Los hechiceros nunca descansan (V)

Jenna miraba por la ventana del autobús, estaba recostada sobre el cristal y usaba audífonos para no aburrirse durante el viaje. A su derecha iba sentada Lexa, con quien había convivido poco durante su semestre de estudio, sin embargo, se conocían por algunas clases que compartían. Lexa tenía un cuaderno de dibujo en sus piernas, estaba agachada para alcanzarlo y seguir dibujando. Tras algunas horas de viaje llegaron a su destino, al notar que ambas bajaban en el mismo lugar se sorprendieron.

—¿Por dónde vives? —cuestionó Lexa.

Jenna se quitó su audífono derecho para atender a su compañera, misma que se limitó a observarla fijamente. Jenna notó las ojeras en la chica como el único rasgo que llamaba su atención.

—Cerca del estadio, a unos cinco minutos caminando —respondió Jenna—. ¿Y tú?

—Un poco más lejos, entre el estadio y esa primaria de cerca. ¿Alguien vendrá por ti?

—Mi papá, ¿qué hay de ti?

—No, nadie, preguntaba por si podíamos volver juntas en el bus.

—Le preguntaré a mi papá si podemos pasar a dejarte, vives cerca de donde tengo una amiga.

—No es necesario, sé llegar sola.

—Igual, quiero llevarte, si en coche es como una hora o dos no me quiero imaginar en bus.

El padre de Jenna llegó, tras saludar a su hija con un abrazo recibió su petición y la aceptó. Jenna y Lexa ocupaban el asiento trasero.

—¿Qué te parece la hechicería? —preguntó Mark a su hija.

—Es curiosa, he aprendido mucho de Riko, una profesora. Jamás vi mi ritual como poseer algo, sino como darle energía y ya.

—¿Qué hay de ti? —dijo Mark, se refería a Lexa.

—Es entretenido, aunque me aburre la historia, todo es tan raro y nada conecta.

Durante el viaje platicaron de las clases que tenían, Jenna evitó mencionar el incidente de Roman por la presencia de Lexa y para no alarmar a su padre. Tras dejar a Lexa en su casa, ambos se dirigieron a la de Jenna. Llegaron en cuestión de dos minutos.

—¡Hija! —dijo emocionada Carla—. ¿Cómo estás?

La madre abrazaba emocionada a su hija y besaba su cabello.

—¿Qué tal la universidad?

—Es genial —dijo Jenna—, he conocido a mucha gente muy diferente, es un cambio de aires que necesitaba.

Tras platicar una versión alterada de lo que había vivido, donde no mencionaba la magia y se refería a ella como experimentos de laboratorio. La madre parecía satisfecha con las historias de su hija. En un momento de la tarde la madre salió a recoger un pastel que había comprado para recibir a Jenna, tomó su coche y fue a la pastelería.

—¿Quién fue Niko exactamente? —preguntó Jenna a Mark cuando se encontraron solos.

Mark se mostró sorprendido por la pregunta, conocía el nombre y la historia detrás de él, pero nunca creyó que su hija cuestionaría sobre él tan rápido.

—Un hechicero poderoso. —Las palabras del padre se limitaron, a pesar de ello se notaba un pequeño temblor en sus labios—. El más poderoso quizá, aunque, yo lo conocí por otro nombre, lo conocí como Iván.

Jenna mostró mayor interés en las palabras de su padre, mismo que se atrevió a cuestionarla.

—¿A qué se debe la pregunta? —El miedo se notaba en sus palabras, incluso si trataba de esconderlo.

—Mencionan mucho su nombre y que es poderoso. —Jenna mintió, su verdadera razón estaba detrás de la naturaleza de su ritual y el Tarot—. Pero nunca nos dicen quién era o cuál era su ritual.

—Lo conocí muy poco en realidad, sólo unas pocas veces lo vi usar su ritual en una pelea seria, incluso si fue de lejos distinguí que usaba cartas del Tarot, no sé muchos más detalles.

—¿De dónde lo conociste?

Mark se mostraba incómodo con las preguntas que hacía su hija.

—Era un compañero de la universidad.

