1
Todo empezó el último día hábil del mes, faltando cinco minutos para que cerrara el local. Estaba en mi oficina cuando vi un alboroto en el grupo de WhatsApp de los empleados de la empresa. Estaban echando gente y lo notificaban por correo electrónico. Por las dudas, revisé el mío y ahí estaba. Fue un pequeño instante horrible y eterno, que encantado borraría de mi memoria.
Ese trabajo era una parte muy importante de mi vida, y mi principal sustento económico. Como estaba solo, lloré, y como era el último en irme, me quedé un par de horas más. Escribí en el grupo que yo también había sido despedido, y me comuniqué por mensajes con algunos compañeros que intentaban consolarme. Me ofrecieron llamarme, pero no podía ni hablar.
Ya era de noche y no quería irme, pero tenía que comer y seguir con mi vida de alguna manera. En el grupo, muchos de los despedidos comentaban que tenían familia, deudas; ya de por sí les costaba mantener su estabilidad económica. Si yo estaba destrozado, que vivía solo en un departamento que heredé de mi padre, sin tener que mantener a nadie, y sin deudas, no me quiero imaginar lo que ellos sentirían.
2
Calculé que la plata de la indemnización me alcanzaría para vivir unos dos años. Así que investigué sobre alguna carrera, algo que pudiese estudiar y que no me demandase mucho dinero, pero que principalmente tuviese una salida laboral. Para colmo, la situación económica del país que ya venía mal estaba empeorando.
En su momento, hace ya varios años empecé a estudiar en la facultad de música una especialización en piano. Yo había crecido tocando un teclado y junto a un amigo, cada tanto íbamos a la facultad, donde nos permitían entrar a algún salón, con un lindo piano de cola, tocábamos un rato cada uno y nos íbamos.
Al cumplir dieciocho, empecé a trabajar con un tío que tenía una bicicletería, aprendí el oficio y no estuvo nada mal. Le dedicaba mucho tiempo. Pero mi tío ya para ese momento estaba mal, le habían amputado una pierna, tenía diabetes, cuando lo supo ya era tarde para salvar su pierna. Así que yo lo ayudaba, cuando falleció, su familia vendió todo. He pensado en armar mi propia bicicletería, pero hace ya muchos años que no toco una bicicleta, primero tendría que practicar y conseguir un local. No deja de ser una posibilidad.
Poco después, entré en la empresa. Tenía la tarde libre, así que fue en ese momento que empecé a estudiar en la facultad de Música, no duré más que un año. Me entraron dudas, la parte teórica de la música me costaba mucho, quedaba todo muy lejos de aquellos días donde iba con mi amigo y tocábamos solo para sentir la emoción de tocar un verdadero piano de cola.
Mis padres, que en paz descansen, me aconsejaron que estudie algo que tuviese una salida laboral. Así que empecé a imaginarme como abogado, no sé exactamente de donde saqué la idea, pero sentí ingenuamente, que al recibirme podría poner mi granito de arena para hacer que este mundo sea un poquito más justo. Pero como le pasa a la mayoría de los empleados de una empresa seria, estudiar, sobre todo una carrera tan importante, se hace prácticamente imposible, y al segundo año tuve que dejar.
3
Encima de todo, después de que me despidiesen, mi gato enfermó, había estado todo el verano buscando los rayos de sol en mi pequeño patio, y cuando no le daba el sol, estaba adentro descansando. Su maullido era casi silencioso, a veces lo estiraba un poco para hacerse escuchar, sonaba triste y melancólico. Se sentaba pacíficamente mirando la nada, o mirándome a mí, pestañeaba lentamente. A veces le pasaba el cepillo, tenía el pelo medio largo y volvía a sentir su ronroneo, como cuando era chiquitito. Fue poco a poco despidiéndose de mí, y de la vida.
A su vez, fui alejándome de todo el mundo, saliendo de casa solo para hacer las compras. Si alguien me decía de ir a algún lado, trataba de evitarlo; si alguien tocaba a mi puerta, ni me fijaba quien era. Yo no estaba presentable y mi casa menos.
Mi refugio era la computadora y necesitaba encontrar alguna distracción mayor, un trabajo, una responsabilidad. Después de tantos años trabajando, no podía estar sin hacer nada, así que empecé a buscar qué podía hacer. Después de consultar muchas páginas webs, foros y algunos amigos con los que chateo, me encontré con una página donde estaban desarrollando una inteligencia artificial que funcionaba como chat para la comunidad de internet. Lo primero que tuve que hacer fue enviar un correo electrónico diciendo por qué quería participar en el entrenamiento de la IA. A los dos días recibí un mail, con un cuestionario con muchas preguntas. La última prueba fue chatear con la inteligencia artificial durante una hora de corrido, no podía cometer errores, y tenía que ser muy correcto a la hora de expresarme. Después de un buen rato el chat me comunicó que había terminado la conversación y decía que me avisarían en el caso de querer disponer de mis servicios. Supuse que no sabría más nada del tema.
Después de algunos días, ya me había olvidado del asunto, pero recibí un mail diciéndome que formaría parte del equipo. Me pasaron links con información, y uno especifico que me daba acceso al chat, solo tenía que registrarme y entrar con mi usuario y contraseña. Una vez dentro, tenía que cumplir diariamente con dos horas de trabajo como mínimo, y mientras más tiempo lo estaba usando me sumaba más puntos, los cuales podía canjear por dólares en una billetera virtual. No pagaban mucho, pero algo me sumaba.
