, con poco o mucho floro elegimos, son unos incapaces y hasta ladrones, y no sólo eso sino que para una elección pueden ser de “izquierda” y súper revolucionarios y para la siguiente de “derecha” y archiconservadores.

Y eso no es todo, puesto que una vez en el poder todos se ladean a la derecha, porque saben que ahí está el billete que les interesa y de ese cínico modo se zurran en sus promesas electorales y en sus propios electores, pues por el cochino dinero hasta se aparean entre ellos.

De manera que, a pesar de que todos saben que son la misma porquería, estos gañanes se creen superiores al pueblo que los eligió y como tales se alucinan los dueños del país y por eso suponen que, dentro de los mecanismos y las leyes de una democracia representativa, tienen el derecho de repartirlo, y como decía mi padre. “El que parte y reparte, se queda con la mayor parte” y por eso y muchas otras cosas más son los autores de la decadencia que sufre el país y los principales protagonistas de que el Perú se siga jodiendo.

Entonces el pueblo, metido en la misma ignorancia y estupidez de hace cincuenta años, como si fueran zombis sin voluntad, los eligen y los reeligen permanentemente, para luego quejarse, llorar y rajar de todos los políticos como si estos fueran una maldición enviados a fregarles la vida por el cielo y el infierno juntos.

Etiquetas: años 70 cuento

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