Jenna detuvo sus preguntas. Se levantó dispuesta a preparar tres platos y cubiertos para servir el pastel cuando su madre volviera. A la llegada de Carla el ambiente se libró de tensión, no porque padre e hija dejaran de pensar en el tema del previo interrogatorio, sino porque ambos debían mantener su mentira.

La noche llegó antes de lo que cualquiera esperaría, Jenna estaba acostada en su cama, cubierta con su cobija mientras miraba a través de la ventana. Cerró los ojos por un momento y quedó dormida.

—Muerte.

La voz que resonaba no era de un ente maligno, pero tampoco de un hechicero, cuando Jenna abrió los ojos estaba en el estadio de fútbol cercano a su casa, no podía moverse y su corazón estaba acelerado, era incapaz de hablar o de gritar. Frente a ella apareció un ente, tenía una figura femenina y estaba cubierta de mantas negras, sostenía una hoz con ambas manos y se acercaba a ella lentamente. El ritmo cardíaco de Jenna se aceleró todavía más. Cuando el ente estuvo a un metro de distancia de ella enterró la hoz en la tierra y sacó del interior de las sábanas una carta, por detrás tenía el dibujo de una brújula dorada, la puso en el suelo y reveló el dibujo de “La Muerte” del Tarot, sin embargo, estaba en blanco y negro. Jenna despertó en su habitación, seguía tan alterada como en su sueño, se puso de pie y fue a su ventana, a lo lejos se veía el estadio con el que soñó.

La chica se vistió con algo diferente a su pijama y salió por la ventana de su habitación, había un pequeño balcón sobre un bote de basura, tras usarlo como escalera empezó a correr hacia el estadio. Cuando llegó encontró todas las entradas con una reja, dio vueltas, pero ninguna entrada era accesible. Llegó a la zona de venta de boletos, tomó una piedra, usó su energía ritual para potenciarla y rompió el cristal reforzado que cubría la zona. Entró con poco cuidado, por lo que se hizo un corte en el brazo izquierdo. Tomó unas llaves de un cajón y entró al estadio, una vez llegó a la parte del pasto artificial, misma con la que había soñado, se puso a buscar la carta con la que soñó.

—¡Para ahí!

Jenna se detuvo, parpadeó por un momento y desconoció el lugar donde estaba. Había estado caminando inconscientemente. La voz volvió a sonar, ahora sonaba más cercana.

—No sé qué haces aquí, Jenna.

La chica se giró, vio a Lexa que se acercaba con un papel en la mano, vestía el uniforme de Bajo Grado y llevaba consigo un maletín.

—Yo tampoco lo sé —dijo Jenna—, estaba dormida, tuve un sueño raro y caminé hasta aquí sin saber por qué. Espera. ¿Qué haces tú aquí?

—Recibí una llamada, me dijeron que detectaron algo raro por aquí y que viniera a investigar.

—¿Cómo entraste?

—Con mi ritual, dibujar una puerta abierta es fácil. ¿No te llamaron a ti también?

—No lo sé. Suelo apagar mi teléfono al dormir.

Jenna revisó sus bolsillos, corroboró que no traía su celular.

—¿Qué pasaba en tu sueño? —preguntó Lexa algo más relajada mientras guardaba la hoja de su mano.

—Estaba parada aquí y venía un ente y dejaba una carta.

Lexa miró confundida a Jenna, realmente no entendía a lo que se refería. Ambas se mantuvieron en silencio por un momento.

—Buscaré por el suelo —dijo Jenna de repente—, tal vez encuentre algo, no creo haber soñado eso por nada, tampoco creo que te hayan enviado por nada.

—¿Está bien si busco por el suelo sin más?

Jenna asintió, las chicas empezaron a buscar por el estadio.

—Lo encontré —dijo la voz de Lexa a espaldas de Jenna cuando llevaban unos minutos buscando.

Jenna se giró con alegría. Su sonrisa se desvaneció cuando vio un ente exageradamente delgado y con extremidades largas mirarla. Sus ojos eran más grandes que los de una persona y su sonrisa llegaba de oreja a oreja. La chica empezó a correr para huir del ente.

—¡Lexa, ayuda!

La compañera de Jenna escuchó el grito y se giró, se perturbó al ver a la criatura. A pesar del miedo que empezó a invadirla, Lexa se tumbó al suelo y tomó una hoja blanca de su maletín, a pesar de tener trazos imprecisos logró bocetear a la criatura dividida por cortes.

