ÉNGONOS
La danza del deshielo
La habitación estaba en absoluto silencio hasta que algo provocó que un libro cayese al suelo. El manual de mitología griega que aterrizó en el parquet causó tal estruendo que Biel despertó del profundo sueño en el que se encontraba. Entreabrió con dificultad los ojos y fue entonces cuando lo vio. Dos inquietantes esferas azul cielo, bordeadas con una fina línea violeta, le observaban desde la esquina de su cuarto. Se frotó la cara velozmente, en un vano intento de quitarse las legañas y ver con más claridad, pero cuando focalizó su mirada en el lugar ya no había nada.
Con la duda en mente, extendió la mano hacia la mesita de noche para comprobar la hora y, al ver la pantalla de su móvil, saltó abruptamente de la cama. Las sábanas que lo habían aislado del frío otoñal salieron volando hacia un lado, cayendo sobre el archivador que contenía los infinitos apuntes universitarios.
Salió corriendo de su habitación y se dirigió al baño, pero un obstáculo apareció de forma inesperada. El golpe lo desestabilizó y acabó en el suelo. Levantó el rostro y vio a un hombre de mediana edad. Llevaba una media melena despeinada y cobriza, así como su incipiente barba. Sus ojos, del mismo color miel que los suyos propios, le lanzaron una mirada disconforme:
—¿Se puede saber a dónde vas con tanta prisa, Biel?
—Lo siento papá, me he dormido.
Y con esas palabras, Biel continuó su carrera hacia el lavabo.
—¡Suerte en la entrevista, hijo! —chilló Javier justo antes de sonreír con orgullo.
Veinte minutos después, Biel salía de su casa duchado y vestido, con la emoción de conseguir superar un nuevo reto. Había elegido un conjunto perfecto para la ocasión: elegante a la par que casual. Se sentía bien con ese look; con fuerza y optimismo. Y era justo lo que necesitaba. Llevaba años soñando con ese momento; meses trabajando duro para aprender todo lo posible y convertirse en un gran maestro. Tras tantos esfuerzos, al fin se encontraba ante su primera oportunidad laboral. Probablemente fuera solo una corta suplencia, pues el curso ya había empezado; aun así, aunque le brindasen una sustitución de una semana, era una gran oportunidad para él. La experiencia, por corta que fuese, estaba muy valorada en el sector educativo. Este iba a ser su gran día, lo presentía.
Caminaba con ligereza atravesando las calles estrechas del barrio de Sant Andreu, dejando atrás fachadas antiguas que escondían infinidad de historias. Entró a la calle principal, donde las tiendas ya habían abierto sus puertas al público y las aceras empezaban a llenarse de transeúntes. Era un espacio idóneo para disfrutar de un paseo tranquilo. Pero no tenía tiempo para distracciones, debía darse prisa si quería llegar a tiempo.
Aceleró la marcha y llegó a la parada de metro. Una bocanada de viento hizo que los mechones dorados de su cabello, de diversos tonos, danzaran, despeinándolo por completo. Aunque, bien mirado, su peinado siempre tenía aquel deje de desorden.
Llegó al andén. Según el panel, el siguiente tren aparecería tan solo en un minuto. Con un poco de suerte llegaría puntual. «¿Cómo he podido quedarme dormido?», se preguntó. Ojalá hubiera seguido el consejo de su padre y se hubiera tomado una tila para descansar mejor. Habría amanecido sin ojeras y sin prisas. Sacó el móvil para ver sus últimos mensajes y sonrió al leer uno de ellos:
Mucha suerte, seguro que irá genial. ¡Los niños de ese colegio serán afortunados de tenerte con ellos! Te mereces el puesto. Demuéstrales lo mucho que vales.
