Capítulo 1

Pablo: Febrero de 2006 – Córdoba, Argentina

A pesar de no estar seguro de continuar queriéndola, hacía más de diez años que estaban juntos y la distancia sería un escollo difícil de franquear, y ambos lo sabían.

Pablo la observó sin saber que responderle, pues sabía que parte de lo que ella decía era cierto, pero ésta era la oportunidad que llevaba años esperando y no podía desperdiciarla. Al principio Valeria había intentado entenderlo, pero luego las peleas se hicieron cada vez más recurrentes, y ninguno estaba dispuesto a ceder. Ella por orgullo y necedad, él por priorizar cosas más importantes que su noviazgo.

-Mira Valeria, por el momento el único futuro que cuenta en mi vida es el de mi carrera. – Le respondió Pablo alzando la voz. – Vos siempre supiste que no todo terminaba con el título. ¿Quién crees que me va a contratar sin nada de experiencia? Agradecé que tuve la suerte de calificar para esta empresa, porque si no íbamos a estar juntos pero muertos de hambre – siguió él, mientras continuaba guardando ropa en la maleta. Estaba haciendo su mejor esfuerzo para no ser demasiado duro, más por el recuerdo de sus primeros años juntos que por ella misma. – Además, si postergaste algo en tu vida ha sido por tu propia decisión. Yo jamás te pedí que hicieras o dejaras de hacer algo por mí.

– Eso ya lo sé, pero hay un montón de cosas que yo hice por vos y nunca te enteraste – una lágrima densa teñida de rímel surcó la mejilla dorada de la joven, y Pablo no pudo evitar compararla con la belleza arrebatadora que lo había conquistado tanto tiempo atrás. Aquella Valeria, pensó, ya no existía. Sólo quedaban los ojos color miel que solían mirarlo con admiración, pero que ahora solo lo hacían con reproche. Ni siquiera la melena rubia y desordenada restaba de aquella época. En su lugar, un peinado recogido y tirante enmarcaba su rostro de rasgos delicados. A cualquier otro hombre le habría parecido hermosa, pero para él que la había visto brillar, la mujer que reclamaba constantemente su atención era una sombra difusa de aquella que había amado.

– ¿Me estás escuchando, o ya te fuiste de viaje? – le preguntó irónica, después de esperar varios segundos su reacción.

-Disculpame, en serio. Pero no quiero que sigamos así. No nos hace bien. Prefiero que tomemos esta distancia como un tiempo para estar solos y encontrarnos de nuevo con lo que fuimos – y se sentó en el poco espacio que permanecía vacío de la cama, cansado de repetir tantas veces la misma conversación.

-Ahh, ahora me dejás para reencontrarte con vos mismo. ¿Y lo que yo perdí qué? ¿Quién me devuelve a mí los años de proyectos truncos? Hasta un hijo tuyo dejé en el camino – y entonces el silencio se hizo denso, quebrándose sólo por la respiración agitada de la mujer, pues la de él quedó contenida en sus pulmones al salir de la boca de ella la última palabra de su confesión.

– ¿De qué hablás, Valeria? – inquirió acercándosele. Su casi metro noventa obligó a la muchacha a levantar la vista para mirarlo a los ojos, y la sombra que los atravesó en ese instante la paralizó. Comprendió demasiado tarde que no debería haberlo dicho, pues era por todos sabido que Pablo detestaba la mentira más que cualquier otra cosa, y los años de silencio al respecto no harían más que alejarlo. Con todo, prefirió jugar esta última mano antes de claudicar. La carta que le quedaba, se dijo, podría ayudarla o hundirla del todo.

– Fue hace mucho tiempo, Pablo. Lo hice por vos, por los dos. No podíamos permitirnos un hijo en ese entonces. Ni siquiera entre nosotros estábamos bien, imagínate con un bebé – le respondió Valeria, con aire suplicante. En el fondo sabía que había desistido del embarazo por ella misma más que por él. No soportaba la idea de ser madre siendo tan joven y sin haberse casado todavía. De todas maneras y aunque las condiciones hubiesen sido distintas, nunca podría haber continuado con la gestación en las circunstancias en las que había llegado, pero eso sí que no se lo contaría a su novio.

– ¡No puedo creer que hayas hecho semejante aberración a mis espaldas! Te quiero fuera de mi vida ya mismo – bramó Pablo. Si bien no solía elevar el tono de voz, cuando lo hacía nadie se animaba a contradecirlo pues el enojo era tan palpable que erizaba la piel de aquellos que estuviesen cerca suyo.

Por una vez Valeria subestimó su bronca e intentó rozarle el rostro con la punta de sus dedos, y antes de lograrlo la mano de él asió la muñeca de ella a pocos milímetros de lograr su cometido.

Instantes después la oyó sollozar antes de cerrar la puerta de la habitación, pero ya no le importó. Valeria acababa de colocar la última piedra que sepultaba su relación y, al menos para él, el final era definitivo. Como pudo, terminó de acomodar sus cosas en la valija que lo acompañaría a su nuevo hogar por el próximo año: Cádiz. Y deseo en lo profundo de su ser no tropezar con ninguna otra mujer el tiempo que estuviese allí.