—¡Técnica ritual, manifestación!

Tras gritar su ritual, Lexa lanzó la hoja al suelo. La criatura sólo recibió cortes superficiales que la hicieron cambiar de objetivo a su atacante.

—Débil —dijo el ente.

Lexa, asustada tras ver directamente los ojos de la criatura, empezó a correr al lado contrario. Pocos pasos después cayó al suelo. El ente empezó a acelerar para llegar lo más pronto posible a ella. Lexa estaba en el suelo, cuando abrió los ojos vio una carta frente a ella, tenía el dibujo de “La Muerte” en ella. La tomó y se giró para buscar a Jenna, lo único que encontró fue a la criatura abalanzándose sobre ella.

—¡La carta! —gritó Jenna al ver desde la distancia lo que había recogido su amiga.

La criatura se colocó sobre Lexa, Jenna corría para intentar ayudarla.

—Técnica ritual —dijo Lexa, misma que tenía su mano dentro del maletín—, manifestación.

La chica sacó su mano del maletín y sostenía un cuchillo, apuñaló a la criatura, misma que dio un salto hacia atrás. Jenna estaba lo suficientemente cerca para tener acorralada a la criatura. El ente volvió a lanzarse contra Lexa, sin embargo, esta vez lo esquivó y se adelantó para estar al lado de Jenna. Una vez estuvieron lado a lado le dio la carta.

—¿Sabes usarla? —preguntó Lexa, respiraba acelerada.

—No tengo idea —respondió Jenna—, ¿tienes otro cuchillo?

—Sólo puedo manifestar una cosa a la vez.

La criatura se recuperó, miró por unos segundos a las chicas y de su cuerpo empezaron a brotar pequeños cúmulos de su carne. Las chicas estaban perturbadas de ver cómo poco a poco más criaturas idénticas surgían.

—¿Podemos huir? —preguntó Lexa, sus piernas temblaban.

—Deberíamos —dijo Jenna, quien retrocedía con pasos pequeños.

Las criaturas se empezaron a lanzar hacia las chicas, quienes corrían en dirección contraria. En la oscuridad de la noche, mientras eran perseguidas por los entes, las chicas notaron que las salidas habían sido bloqueadas, el ente había logrado expandir un territorio para tenerlas atrapadas. Cada segundo que pasaba más criaturas surgían.

—Debe ser efecto del territorio —dijo Lexa—, si matamos al original seguro desaparecen todos.

—¿Cómo se hace un territorio? —preguntó Jenna.

No era la primera vez que lo cuestionaba, sólo que normalmente lo hacía para ella misma. Desde que vio un territorio por primera vez se había preguntado si ella sería capaz de usarlo.

—La magia es creatividad —dijo Lexa—, los nombres de rituales son improvisados, mientras tengas energía para hacerlo y lo imagines, funciona, eso dicen los profesores.

—No sé qué pasa si chocamos dos territorios al mismo tiempo —dijo Jenna y se giró a Lexa—, creo que tengo un plan.

Jenna tomó la carta del Tarot y la miró por un momento, tenía color a diferencia de su sueño, cerró los ojos y se dejó llevar.

—Técnica ritual, estela de muerte.

Tras enunciar el ritual un camino se formó frente a ella, uno que volvió polvo a los entes que atravesaba y deshacía el territorio formado. Jenna empezó a debilitarse.

—Ya veo —dijo Jenna—, de eso se trata.

Al final del camino se veía el ente original que había dejado de duplicarse, ahora veía a las chicas fijamente, cuando el camino lo alcanzó su piel empezó a endurecerse y poco a poco se rompía. Al poco tiempo se volvió polvo, con eso desapareció el territorio y las copias del ente, el estadio volvió a la normalidad.

—¿Estás bien? —preguntó Lexa al ver a Jenna en el suelo.

—Sí —dijo Jenna, quien volvió a ver la carta que ahora estaba en blanco y negro—. Sólo, creo que consumió demasiada energía.

Tras hablar, Jenna vomitó de repente. Lexa la ayudó a levantarse y salieron del estadio, en la entrada principal vieron a Mirko, quien se disponía a entrar.