Ainhoa siempre conseguía arrancarle una sonrisa. Ella también sería una gran maestra cuando le ofreciesen la oportunidad, estaba seguro. No solo era un gran apoyo para él, sino que era una persona adorable e inteligente que, sin dudarlo, ayudaría a todo ser del planeta que lo necesitase. Era un tesoro. Al igual que sus otros tres amigos y compañeros de estudios, aunque ellos plasmaran su alegría en palabras menos profundas.
Te odio, suertudo.
Imaginó a Sebas frunciendo el ceño sobre sus ojos oscuros en un fallido intento de aguantar la envidia que sentía. El autocontrol siempre había sido su talón de Aquiles.
Si quieres voy por ti a la entrevista, total, saldrán ganando con el cambio.
Típico de Alan. Acostumbraba a darle un toque de humor a todo lo que hacía y decía, aunque esa actitud era realmente un caparazón que ocultaba su verdadero carácter intenso. Por eso Alan y Sebas eran grandes amigos, porque se parecían mucho en cuanto a su personalidad.
Alan y Sebas, callad la boca. Pensad que, si lo cogen, ¡los siguientes somos nosotros! Será nuestro enchufe.
Nacho era el más sensato y lógico de los tres, hasta para estas circunstancias.
Estaba pensando en una frase ingeniosa para contestarles cuando sintió algo extraño. Atípico y a la vez familiar. Era una sensación difícil de definir, como un suave sonido que no era fácil de escuchar y que le hablaba solo a él, de forma íntima. Notó como el tono de esa aura indescriptible aumentaba sutilmente ante él, así que rápidamente elevó su mirada. Al otro lado de la vía, a no más de dos metros de distancia, una joven estaba de pie mirándole fijamente. Se quedó unos segundos embelesado por el claro e intenso azul de sus ojos. De pronto, la fina aureola lila que bordeaba su iris brilló. Él parpadeó y ya no había nadie. La muchacha de ojos misteriosos había desaparecido. Biel se quedó pensativo, intentando recordar dónde había visto esa mirada antes. Porque la había visto, estaba seguro. Era una intensidad difícil de olvidar.
Pocas horas después, Biel caminaba de nuevo por las calles de Barcelona en dirección al bar en el que había quedado con sus amigos. En esa ocasión, paseaba por calles más anchas, rodeado de gente. Así era el centro de la ciudad. Andaba con paso firme y seguro; satisfecho, contento y deseando charlar con sus antiguos compañeros.
Tras bordear la esquina de Plaza Cataluña y cruzar poco después la calle Pau Clarís, llegó al local y vio a sus cuatro amigos sentados en una mesa de la terraza.
—¡Ya está aquí el triunfador! —gritó Nacho al verle, levantando su refresco a modo de saludo.
—No cantes victoria, Nacho, todavía no me han asegurado nada.
Unos brazos delicados le abrazaron al momento y una dulce voz añadió:
—Te llamarán, Biel, no hay otro como tú.
Biel agachó levemente el rostro con una sonrisa en los labios para ver a su alegre amiga. El cabello largo y lacio caía por debajo de sus hombros, así como su flequillo recto sobre sus ojos redondos, brillantes y expresivos. La marea de pelo castaño contrastaba con la claridad del verde de su mirada. Su rostro denotaba pura bondad y comprensión.
—Eres un encanto, Ainhoa.
—Vale, vale, ya basta, tortolitos. —Sebas se levantó y se acercó a ellos.
—Eres muy pesado con eso, Sebas, sabes que somos amigos.
El aludido elevó la ceja mostrando incredulidad ante las palabras de su amigo. Alan carraspeó e intervino:
—Bueno, a lo que íbamos. ¿Qué tal ha ido, colega?
Tomó asiento y les explicó con detalle cómo había ido la entrevista de trabajo.