Esa noche le costó dormir, pues la sensación de culpa infundada lo distrajo de sus pensamientos sobre el viaje. Así y todo, aún le quedaron algunos minutos antes de conciliar el sueño para planificar paso a paso todo lo que debería hacer al día siguiente.

De igual manera, estuvo casi listo para cuando sonó la alarma que debía despertarlo. Partió junto a su familia hacia el aeropuerto, rehuyendo durante el camino a los insistentes cuestionamientos de su madre sobre el paradero de Valeria. Se negó a responderle, sabiendo que si lo hacía la noticia correría como reguero de pólvora pues ambas familias eran amigas (la de ella y la suya propia), y por respeto a la mujer que lo acompañó durante tantos años prefirió callar.

Llegando al mostrador de la aerolínea divisó la figura desgarbada de Federico, su compañero de viaje y amigo. Ambos habían terminado hacía algunos meses la carrera de Ingeniería Química, y habían decidido emprender juntos la travesía que los llevaría a trabajar por un tiempo en dos fábricas muy importantes del rubro. Por primera vez en sus 27 años debería valerse por sus propios medios, pues había rechazado las propuestas reiteradas de su padre de quedar al mando de la empresa familiar. Demasiado tiempo había permanecido bajo su amparo y ya era momento de arriesgarse.

– Pasajeros del vuelo 491 con destino a Santiago de Chile, favor de abordar por la puerta 12- la voz metálica del altoparlante los instó a apurar las despedidas. La de Pablo fue más breve pues, al ser hijo único, sólo estaban sus padres y su abuelo. La de Federico, hijo menor de un matrimonio bastante prolífico, duró mucho más que la de su amigo, pues debió soportar de manera estoica los cientos de besos lacrimógenos que sus padres, hermanas y sobrinos le robaron antes de verlo marchar.

– ¿Y Valeria? ¿Por qué no vino? – preguntó Federico una vez que estuvieron solos en el área de embarque. Si bien sabía que las cosas entre ellos no marchaban del todo y que ella no estaba de acuerdo con el viaje, su ausencia era bastante llamativa.

– Ya no existe más para mí. Te pido que no la nombres, porque empeoraría las cosas – y los ojos celeste cielo se le oscurecieron hasta quedar casi negros. Su amigo, que lo conocía desde hacía tanto tiempo, supo leer en el cambio de color el enojo que el tema le generaba, y decidió suspender el interrogatorio y disfrutar del viaje por el bien de ambos.

Amparo: Febrero de 2006 – Cádiz, España: La joven mujer terminó de colocar el último libro que cabía en el anaquel y asintió orgullosa, mirando alrededor del local. Encontró la librería perfectamente ordenada, tal y como la imaginó. Cientos de volúmenes se agolpaban en los estantes enormes que ocupaban todas las paredes circundantes, desde el piso hasta el techo. El único espacio que no estaba cubierto de papel era el gran ventanal que daba a la calle y sobre el que, pintado en letras verde con ribetes en blanco, aparecía el nombre del negocio y el suyo propio: “Amparo”. Al principio no estaba segura de llamarlo así, pues lo creía un tanto egocéntrico de su parte, pero después de un tiempo de sopesarlo decidió que merecía legar su nombre. Visto y considerando que la librería era hasta el momento lo más próximo que tenía a un hijo, resolvió hacerlo.

Estaba acabando de acomodar los folletos que había sobre el mostrador, cuando oyó la puerta abrirse.

– Disculpe, pero abrimos en una hora. Aún está cerrado – le dijo a la persona que supuso que acababa de ingresar, sin siquiera levantar la vista de su trabajo.

-No estoy buscando un libro. Te busco a ti – respondió el hombre sonriendo. Al escucharlo, un remolino de emociones se agolpó en el pecho de Amparo. Por fin lo miró, y miles de recuerdos de sí misma envuelta en sus brazos vinieron a su memoria. Hacía meses que no se veían, quizás hasta más tiempo. Pero no dejaba de ser el hombre que había elegido para formar la familia que no había podido ser.

– Hola Carlos ¡Qué bueno verte! ¿Cómo estás? – le dijo acercándose y estampándole un beso en cada una de sus mejillas. La alegría sincera le colmó la voz y a él, que la conocía de memoria y aún la amaba, se le iluminaron los ojos como en la época en la que había sido felices juntos.

– ¡Gracias! Me enteré de tu nuevo negocio y quise venir a conocerlo temprano, antes de que se llenase de gente y no pudiésemos conversar – y la acarició con la mirada, en un gesto que a Amparo no le pasó desapercibido. Sabía tanto como él que el divorcio había sido una elección unilateral de su parte a la que su entonces marido no había podido negarse, y esperaba que continuase con su vida sin anclarse en el pasado, como ella misma lo intentaba día a día. Por eso, hizo caso omiso del sentimiento que brotaba de cada uno de los ademanes de Carlos, y se dispuso a preparar un café para el invitado.

