Apoyaba la cabeza en la ventana y disfrutaba del delicado masaje que el vidreo le brindaba en el suave balanceo del bailar de aquel fabuloso tren. No podía creer, que fuera tan sencillo cambiar el paisaje, habiendo sido prisionero de lo inmóvil tanto tiempo.
La visión que esa preciosa ventanilla le mostraba, superaba a cualquier imagen estática de ámbito conocido, pues lo que el veía por esa pantallita, en la profundidad del cambiante marco de lo desconocido; era a sí mismo, por primera vez.
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