CAPÍTULO I

Se oyen las señales horarias en el radio reloj. Aun pasarán unos minutos hasta que Valentina comience a dar señales de vida en su dormitorio, bajo las sábanas.

Dirige sus pasos a la terraza donde detiene el tiempo por un instante, dejando que la claridad del día se refleje en su rostro mientras observa el mar de fondo buscando entre la bruma, el pico del Teide y la isla de La Gomera.

Abajo en el muelle la actividad es incesante. Varios barcos en el puerto esperan llenar sus panzas hambrientas.

El canal clásico se desliza por la ventana entreabierta de su dormitorio. Observa el movimiento inquieto de las grúas e imagina divertida que son bailarinas danzando al son de la música.

Viste formal para trabajar. Pantalón de pinzas azul, blusa y blazer blancos con un pañuelo anudado al cuello disimulando sus cicatrices, el tapacosturas como suele llamarle.

No es mucho el recorrido que tiene que hacer para llegar al trabajo, tan solo subir la inclinada calle donde vive y llegar hasta el final. Pero no se puede resistir cada mañana, sin detenerse unos segundos, en el mirador situado al terminar la parte más inclinada y volver a admirar la bella panorámica que tiene ante sus ojos. Desde el punto donde se encuentra, en días despejados puede ver también la isla del Hierro.

Su rostro sereno y sonriente no da muestra de las semanas convulsas sufridas meses atrás por no llegar a tiempo a la toma de posesión de su plaza. Un temporal de nieve que azotaba el norte de España la retuvo toda una noche en aquel maldito tren junto a sus dos compañeros Kike y Eva, viéndose obligados a firmar los tres últimos destinos de la convocatoria.

A su familia le costó encajar la noticia, llegaron incluso a insinuarle que podía renunciar. Pero ella no quiso oír hablar del tema.Tenía unos deseos irrefrenables de echar a volar.

Que Kike y ella llegaran a las islas un lunes de carnaval les ha facilitado mucho las cosas. La alegría y amabilidad con la que les han recibido hace que ese suceso seguramente se convierta con el tiempo en una extraordinaria anécdota que contar en tardes de cañas entre colegas.

Qué lejos están sus amigos y cuanto les echa de menos, pero es el momento de que cada corazón lata por sí solo. Así que cada mañana, desde ese mirador dice hola y también adiós.

La calle ahí pierde la pendiente hasta llegar a una carretera de circunvalación que baja al puerto y al centro de la ciudad. Justo en esa esquina se ubica la prisión central. Una fortaleza de piedra volcánica flanqueada por dos torreones destinados a viviendas y en su parte central un típico balcón de madera sobre el arco de la puerta principal.

La recibe el guardia de la puerta que saluda con poco interés esa mañana. Firma la llegada en la mesa de control y a su izquierda, en la oficina de régimen, Senén y Mariano ya están haciéndole señas para llamar su atención. –A ver qué se les ha ocurrido hoy a estos dos- piensa.

Aún está fresco el recuerdo del primer ingreso que anotó en el libro de registro el primer día de trabajo.

– Este es el libro donde se anotan todos los ingresos y las excarcelaciones. Vas a dar de alta tú a uno que han trasladado de la península. Escribe aquí, es muy importante que no te equivoques, no puedes rectificar ni una sola letra-. Le indicó Senén, el jefe de la oficina, muy serio y ceremonial.

Estaba emocionada y algo nerviosa, para qué negarlo, por lo que se ciñó a hacer lo que le decían. Su único empeño era hacerlo perfecto.

– González Márquez, Felipe.

El eco de sus carcajadas corrió por todo el recinto, llegando al interior incluso antes que ella, la hazaña de haber metido en el trullo al mismísimo presidente del gobierno.

Sube los dos escalones de acceso a la oficina y saluda a sus compañeros con cierta reserva.

– Buenos días, qué tenéis para mí. ¿Algún ingreso?

– Sí, otro de los que te gustan-. Es Mariano el que contesta mientras le entrega un expediente.

Le mira sin entender, pero enseguida su rostro cambia en cuanto abre aquella carpeta y ve que se trata un delito de agresión sexual.

– Muy gracioso tú. Para mí es un ingreso más. No niego que me desagrada este tipo de delitos, pero allí dentro son personas con necesidades que tengo que atender y no me importa otra cosa.