—¿Qué hacen aquí? ¿Qué le pasó a Jenna?

Su voz estaba alterada, a pesar de ello conservaba su seriedad. Las chicas le explicaron lo sucedido, Jenna fue llevada con Mikaela que estaba en la camioneta en la que vino Mirko.

—Usó una carta del Tarot —dijo Mirko, reflexionaba sobre lo ocurrido—, ¿quién te llamó?

—Daniel —dijo Lexa, en el rostro de Mirko se formó un semblante de molestia.

—No puedo creer que enviaran a estudiantes de Bajo Grado —dijo Mikaela mientras curaba a Jenna, misma que se limitaba a escuchar.

Una vez fue curada, dejaron a Lexa en su casa y llevaron a Jenna en la suya, antes de dejarla bajar del vehículo la detuvieron.

—¿Tienes la carta? —preguntó Mirko.

Jenna la sacó de su bolsillo y se la entregó. No quería volver a usarla en realidad.

—Bien, ve a descansar.

La chica bajó del coche y subió a su habitación por donde había salido, llegó a su cama y en cuanto se recostó durmió. Durante el resto de la semana tuvo pesadillas con el ente que había enfrentado.

—¿Estás bien? —preguntó Sabina al ver a su amiga desconcentrada—, te ves algo melancólica.

—Lo siento —dijo Jenna—. No he dormido nada bien, tengo pesadillas con entes malignos.

Sabina miró con preocupación a su amiga.

—¿Eso es ser una hechicera? —preguntó Sabina.

—No lo sé, quería salvar gente, pero la hechicería parece más salvarte a ti mismo de los peligros en los que te metes.

—¿Estás dudando de tu decisión?

Jenna se mantuvo en silencio durante un rato.

—Sólo, quiero encontrar la misma emoción que cuando vi a Gabriel pelear.

—Lo que me contaste del edificio en construcción parece emocionante.

—Cuando estás luchando es diferente, no sientes emoción alguna de lucirte usando tu magia, te preocupas de si podrás ganar, de si podrás vivir un día más, te preocupas de que tus compañeros ganen sus batallas para no tener que pelearlas tú. Veo a los hechiceros de Alto Grado tan confiados, que me dan la seguridad de seguir peleando, pero cuando estuve en el estadio y no había quien me inspirara esa confianza, lo entendí. Ellos no muestran la confianza para ellos mismos, la muestran para el resto, para inspirarlos, cuando no tuve esa inspiración casi muero. Si no hubiese tenido suerte de tener esa carta, no habría salido viva de ahí y Lexa tampoco.

Sabina no dijo nada, se limitó a acercarse a abrazar a su amiga.

—¿De qué se trata en verdad la hechicería? —preguntó Jenna al sentir el abrazo de su amiga.

—De ayudar, yo creo eso, pero no siempre tienes que ayudar a otros, a veces tienes que ayudarte a ti.

Las palabras de Sabina la hicieron recordar lo que le había dicho su padre.

—¿Debo ayudarme a qué?

—A ser fuerte, no creo que Gabriel o tus profesores finjan ser fuertes, de seguro lo son y por eso tienen esa confianza.

—¿Crees que yo pueda ser así de fuerte? Tanto para creérmelo yo misma.

—Estoy segura de que sí, pero es más importante lo que tú creas.

Jenna se mantuvo en silencio, correspondió por fin el abrazo de su amiga.

Durante la segunda y tercera semana de vacaciones Jenna se dedicó a entrenar sus capacidades físicas, ocasionalmente se veía con Lexa y Sabina para entrenar. Salían a correr por las mañanas y después entrenaban su fuerza.

—Ustedes saben más del tema —dijo Sabina—, ¿qué tan fuerte es un ente de esos?

—Depende —dijo Jenna—, algunos tal vez tienen poca fuerza y otros deben tener fuerza sobrehumana.

La nueva rutina diaria provisional permitió a Lexa y Jenna hacerse más cercanas, hubo algunas ocasiones en las que las tres fueron a casa de Jenna para comer, Carla las recibió con mucho gusto. La cuarta y última semana de vacaciones llegó, con ella Lexa y Jenna se decidieron por poner a prueba su entrenamiento.

—¿Cómo crees que podemos encontrarlas? —preguntó Lexa—. Ni siquiera en la escuela tienen un detector de entes.