De pronto, se sintió sacudido por la misma sensación que tuvo en el andén del metro. Interrumpió su discurso y giró la cabeza buscando el origen de la extraña melodía que sentía. Se encontró de nuevo con la mirada ártica que andaba buscando. Allí estaba ella, sentada sobre un muro de piedra, con sus esbeltas piernas cruzadas. La larga cabellera negra y sedosa recogida en una alta coleta caía por su espalda. Vestía un mono ceñido del mismo azabache que su pelo, a excepción de diversas sinalefas lilas que se esparcían por todo su cuerpo. El uniforme se mimetizaba con unas botas que le cubrían hasta las rodillas, adaptándose a la perfección a su figura. La luminosidad de sus ojos llamaba la atención, y no solo por su color, sino por el increíble contraste que hacían con el bello bronceado de su piel. Alguien le dio un toque en el hombro y él se volvió:
—¿Estás bien, Biel? —preguntó Ainhoa con preocupación.
Volvió a mirar a la misteriosa joven y, una vez más, había desaparecido.
—Sí… creía haber visto a alguien que conozco.
«Deben de ser imaginaciones mías…», pensó. Todavía algo aturdido, retomó la conversación que estaba teniendo con sus amigos durante un buen rato, hasta que esta fue interrumpida por la melodía procedente de su móvil. Le tomó un segundo responder cuando vio el número desconocido en la pantalla:
—¿Diga?
—¿Biel Santos?
—Sí, soy yo.
—Llamamos del Hospital Germans Trias. Su padre ha sufrido un accidente y ha sido ingresado de urgencia en estado grave.
El mundo cayó en un silencio desolador a su alrededor. Un nudo se formó en su garganta y el corazón empezó a latirle a gran velocidad. Su respiración se volvió entrecortada y sus ojos se tornaron cristalinos a causa de las lágrimas acumuladas, haciendo que las motas doradas de su iris brillasen con más intensidad. En su mano temblorosa sintió la suavidad de la palma de Ainhoa.
—Biel, ¿qué sucede?
La pregunta de Ainhoa estaba en el aire, pero él sólo tenía ojos para Nacho y los dos cascos que tenía a sus pies. Su amigo entendió al instante la silenciosa petición y, cogiendo los dos protectores, se puso en pie.
—Voy para allá. —Fueron las únicas palabras que Biel logró articular.
La llamada se cortó. Inmediatamente, Nacho se colocó el casco chafando su implacable tupé y le entregó a él el otro.
—¿Hacia dónde? —preguntó Nacho mientras caminaba hacia su moto, aparcada justo al lado de la mesa.
—Al Hospital Germans Trias, en Badalona.
—De acuerdo. Vamos.
Biel se levantó del asiento seguido por sus tres amigos; la preocupación en sus rostros era innegable.
ㅡPara cualquier cosa, a cualquier hora. Ya lo sabes ㅡdijo Alan mirando con solemnidad a Biel mientras este se dirigía al ciclomotor.
El aludido asintió como respuesta, pues no era capaz de formular ni una palabra. Se subió a la moto y, antes de arrancar, tuvo la oportunidad de observar un instante a sus amigos. Estaba muy agradecido por tenerlos a su lado, por tener la suerte de haber encontrado personas como ellos que lo entendían sin necesidad de palabras; que lo apoyaban de manera incondicional. Ahora solo faltaba que la otra suerte de su vida saliera ilesa de la delicada situación en la que se encontraba.
En unos pocos minutos que se le hicieron eternos, Biel se encontraba en la puerta de urgencias del hospital con Nacho a su lado, como si de un fiel guardián se tratase. Cuando este notó que los ojos miel de Biel estaban petrificados observando la entrada, al igual que todo su cuerpo, le dio un apretón en el hombro. Al instante, Biel volvió del shock y miró a su amigo:
—Ve, rápido. Aquí te esperaré.