Se dirige de nuevo a su compañero y deja el expediente en su mesa.

– Luego vendré a verlo más detenidamente y tomar los datos que necesite.

Al salir de la oficina mira al fondo y saluda con la mano al director que acaba de incorporarse en su despacho.

Abandona la zona de oficinas y baja las escaleras que conducen al recinto que rodea el interior de la cárcel haciendo una parada en el economato para comprar un par de ambrosías de chocolate.

Al final de la escalera y cruzando el recinto un guardia que escucha la radio, le abre la puerta exterior del rastrillo.

El chas chas de los cerrojazos, va formando parte de su rutina. Aunque aún se sobrecoge alguna vez, trata de disimularlo.

Es Borja quien la recibe en el rastrillo. Un joven madrileño, que ha crecido a la sombra de su severo padre, director de otra prisión insular y que ahora pretende beberse la vida envuelta en tragos de bourbon y mujeres. A ella le cae bien aunque piensa que está un poco loco.

– Eh, qué pasa.

– Hola Borja, buenos días. Te ha tocado aquí otra vez.

-Ya ves, algo bueno debo haber hecho para que me metan en la jaula cinco días seguidos-. Refiriéndose a la cabina de cristal blindado donde hacen el servicio.

– Bueno, así estoy a mi bola. Así que no me toques mucho los huevos entrando y saliendo a cada rato.

– Sabes que no tengo más remedio y a ti te toca joderte.

Con aspecto desaliñado y aire desgarbado, Borja se toma su tiempo para abrir la puerta de barrotes que da acceso al patio.

Parece más bien el patio de un colegio mayor. La zona de paso lo divide en dos. Con el suelo totalmente embaldosado, una enorme higuera se alza al fondo, y en ese mismo lado, una canasta de baloncesto; al otro, una mesa de ping pong.

Los internos aún se encuentran en la parte superior aseándose y realizando las tareas de limpieza de celdas y baños.

El aroma a café que se escapa de la cocina impregna el ambiente. Desde la puerta, Valentina saluda a los internos que se encargan. Sabe que más tarde obtendrá su recompensa.

En la oficina del Jefe de servicio está Andrés. Un cordobés afincado en la isla desde que le dejó su novia hace años y quiso desterrarse del mundo.

– Buenos días jefe, qué tal se presenta hoy la mañana. ¿Se han portado bien los peques?

– Arriba están, poniéndose guapos para ti.

– Seguro que sí.

– Qué me cuentas del nuevo.

– Apenas ha dormido. El jefe del turno de noche le puso una vela en la celda porque no se fiaba.

Un signo de interrogación se dibuja en su cara. Aún no está familiarizada con la jerga que utilizan y no quiere preguntar mucho para no ser motivo de bromas. Pero ahora están solos y va a atreverse.

– No se fiaba de qué.

– De que intentara suicidarse. Se le ha metido un preso de confianza en la celda para que le vigile-. Todo claro, la vela.

– Cuando venga el médico valorará si iniciamos el protocolo de prevención de suicidios.

Valentina aprovecha la hora del desayuno y el reparto de tareas de los presos para ocupar la oficina y así echar un vistazo al libro de incidencias y leer el protocolo que le ha mencionado Andrés.

Su despacho se encuentra en la planta superior, cerca de la enfermería, donde atiende Asun, enfermera y mujer del director y Kiko el médico tiene una pequeña consulta. Ambos trabajan en el hospital insular y vienen de forma externa unas horas al día o a urgencias.

Al otro lado del pasillo se divisan tres grandes habitaciones, donde los internos penados comparten cama en litera como si fueran compañeros de cuartel en un barracón.

Siempre que los despachos de la planta superior estén ocupados, un funcionario debe estar de vigilancia. Hoy está por allí Miguel, uno de sus favoritos. Alto, moreno, deportista y muy amable con ella. El hombre perfecto, si no fuera porque está casado y tiene tres hijos.

Sube a la oficina de régimen con una carpeta a recabar información sobre el interno nuevo. Antes de entrevistarse con él quiere estar preparada. Aunque no es partidaria de conocer los datos escabrosos de los autos de apresamiento, está intrigada, su intuición le dice que este no va a ser un caso al uso. Lo que sí ha visto es que los delitos que le imputan son retención ilegal con fuerza y violación en grado de tentativa.