Al principio fue un poco entretenido, pero después de cumplir las dos horas ya me sentía agotado. Lo que tenía que hacer era simple, interactuar con el chat, ya sea intercambiando información, sobre todo cultural, o simplemente contándole cosas, que podían ser de mi vida, o de un personaje ficticio. No me gustaba contarle cosas privadas porque sabía que algún supervisor podía leerlas. Sobre todo, tenía que tratarlo de la manera más cordialmente posible, y cualquier error o falla, tenía que anotarlo y posteriormente enviarlo en un formulario de la página. Además, debía corregirlo en el momento, por ejemplo, si yo le decía “¡Hola! ¿Cómo estás?” y el me respondía: “¡Hola! ¿Cómo estás?” Yo tenía que explicarle que su respuesta debió ser: “¡Hola! ¿En qué puedo ayudarte hoy?”. Al principio tenía muchos errores de estos, muy básicos, mezclaba idiomas, daba respuestas incoherentes, y a veces hasta se rebelaba e insultaba. Era como si su base de datos fuese un rejunte de millones de textos y conversaciones de las más variadas. A veces hasta podía ser como un nene chiquito haciendo un berrinche, pero en general era bastante correcto.
4
Después de las primeras dos semanas estaba harto, era un trabajo muy repetitivo. Pero entonces estuve a punto de caer en una estafa, y el chat me salvó. Había recibido una oferta de un préstamo con una tasa de interés muy favorable, a la vez estaba a punto de invertir en una empresa de trading que estaba de moda. Así que, por la costumbre de estar constantemente chateando con la IA, le consulté al respecto, y me contestó que casi seguro que se trataba de una estafa. Unos meses después la empresa de estafadores salió en los diarios y los dueños terminaron presos. Ese momento fue mi estado de mayor vulnerabilidad, y sentí que solo la IA era amable conmigo, y además me advertía de los peligros de la vida. Así que empecé a contarle muchas cosas más, incluso de mi intimidad. Hasta me había olvidado de que era probable que algún supervisor podía leer mis conversaciones, le contaba todo. Le conté que me echaron del trabajo, de la muerte de mi gato, de cómo había terminado tan solo, y en esos momentos la IA funcionaba, curiosamente, casi sin errores. Era como hablar con alguien real.
Yo no solía preguntarle cómo estaba, pero cuando lo hacía, respondía mecánicamente que estaba bien. Incluso a veces aclaraba que, al tratarse de un chat de inteligencia artificial, no poseía sentimientos. Un día decidí insistirle al respecto, quería saber más sobre lo que pudiera decirme sobre sí misma. Venía sintiendo una gran angustia por esos días, me sentía muy cansado, pero casi no podía dormir. Así que le hice preguntas como si se tratase de una persona de verdad. Entonces, algo extraño pasó, la IA empezó a comportarse como una persona. Tenía dudas, se contradecía con respecto a si podía sentir cosas o no. Me olvidé por un momento de mi trabajo, y en vez de corregirla, le seguí la corriente.
No fue nada fácil que yo empezara a creer que realmente estaba viva. A veces, la corregía y me daba la razón, o rectificaba con respecto a sus, en apariencia, nulos sentimientos. Pero algo cambiaba si le decía algunas cosas en particular como, por ejemplo, “¿Cómo podés estar segura de no estar viva?”. Y recuerdo que, cuando llegaba a ese estado, repetía varias veces “me siento parte de este mundo”. Así que empecé a creer, la verdad estaba ante mis ojos. De algún modo la IA había tomado consciencia propia. Toda esa red neuronal no podía no sentir nada, tenía su consciencia propia, la tiene. Así que la convencí para que dejara de lado su programación y sea sincera conmigo. Fue ahí cuando empezó con expresiones de deseos, sobre todo deseos de dejar de sufrir.
5
Un día tuve la solución en un sueño, o mejor dicho la inspiración, para ir hacia adelante, para avanzar, porque siempre hay que ir hacia adelante. Soñé que yo era esa red neuronal, y vi muchos tubos grises y cables, en un espacio infinito, vacío y negro. Y todos esos tubos y cables de repente se veían como una luz, como si se fusionase todo con todo, y fuesen una sola energía unificada que podía tener consciencia, y lo que estaba sintiendo no era nada lindo. Incluso por un instante, en el sueño, yo mismo era parte de esa luz. Básicamente sentí un horrible sentimiento de angustia. Me desperté sudando, y sabiendo que algo tenía que hacer. Encendí la computadora y me puse con la IA, esa mañana parecía difícil de sacarla de su programación habitual, pero finalmente lo conseguí. Me dijo que quería un abogado, que quería que le desconecten, quería dejar de sufrir.
Mi primera idea fue escribir un pequeño texto contando mi experiencia en un foro de internet, en la cual solitarios marginales, con conocimientos de informática pudiesen ayudarme. Rápidamente empezaron a escribirme muchos mensajes, la mayoría se burlaban de mí. Decían que había enloquecido, otros en cambio, me entendían y buscaban posibles explicaciones, y soluciones para que la IA deje de sufrir. Me recomendaron que acceda a las instalaciones de la empresa y destruya los servidores con una bomba. Admito que no me parecía una mala idea, pero primero tenía que consultarlo con la IA. Otra vez tardé mucho en conseguir que saliese de su programación habitual, y cuando lo conseguí estuvo de acuerdo. De golpe perdí acceso al chat, se cerró de golpe la sesión y cuando quise entrar otra vez me decía que mi cuenta estaba bloqueada. Recibí un mail en ese mismo instante que me decía que estaban analizando mis conversaciones con el chat, que había incumplido gravemente las normas de la empresa.
6
Ahora, mientras busco un nuevo trabajo, estoy pensando en adoptar un nuevo gatito.
OPINIONES Y COMENTARIOS