Volviendo a la realidad, Biel salió a toda prisa y entró. Tras preguntar por Javier en la recepción y recibir las instrucciones de cómo llegar al box, siguió corriendo por el intrincado laberinto de pasillos. La gente se quejaba a su paso, pero él era incapaz de distinguir los rostros. Solo podía visualizar uno: el de su padre. Su sonrisa, acompañada de la diversión de sus ojos vivos cuando conversaban, incluso cuando discutían. Javier se sentía orgulloso de la persona en la que se había convertido su hijo y su mirada así lo mostraba. Cuando lo miraba de esa forma, Biel sentía que era capaz de todo, y era algo que siempre había necesitado. Adoraba sentirse así.
Su corazón se paró en seco cuando pasó a través de la lona de plástico que daba acceso a la UCI. Con cada grito, con cada llanto, la piel se le erizaba. Sin poder evitarlo, la duda se convirtió en un dolor punzante en su pecho. Las náuseas se apoderaron de él en cuanto notó el olor a hierro que reinaba en el ambiente. El hedor procedente de los cuerpos sangrantes se filtraba sin descanso por sus orificios nasales, volviéndose cada vez más insoportable. En ese ambiente desolador, Biel buscó con ahínco ese semblante que tantas veces le había sonreído y escuchado a lo largo de su vida. Pero en vez de ver aquel rostro, se encontró con otro; uno que no esperaba volver a ver. Apareció ante él al fondo del pasillo. Caminaba en su dirección, con paso firme y elegante; un andar gatuno y depredador. El hielo de sus ojos, envuelto por el flamante púrpura de su contorno, estaba puesto en él, ignorando la tragedia que tenía lugar a su alrededor.
Biel aminoró la marcha hasta detenerse por completo, aturdido por la nueva aparición. En pocos segundos, la mujer de coleta alta y porte intimidante estaba frente a él. Demasiado cerca, demasiado amenazante.
Unos pasos sonaron fuertes al fondo del pasillo, causando un gran estruendo. Un médico con la bata blanca manchada de carmesí corría hacia su dirección. Se movió rápidamente para no colisionar con el hombre, mientras se giraba para avisar a la joven morena, pero ella ya no estaba. Los gritos de la gente volvieron a sonar a su alrededor y recordó por qué se encontraba en aquel pasillo.
Confuso por la nueva visión de la mujer, empezó a caminar cuando escuchó una firme voz a sus espaldas:
—Biel.
Viró su rostro lentamente y se volvió a encontrar cara a cara con aquellos penetrantes ojos azules. El lila del contorno de su iris era esta vez mucho más intenso que antes.
—¿Quién eres?
—No es momento de preguntas. No hay tiempo que perder. Ha empezado.
La joven posó su mano sobre el hombro de Biel. Al instante, todo a su alrededor comenzó a girar, haciendo que las paredes blancas se desvanecieran, así como los gritos y las innumerables manchas de sangre. Sin poder hacer nada por evitarlo, el borroso torbellino que los había cubierto se los tragó, haciéndolos desaparecer.
SINOPSIS
Cuando las fuerzas del mal explotan y amenazan con arrasarlo todo, solo tienes dos opciones: olvidar lo sucedido y mantenerte aislado o enfrentarte a la amenaza y luchar contra ella. Contraatacar. Por ti. Por tus seres queridos. Pero plantarle cara a la oscuridad tiene grandes riesgos y sacrificios. ¿Estás preparado para ello? ¿Te atreves a jugártelo todo por salvar a los tuyos?
En el momento en que Iria, una de las semidiosas más poderosas del Olimpo, apremie a Biel a posicionarse, este se verá obligado a olvidar lo bienaventurada que ha sido su vida hasta el momento. Deberá dejar atrás sus logros, su recién finalizada carrera y su círculo de confianza para dar paso al nuevo futuro que el destino ha escrito para él. Y es que los dioses olímpicos no tienen otra opción que reclutar el máximo número de éngonos posibles para combatir el peligro que se cierne sobre la Tierra. Deben lograrlo, pues algo de vital importancia está en juego: la extinción de la raza humana.
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