—Podemos preguntar a la gente por leyendas urbanas, normalmente no son tan fuertes —dijo Jenna y sacó su teléfono—. Le preguntaré a Sabina si puede ayudarnos con eso.

El grupo de amigas se dividió por calles para preguntar por leyendas urbanas que pudieran ser entes malignos.

—Es una investigación —dijo Jenna a la anciana que entrevistaba

—Bueno, ciertamente conozco varias —respondió mientras frotaba su barbilla—, aunque hay una famosa sobre Navidad.

—Muy acorde a la época.

—Suelen hablar de un concierto fantasma. Habrás escuchado de la Casa de la Nieve, esa casa que lleva abandonada durante décadas desde que el dueño asesinó a su esposa e hijos.

Jenna asintió.

—El año pasado se hizo el rumor, aún es pequeño, pero lo conozco porque mi nieto fue el que lo vivió. Dicen que, en víspera de Navidad, en el sótano de aquella casa se escucha un dueto fantasma, por eso de las ocho o nueve de la noche.

—¿Dueto fantasma?

—Así lo llamó mi nieto, desconozco las razones por las que él entró, se limita a decirme que no lo sabe. Pero bueno, lo dejo como una leyenda urbana, no creo que en esa casa los fantasmas se dediquen a tocar música.

—¿Cree que hay fantasmas en esa casa?

—Con sus antecedentes, la verdadera pregunta es quién no. Si lo que buscas ahora es entrar, ten cuidado y no vayas sola.

Jenna se despidió de la anciana, tras alejarse de la puerta llamó a sus amigas.

—Nochebuena es importante —dijo Lexa al teléfono—. Pero si volvemos a tiempo para comer, estoy dentro.

—Supongo que no es necesario que vaya —dijo Sabina al instante—, ni siquiera puedo ver los entes malignos.

—Puedes quedarte fuera para el peor de los casos —dijo Lexa.

—Entonces en dos días iremos a la Casa de la Nieve —dijo Jenna.

—¿Podemos descansar hasta entonces? —preguntó Lexa.

Tras el acuerdo Jenna volvió a su casa, fue recibida por Carla.

—Antes de la cena de Nochebuena quería pedirte permiso de ir con unas amigas, será rápido, es para darnos regalos porque en Navidad ninguna podrá.

—Mientras no tardes mucho, está bien —dijo Carla mientras servía comida a su hija—. ¿Entonces pasarás esta Navidad conmigo?

Jenna asintió a la pregunta de su madre.

Los dos días pasaron con tranquilidad, Jenna se dedicó a ayudar a su madre con preparativos de comida. Lexa y Sabina no hicieron algo distinto. Era la única época donde podrían convivir con sus familias después de estar meses en la Escuela Superior de Hechicería. Llegó la víspera de Navidad, Jenna vistió una sudadera holgada y un pantalón de mezclilla, se despidió de su madre con un beso y fue a la Casa de la Nieve. Sus amigas ya la esperaban ahí, Sabina vestía una gabardina para el frío y Lexa usaba ropa deportiva.

—Son las siete —dijo Jenna y se acercó a la puerta.

—Entonces esperemos al fantasma adentro —dijo Lexa.

—Las veo en un rato —dijo Sabina—. ¡Mucha suerte!

Jenna y Lexa entraron a la casa, estaba oscura y cada uno de sus pasos provocaba un crujido del suelo. Gracias a las lámparas que alumbraban frente a ellas lograron llegar al sótano, una vez ahí empezaron a iluminar sus alrededores.

—Un piano —dijo Lexa al verlo al fondo—, también hay un violín.

La trampilla que daba acceso al sótano se cerró por su cuenta, las lámparas se apagaron por su cuenta, los quinqués colgados en las paredes encendieron y, al fondo de la sala donde reposaban los instrumentos, empezó un solo de piano. No era un fantasma invisible el que tocaba, en realidad era un hombre sentado que apareció cuando los quinqués alcanzaron esa parte del cuarto. Jenna y Lexa se colocaron en una posición defensiva, la primera tenía un pequeño cuchillo para mantequilla en su mano y la otra metió la mano en su maletín.

Etiquetas: fantasía juvenil

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