Con la edad las mujeres alcanzamos algo parecido al estado de gracia. Se desprende la capa de barniz que nos recubre dejando al descubierto las imperfecciones y surcos que delatan el material del que estamos hechas, la verdad que habita tras la cera que nos recubre. A Celia no le hizo falta llegar a este punto.

Celia era de otra madera, de otra naturaleza. Celia era bella, una belleza templada, dulce, envidiable sana o insanamente, si es que la envidia puede ser sana. Celia resplandecía: tez sedosa, cabello maleable según el día, incluso por momentos. Podía a su antojo y sin esfuerzo, rizarlo, alisarlo o cresparlo si le apetecía. Su tez pálida o ligeramente bronceada, dependiendo de cómo la luz incidiera sobre su rostro, acompañaban una silueta con formas de sobresaliente modelado.

Celia ocultó entonces sus formas desdibujando su esbeltez con ropajes anchos, descompuestos, evitando colores afines, de manera que el protagonismo se centrara en el ropaje, desviando la atención del rostro. Convirtió en tendencia sin querer la desgana, la dejadez, el amorfismo de pieles, la incomprensión de tejidos que simplemente se dejaban caer sobre el cuerpo, independientemente del resultado. Mezcolanzas que, en ella, no conseguían ocultar su inquietante belleza.

Celia no se dedicó al estudio en profundidad de materias, naturalezas o ciencias infusas, ni fue pionera en ningún quehacer o saber. Celia se limitó a hacer lo que le placía en cada momento. Si le placía sexo practicaba sexo, sin pudor ni compromiso, tal como su cuerpo le indicaba que lo hiciere. Si le placía leer, eso hacía, durante horas, dedicándose por completo en cuerpo y alma a esta tarea. Tan solo el hambre marcaba pausas de tarde en tarde. Si le apetecía viajar, tomaba su mochila y desaparecía durante meses, incluso años. Partía por un tiempo indefinido sin dar explicaciones ni a la ida ni a la vuelta.

Celia se respetó en todo momento, escuchó atenta la voz propia y desatendió consejos de padres, amigos y es por tu bien, que ofrecían buenos partidos, futuros asegurados, estados de bienestar e incluso prometedoras carreras. A Celia no le interesaban consejos, más allá de los que ella misma pudiera ofrecerse.

Celia no llegó lejos en la vida, no dejó herencia a repartir, ni se dejó la piel por un salario. No destacó por nada más que por la belleza de sus primeros años, luego ya se sabe. Celia partió como vino, sonriendo.

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