-Gracias por la visita entonces. Pero de todas maneras me parece que estas siendo un poco optimista. Siempre habrá un espacio para que hablemos tú y yo. Y cuéntame, ¿cómo va tu vida? ¿Estás con alguien? – y dispuso frente al hombre una taza humeante de la infusión. Aún recordaba como lo prefería, pues ambos eran aficionados al café fuerte y, mientras estuvieron juntos, habían pasado más de una tarde recorriendo bares de la ciudad, perdiéndose en el aroma de los granos recién molidos y en la atmósfera intimista que tanto habían disfrutado y que ahora los incomodaba.

– Como siempre has ido directo al grano. Pero a ti no puedo mentirte, y es por eso por lo que estoy aquí – le respondió, visiblemente nervioso.

– ¿Me estás diciendo que no has venido a visitarme sino a confesarme algún secreto de tus correrías sentimentales? – le dijo con dulzura, con la esperanza de saberlo feliz después de lo vivido.

– No, que va. He venido a visitarte, y de paso a contarte algunas novedades.

– Supongo que haz conocido a alguna mujer y, si es así, me alegro mucho por ti. Siempre vas a ser importante para mí y te deseo lo mejor.

– Pues sí. He conocido a una muchacha hace un tiempo. Ahora vivimos juntos, porque por el momento no quiero casarme – por un instante su mirada se ensombreció, recordando el día en el que lo había hecho con la mujer que ahora lo miraba expectante, y en cómo los derroteros de la vida lo llevaban a contarle lo que le estaba pasando con otra.

-¡Enhorabuena! Me alegro mucho por ti, te mereces alguien que te quiera y te cuide como yo no pude hacerlo – y no hubo ningún rastro de egoísmo o sarcasmo en aquella declaración. Lo abrazó con ganas, y mientras lo hacía lo oyó decir:

– Hay algo más, Amparo. Estamos esperando un niño – se sentía avergonzado por tener que decírselo, pero prefería ser él quien le comentase la noticia. Sabía el dolor que ella había pasado, porque habían estado juntos en aquel entonces. La sintió crisparse en sus brazos, y se arrepintió de ser tan brusco. Pero con ella ya no sabía cómo actuar, se justificó a sí mismo.

– ¡Oh! Que bien que lo hayas logrado. Los felicito a los dos – le respondió, luego de unos instantes que se sintieron eternos para ambos.

– Siento tener que habértelo dicho, pero tarde o temprano te ibas a enterar – le explicó Carlos agachando la cabeza, para esquivar la mirada de pena con la que, sabía, lo estaría viendo.

– ¡Que va! Lo que pasó entre nosotros es parte del pasado, y me hace bien saber que has seguido adelante. No voy a engañarte diciéndote que no me afecta que estés esperando un hijo, porque sería tapar el sol con un dedo. Pero estoy segura de que ese niño tendrá el mejor padre del mundo y que te hará muy feliz.

-Gracias, Amparo. Ahora debo irme, pero necesitaba hablarlo contigo antes que lo supieras por otra persona – y le acarició el rostro con el dorso de la mano, en un gesto de cotidianeidad perdida pero aún latente que no hizo estremecer la piel de ninguno sino solo confirmar el lazo de complicidad disfrazada de amistad que, después de años de conocerse, todavía compartían.

-Y lo bien que has hecho, Carlos. Te agradezco el detalle de venir a decírmelo. Pero espera un segundo antes de irte – con la mirada recorrió las estanterías, que ya conocía de memoria, y al encontrar lo que buscaba se acercó a tomarlo.

– Esto les servirá a ambos – y le entregó un libro de portada colorida, que detallaba todo el transcurso del embarazo.

Él no atinó siquiera a agradecerle el regalo, pues un ramalazo de nostalgia con sabor a pena lo recorrió entero. Sólo pudo depositar un suave beso en la frente de la mujer, antes de salir por la puerta y saludarla con una breve inclinación de cabeza desde el otro lado de la vidriera.

Una vez que se encontró sola, Amparo dejó salir el llanto que estuvo conteniendo desde el momento en el que Carlos le dio la noticia. Su abuela Lola solía decirle que las lágrimas lavaban allí donde el agua no llegaba, y esperó que está vez limpiasen del todo el dolor que aún no disminuía.

SINOPSIS

Amparo ha perdido todo lo bueno que ha tenido en la vida, o al menos eso es lo que siente: sus padres, un matrimonio feliz, un proyecto de familia y hasta su trabajo. Y no está dispuesto a arriesgarse nunca más, pues tiene miedo a quedarse otra vez con las manos vacías.

Pablo tampoco tiene espacio para nada que no sea su trabajo, en un país que no es el suyo y en el que no planea quedarse. Pero las vueltas de la vida los encuentran y la atracción es inmediata. Sus destinos se cruzaron aún antes de que hubiesen nacido y el amor que los atraviesa es la herencia de uno anterior.

¿Aceptarán el desafío de dejarse llevar, a pesar de los temores y de los kilómetros que pronto los separarán?

Una historia de todas las vidas que nos atraviesan mientras la nuestra se desarrolla, de segundas oportunidades y por supuesto, de amor.

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