Amina, una joven aficionada a experimentar con todo tipo de ingredientes culinarios, trabajaba en los campos de trigo con su familia, el cual era su único sustento.

Un día, mientras molía trigo, tuvo una idea: Mezclar el polvo del trigo con agua. Descubrió que se formaba una masa pegajosa difícil de manejar, pero con un olor agradable.

Al día siguiente mezcló diferentes cantidades de trigo molido y agua, dejando la masa reposar durante más tiempo en un lugar cálido. Cuando regresó para ver su estado, descubrió, con asombro, que había aumentado de tamaño y se habían formado burbujas. Al tocar la masa, comprobó que estaba más compacta. Se animó a amasarla. Después hizo pequeñas bolas de masa y encendió el horno de barro. Con cuidado, las puso en una piedra plana y las introdujo dentro del horno. 20 minutos más tarde, cuando sacó la masa ya cocida del horno, su agradable olor atrajo el interés de su familia. Nunca antes había visto una masa crujiente y esponjosa, con un aroma tan irresistible.

Rompió un bollo de pan, lo repartió entre su familia y lo probó. Su sabor era distinto a cualquier otra cosa que hubieran probado antes. ¡Lo llamaré pan!, señaló.

El sencillo pan se convirtió en el alimento básico e imprescindible de las familias del pueblo, en la base de cada comida, y en el acompañamiento de todo alimento. Incluso mojando el pan en leche estaba riquísimo. Y con el tiempo, y la llegada de forasteros, la receta de Amina se difundió llegando a otras tierras y culturas, donde cada región adaptó el pan a sus propios gustos y tradiciones: hasta llegar a ser aún en los tiempos actuales un alimento básico e indispensable lleno de nutrientes.

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