***

– Hola mamá.

– Hola hija. ¿Qué tal estás?

– Muy bien.

– ¿Seguro que estás bien?

– No tengo mucho tiempo mamá. Ya sabes que aprovecho para llamar cuando no hay nadie en la oficina y no me gusta abusar, así que vamos a darnos un poco de prisa. Vosotros, ¿qué tal estáis?

– Bien hija. Tu padre arriba con su música. La abuela también está aquí, te manda un beso.

– Dale otro de mi parte.

Desde el supletorio de su estudio Andrés interviene.

– Aquí estoy Pocaropa.

– Hola papá. ¿Sabéis? Por fin he cobrado después de dos meses. Creí que no me llegaría el dinero que me dejasteis.

– Nos alegramos mucho, aunque ya sabes que por el dinero no debes preocuparte.

– Lo sé mamá.

– ¿Qué vacaciones vas a coger? Tendrás que ir reservando los billetes.

– Tengo que trabajar seis meses para disfrutar el mes de vacaciones así que hasta septiembre no podré ir, papá.

– No dejes de ir a la agencia, para asegurarte las fechas que quieres. Hazlo con tiempo.

– Vale, tranquilos, lo haré pronto. Antes tengo que solicitar un certificado de residencia.

– Ahora os dejo.

– Cuídate mucho hija. Y come, que estás muy delgada. ¿Qué tal te apañas con las comidas?

– Aquí todo es distinto pero con las recetas que me diste voy tirando. No te preocupes mamá, que estoy bien. Un beso a todos.

– No estés tan preocupada por Valentina, le irá bien.

– Cómo me dices que no me preocupe mamá. Qué cosas tienes. Después de todo lo que hemos pasado con ella. Lo que ha sufrido. Ahora está allí sola, tan lejos, y me dices que no me preocupe.

– Has estado allí y la has ayudado a instalarse. Tú eres la responsable de que esté totalmente capacitada para valerse por sí misma. Tienes que dejar que lo demuestre. Se lo debes.

Andrés baja por la escalera.

– Tu madre tiene razón. Aunque nos cueste, tenemos dejar que haga su vida.

***


Mientras rellena la ficha de ingreso y abre el expediente personal al recluso, saborea la ambrosía y un café que le han subido.

Se acerca a la enfermería y con los nudillos toca en la puerta acristalada. Kiko se encuentra pasando consulta.

– Pasa, ya he acabado. Estoy con el informe del nuevo para presentarlo arriba.

– ¿Algo que necesite saber?

– Su estado físico es normal, pero está muy abatido.

Valentina se sienta y escucha con interés.

– Mucha gente no lo entiende, sobre todo aquí dentro, pero a algunas personas les afecta cometer un delito como este. Añadido al trauma que supone entrar en prisión.

Valentina asiente.

– Luego está el sufrimiento por la separación de sus seres queridos.

– Algunos para siempre supongo yo.

– Exacto Valentina. Este hombre ahora mismo no sabe si su familia le sigue apoyando, si podrá ver a sus hijos, imagínate que tiene niñas, ¿le dejarán acercarse a ellas? En su pueblo, ¿querrán que vuelva? Imagina que la víctima también es de allí. Ahora mismo tiene la vida destrozada.

– Entiendo.

– He propuesto unas medidas provisionales urgentes de intervención-. Kiko le entrega la parte del informe a Valentina donde se refieren esas indicaciones.

* Dispensa farmacológica.

* Asignación urgente de interno de apoyo.

* Retirada de material de riesgo.

* Vigilancia especial por los funcionarios.

* Ubicación del interno en celda especial.

– Muchas gracias Kiko contigo siempre aprendo.

Tras hacer un resumen, está preparada para ver al interno y va en busca de su compañero que no está lejos.

– Miguel, necesito ver a Félix Brito Pérez en mi despacho. ¿Tú cómo le has visto? ¿Has hablado con él?

– Sigue en la celda. No quiere levantarse. Kiko nos ha dicho que no le obliguemos de momento. Marrero está con él.

– Si no quiere venir, me lo dices y voy yo.

Miguel vuelve al rato y le dice a Valentina que el recluso no quiere moverse de su litera.

– Cómo vas a entrar en la celda tú, no puedes.

– Acompáñame, va a ser un momento. No le vamos a traer a la fuerza. No quiero empezar así de mal con él si se encuentra en esas condiciones.

Desde el pasillo y entre los barrotes de la puerta, Miguel avisa a Félix que tiene visita y que debe incorporarse. Marrero, que ojea una revista, se dispone a salir de la celda ante un gesto del funcionario.

Aún tiene los segundos que tarda la dura llave en dar el par de vueltas que abre el cerrojo de la puerta, para decidir si obedece o no la indicación que le están haciendo. Da la sensación de ser una persona con la vida en blanco.

– Brito, ¿no oye? Debe levantarse

Como si una pesada losa le impidiera articular el movimiento, muy lentamente gira la cabeza para ver la inesperada imagen de Valentina en el pasillo. Con esfuerzo, se da la vuelta, pone los pies en el suelo y sentado sobre el colchón se muestra cabizbajo.

– Está bien así, Miguel, voy a entrar.

Toma la delantera a su compañero tocando ligeramente su brazo para que le permita ver al recluso.

Se apresura a coger la silla de Marrero para sentarse frente a él e intentar buscarle la mirada.

– Buenos días, Félix. Mi nombre es Valentina Castellanos y soy la Trabajadora Social del Centro.

El saludo de Félix fue apenas perceptible, no tanto su silencio.

– Tengo obligación de verle en las 48 horas inmediatas a su ingreso. No quiero importunarle con preguntas que pueden esperar. Tan solo informarle que si necesita decirme algo, gestionar asuntos del exterior, o que hable con su familia no tiene más que decirle a uno de mis compañeros que quiere verme.

Justo en el instante que ella menciona a su familia, él eleva la mirada dando señales de estar en el mundo, dejando ver sus intensos ojos azules.

Félix asiente con la cabeza dándose por enterado y Valentina se despide satisfecha.

***


La jornada va finalizando y Valentina baja a encontrarse con sus compañeros que ya han chapado a los presos tras la comida.

En el patio se cruza con Darío, el Chispas de la cárcel. Es de su mismo reemplazo y han conectado desde el primer momento.

– ¡Hola guapita! No te he visto en toda la mañana. Ni que fuera esto Alcalá Meco.

– He estado mucho rato arriba. Ha habido un ingreso.

-Ya me he enterado. Oye. Borja y yo nos vamos a comer por la costa. ¿Te vienes?

– Me encantaría, pero no quiero interferir en vuestros planes. A ver qué dice él.

– Tranqui, de este me encargo yo.

– Pues genial pero me recogéis en casa.

Valentina firma la salida media hora antes que ellos, justo el tiempo que tiene para pasar por casa a cambiarse de ropa y coger la bolsa de la playa que siempre deja preparada en el sillón de la entrada.

Comen por el aeropuerto. Recorren una zona de acantilados y pasan la tarde en una pequeña cala de difícil acceso.

De regreso a la ciudad, dejan el coche en el aparcamiento del paseo marítimo y paran en la terraza del bar Costa. Segunda oficina de los carceleros. No es necesario quedar. Allí se va y siempre hay alguien. Los que entran de servicio, los que acaban de salir, los que libran y todos los demás. Un puñado de vidas solitarias a los que lo único que les espera es un piso vacío.

Tal vez con el tiempo se canse, pero ahora le divierte oír la cantidad de anécdotas talegueras que cuentan sus compañeros animados por el whisky con seven up.

SINOPSIS

Por un error médico, la vida de Valentina cambia de curso cuando apenas acaba de comenzar. Los duros años de sacrificio y lucha por darle un futuro dan su fruto cuando finaliza los estudios y aprueba a la primera, una oposición.

Es destinada muy lejos de casa y a un establecimiento penitenciario. Su familia entra en pánico pero apoyan a la joven.

Entusiasmada con su nueva vida, se centra en su trabajo y en adaptarse a las nuevas circunstancias. Aunque tiene una limitación física, pone todo su empeño en demostrar sus capacidades y en ser tratada como uno más, en un ambiente de trabajo donde ella es la única mujer.

Con el paso del tiempo, se dará cuenta que sus mayores carencias no son la físicas.


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